Anhelos de un vivo

Anhelos de un vivo

Hay un país en el mundo/ donde un campesino breve,/ seco y agrio/ muere y muerde descalzo/ su polvo derruido,/ y la tierra no alcanza para su bronca muerte». Que sesenta años no son nada lo demuestra don Pedro Mir cuando en 1949 nos manda un eco que resuena hasta el 2009; desde Blanco, poblado norteño hoy llamado Luperón, hasta Santo Domingo de Guzmán, y desde la sultana del este hasta Jimaní. Parece que fue ayer diría Armando Manzanero, sin embargo, ya es hoy y aún no se vislumbra el mañana. ¿Se habrá detenido la rueda de la historia? ¿Alguien usó un truco mágico y detuvo el tic tac del reloj?

Lo veo y no lo creo, suena y no lo escucho, me lo cuentan y no lo entiendo. ¿Quién me ayuda a recoger y a recomponer mis sueños rotos para encarrilarlos otra vez por el sendero que nos trazaran los fundadores de la patria? ¿Qué tan larga habrá de ser la espera? El pan nuestro de cada día lo queremos hoy, libre de las tentaciones del embrujo de la corrupción. ¡Hasta mañana, si Dios quiere, dominicanos!

¿Quiso Dios que así fuera. pregunta impotente con  grito de rabia la madre del hijo asesinado en la flor de su juventud? Ella no entiende la definición de un Estado de derecho. ¿Es que ya existe la pena de muerte en la tierra de Duarte? Novias, esposas y hermanas lloran de dolor en Azua, Santiago, Puerto Plata, San Pedro y el otro Macoris. Quizás se trate de una cepa nueva de algún germen cuya virulencia descansa en la boca de una pistola u otro tipo de arma de fuego.

Cual ciega enloquecida corre la juventud atraída por la amarga cocaína que en  delirante estado le sabe a miel, pero resulta en verdad que no es el néctar de bella flor lo que se lleva al panal, sino la muerte quien le acompaña al hogar. A la familia dichas acciones más que saberle a miel le saben a hiel.  Caen abatidos a tiros civiles y militares, quienes constituidos en bandas de traficantes sirven alegremente al Dios del narco. Entramos a un desfasado y pavoroso manicomio. En él nos encontramos con el pabellón del homicidio, el más grande de todos; sus paredes pintadas de sangre y con murales alegóricos al drama trágico que se vive. Le sigue en dimensión el pabellón de muertos por accidentes. Allí abundan los motoristas y los embriagados de alcohol que ni cuenta se dieron de cómo arribaron a ese lugar. Al costado izquierdo tenemos el pabellón de los suicidas cuyos inquilinos pretenden justificarnos la sinrazón de sus acciones. Por último, en el fondo nos encontramos con el pabellón de los muertos naturales cargado de niños, embarazadas y parturientas, todos idos a destiempo en su paradójico afán  por prolongar la especie. 

Mi anhelo es que entre todos unamos voluntades y cerremos esta ignominiosa cárcel modelo de difuntos. Que la pulvericemos y sobre sus ruinas construyamos un palacio que sea remanso de paz, amor, alegría, salud, educación y bienestar colectivo. En fin, un lugar en donde cada ser humano viva más y mejor.

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