Angela Peña – ¿Vale la pena sufrir por alguien?

Angela Peña – ¿Vale la pena sufrir por alguien?

“Algo que me sorprende es la capacidad que tenemos para sufrir y aguantar por amor los desprecios de la persona amada. ¿Qué necesitamos o qué nos hace falta para estar aferrados a alguien que sabemos no nos conviene? ¿Qué en nuestro interior nos motiva a no dejar ir a alguien que su sola presencia nos lastima y hace que perdamos poco a poco nuestra identidad y autoestima? ¿Por qué sufrimos por alguien que perdimos, aún cuando ya nos habíamos convencido que su partida era lo mejor para nosotros?

En alguna parte leí “El amor verdadero libera, no te hace esclavo de la voluntad ni del estado de ánimo de la otra persona. El amor verdadero te hace ser tú, te lleva a límites inimaginables. Te impulsa a dar lo mejor de ti, no porque tengas a la otra persona a tu lado, sino porque esa persona te ayuda a descubrirte”.

¿VALE LA PENA SUFRIR POR ALGUIEN? Cuentan que una bella princesa buscaba consorte. Aristócratas y adinerados llegaron para ofrecer maravillosos regalos y conquistarla. Entre los candidatos se encontraba un joven plebeyo, sin más riqueza que amor y perseverancia. Dijo: “Princesa, te he amado toda mi vida. Como soy pobre y no tengo tesoros para darte, te ofrezco mi sacrificio como prueba de amor. Estaré cien días sentado bajo tu ventana, sin más alimento que la lluvia ni más ropa que la que llevo puesta. Esa es mi dote…” La princesa, conmovida por semejante gesto de amor, decidió aceptar: Tendrás tu oportunidad: Si pasas la prueba, me desposarás”. Así pasaron días. El pretendiente estuvo sentado, soportando vientos, nieve, noches heladas, sin pestañear, con la vista fija en el balcón de su amada, firme, sin desfallecer un momento. De vez en cuando la cortina de la ventana real dejaba traslucir la esbelta figura de la princesa, que con un noble gesto y una sonrisa, aprobaba la faena. Todo iba a las mil maravillas. Algunos optimistas habían comenzado a planear los festejos. Al llegar el día noventa y nueve, los pobladores de la zona salieron a animar al próximo monarca. Todo era alegría y jolgorio, hasta que de pronto, cuando faltaba una hora para cumplirse el plazo, ante la mirada atónita de los asistentes y la perplejidad de la joven princesa, se levantó y sin dar explicación alguna, se alejó lentamente del lugar. Unas semanas después, mientras deambulaba por un solitario camino, un niño lo alcanzó y le preguntó ¿Qué te ocurrió?… Estabas a un paso de lograr la meta… ¿Por qué perdiste esa oportunidad?… ¿Por qué te retiraste?… Con profunda consternación y algunas lágrimas mal disimuladas, contestó en voz baja: “Si ella no me ahorró un día de sufrimiento… Ni siquiera una hora, es porque no merecía mi amor”.

El merecimiento no siempre es egolatría sino dignidad. Cuando damos lo mejor de nosotros mismos a otra persona, cuando decidimos compartir la vida, cuando abrimos nuestro corazón de par en par y desnudamos el alma hasta el último rincón, cuando perdemos la vergüenza, cuando los secretos dejan de serlo, al menos merecemos comprensión. Que se menosprecie, ignore, olvide o desconozca fríamente el amor que regalamos a manos llenas es desconsideración o, en el mejor de los casos, desinterés o ligereza. Cuando amamos a alguien que además de no correspondernos desprecia nuestro amor y nos hiere, estamos en el lugar equivocado. Esa persona no se hace merecedora del afecto que le prodigamos. La cosa es clara: si no me siento bien recibido en algún lugar, empaco y me voy. Nadie se quedaría tratando de agradar y disculpándose por no ser como les gustaría que fuera. No hay vuelta de hoja: en cualquier relación de pareja que tengas, no te merece quien no te ame, y menos aun, quien te lastime. Y si alguien te hiere reiteradamente sin “mala intención”, puede que te merezca pero no te conviene. “Retirarse a tiempo con la satisfacción de haber dado lo mejor de nosotros mismos no tiene precio”.

(Enviado por Ernesto Lozano).

Publicaciones Relacionadas

Más leídas