Angela Peña – Sucia, muy sucia

Angela Peña – Sucia, muy sucia

Si denigrante es la campaña pública que en la actualidad están librando dirigentes políticos de bandos enfrentados, la que circula por Internet no puede ser más infamante. Amparados en el anonimato, libres de censura, apoyados en la seguridad de que ninguna autoridad va a enfrentarlos, en que el ultrajado no podrá defender su mancillado honor frente a un fantasma, por pasión partidista o por dinero, comenzó ya por la red el vil ataque personal empañando reputaciones familiares.

La oposición más fuerte a los desaciertos de este gobierno se ha realizado por la vía cibernética. Pero no sólo con la denuncia seria que pone en evidencia actos de corrupción, enriquecimiento ilícito, nepotismo, escándalos sentimentales, abuso de poder, tráfico de influencia, trata de blancas o supuestas operaciones con el narco de parte de funcionarios de esta administración, sino que se ha tomado al Presidente de la República como principal blanco de todo lo que es capaz de crear la mente ociosa para desacreditar, como si la difícil situación por la que atraviesa la República, de la que se queja el pueblo con impotencia, no fuera argumento suficiente para contraponerse.

Circulan chistes, cuentos, caricaturas, montajes fotográficos, diálogos, retratos, textos que presentan al mandatario como incapaz, desequilibrado mental, torpe, inepto, indigno de continuar dirigiendo el rumbo de la nación. Pero eso es ya material viejo que se repite.

Lo que se envía y reenvía ahora son mensajes injuriosos contra los de uno y otro bandos, en avalancha de deshonra que traspasa los límites del irrespeto. Se ponen en duda legitimidad de los hijos, se inventan extraños antepasados, se ventilan infidelidades, las inclinaciones sexuales se desvían, la masculinidad anda en veremos y hasta se exponen casos de presunta impotencia o de minúsculas dimensiones de las partes íntimas.

El crédito, la seriedad de muchas esposas está en juego, la honestidad de todos anda profundamente cuestionada, avalados el robo, las infidelidades, el adulterio, la homosexualidad, la dudosa descendencia por alegadas pruebas fehacientes que cualquier tonto da como válidas.

Todo para ganar adeptos o restar votos, sin que nadie pueda salir al frente a los originales remitentes que hábilmente saben disfrazar sus reales identidades y poner difícil el rastreo.

En 1994 no pudo ser más eficaz para la infamia el uso del telefax. Hoy el modernismo tecnológico ha puesto el correo electrónico al servicio de la maledicencia. Frente a los insultantes no puede haber comisiones de mediadores clamando por respeto ni dirigentes ofendidos retando a duelo. La campaña de hoy es anónima, más rastrera que nunca. Verdades o mentiras, nadie está en derecho de aclarar, así que de tan censurable ejercicio de difamación, algo quedará.

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