Comienza el 26 de enero, día del nacimiento de Juan Pablo Duarte. Más que apropiado el empiece. Culmina el 27 de febrero, nacimiento de la República. Es el tiempo del mes de la patria, establecido mediante decreto en el año 1997. En el mismo decreto 36-97, está la creación de la Comisión de Efemérides Patrias, encargada de la preparación y organización de “los actos y festejos apropiados para conmemorar las más gloriosas jornadas históricas que han ocurrido en la vida de la República, así como exaltar a los más destacados valores humanos que han luchado por la conservación y desarrollo de la nacionalidad dominicana.”
Para eludir compromisos y esconder sentimientos, como ocurre con otras conmemoraciones, algunos dirán que el mes de la patria, también su día, es cualquier mes y todos los días, de ese modo la abulia prima y el afán cotidiano releva de actitudes condignas, necesarias. La patria es sentimiento, también realidad con kilómetros, símbolos, Constitución y defensa. La patria es cultura. La necesaria mundialización no debe interferir en la identidad. El filósofo español Eugenio Trías asevera: El proceso de mundialización acarrea como contraparte el santuario local que puede ser peligroso, por el interés desmedido de querer aferrarse al hecho diferencial, a un hecho social o lingüístico.(Entrevista. Periódico HOY 22 febrero 1999).
Cuando Boyer manifestó su interés de unificar la isla, Núñez de Cáceres advirtió la imposibilidad. Fue contundente: “entre las porciones de la isla existen desemejanzas de costumbres y de idioma, similares a un muro infranqueable, como entre los Alpes y los Pirineos” (Visión General de la Historia Dominicana. Peguero –De los Santos).
Cabe aquello de ni lo uno ni lo otro sino todo lo contrario. Cuando avergüenza la pertenencia nada queda. La intención de ser o pertenecer a otro lugar, tropieza con un rechazo insospechado que convierte en paria a quien opta por la nada o pretende, en nombre de la mundialización y de una amañada corrección política, pertenecer a cualquier lugar. Maryse Condé, la escritora guadalupana que se creyó francesa hasta que vivió en París, cuando estuvo en África supo que tampoco ahí pertenecía. Lourdes Casal Valdés, escritora cubana que asumió la ciudad de Nueva York, desde 1961,como guarida, escribió sobre su “marginalidad inmune a todos los retornos”. Demasiado habanera para ser neoyorkina, demasiado neoyorkina para ser cualquier cosa.”
La expatriación puede ser en la patria misma. Ocurre por opción, por ausencia de identificación. Se puede vivir así con pretendida universalidad que nadie asume. Apátridas emocionales cuya identificación entonces es con la negación. Ni mandinga ni carabalí, ni de aquí ni de allá. El mes de la patria que debe ser el año, toda la vida, recuerda que existe una bandera, un escudo un himno que aúna, un estremecimiento que atraviesa color y procedencia. El 27 de febrero es el principio de nuestra historia republicana. Trujillo, “el jefe” amo y señor del territorio quiso ser la patria. Hasta el año 1962 el día de su nacimiento fue el día de la bandera. El 24 de octubre era feriado porque la nación celebraba el cumpleaños del “benefactor de la patria y padre de la patria nueva” y también el día de la bandera. El Consejo de Estado dispuso el 22 de octubre de 1962, mediante decreto firmado por Rafael F Bonnelly que el día de la bandera es el 27 de febrero, aniversario de la independencia.
Desconocer la intrepidez y el heroísmo, esconder la siniestra imposición que durante 22 años cercenó derechos y pretendió interferir y usurpar la esencia criolla, desdora y compromete a quienes divulgan la patraña. Los “infames energúmenos, parricidas” como calificó Charles Herard a los firmantes del “Manifiesto de los pueblos de la parte este de la isla antes española o de Santo Domingo, sobre las causas de su separación de la República Haitiana” triunfaron. Trabucazo, bandera izada y un Viva la República Dominicana pautaron la hazaña del 1844. 175 años después, la efeméride, apremia.