Aniversario y a la clase

Aniversario y a la clase

El problema es tener la costumbre del fracaso y de la apuesta al caos. El problema es la desconfianza por las reiteradas frustraciones. El problema es el desdén ciudadano, el paternalismo, el clientelismo, esa manera de esperar sin hacer nada, de exigir porque sí, sin ninguna responsabilidad ni sacrificio. La retranca es no indagar ni cotejar, olvidar a propósito, para decir lo mismo. Es la fascinación por el desastre, la sed de catástrofe, mientras provocamos o simplemente torpedeamos, para que se cumplan predicciones individuales y el coro diga este país se fastidió. El reloj está atrasado, hay tantos pendientes que el futuro llegó sin aviso. Cuando se intenta hacer, transformar algo de inmediato adviene la descalificación. Inclementes, implacables, son los críticos de las iniciativas gubernamentales. Los hechos, algunos contundentes, prefieren omitirlos. El análisis político cotidiano está plagado de mitos, la reiteración funciona. Como apelar a la tregua de los 100 días para los gobiernos, tradición foránea que aquí se ha instituido. Como el post parto que funcionaba antaño, esos 40 días de cuidados extremos para la parturienta. Lejos de la institucionalidad, apegados al choteo y a la imputación sin base, la discusión ahora en los mentideros es en torno al declive que tendrá la popularidad del presidente. No ha lugar para evaluar cumplimientos ni retos, para revisar cifras y promesas. No, el tema es el declive. Hoy, comienza el año escolar, y no es un inicio cualquiera. El sistema educativo dominicano estrena 6,207 aulas, distribuidas en 422 centros educativos. El ministro de Educación, Amarante Baret, afirma que 2,100 aulas están reparadas y asegura que 1,532,478 estudiantes de la tanda normal tendrá desayuno y 814 mil alumnos inscritos en la tanda extendida, disfrutarán desayuno, comida y merienda. El entusiasmo, empero, no impide el reclamo, pero el regateo es impropio. Durante la campaña electoral 2012, la oposición, dividida y dispersa, decidió ignorar al candidato del PLD. La asesoría recomendó convertir a Leonel Fernández en el centro de ataques y descalificaciones. Castigaron a Medina con la indiferencia, no merecía atención. Mientras tanto, el hombre recorría el territorio nacional, andaba y desandaba parajes conocidos por él, desde su inscripción en el partido. Compartía el programa de gobierno. Conocedor de las miserias nacionales, consciente de la difícil situación del Estado, de intimidades fiscales y de mancuernas ineludibles, descartó la demagogia. Y se arriesgó. Sabía que en tiempo de sequía es imprudente prometer rosas. La prédica continuaba y repetían su condición de vicario hasta el dislate de desconocer su paso por el Congreso y por palacio. Lo convirtieron en advenedizo. Las consignas solo mencionaban las maldades de Leonel. El candidato, seguía divulgando el plan de gobierno. Ganó Danilo y de inmediato la protesta. Tampoco contra él, contra el ex presidente. El nuevo mandatario, impertérrito, comenzó a trabajar. En su primer discurso ante la Asamblea Nacional dijo: Los que me conocen bien, saben que yo prefiero hablar con hechos, más que con palabras. Entonces prometió disminuir la desigualdad entre las personas y las regiones, terminar con el analfabetismo, implantar un nuevo modelo de desarrollo, mejorar la educación, la salud y la seguridad ciudadana. Compartió su intención de construir un país con democracia plena, ético, basado en la meritocracia y en el combate implacable a todas las formas de impunidad. Afirmó que gobernaría amparado por la Constitución, la Estrategia Nacional de Desarrollo y el Programa de Gobierno. Dos años después, la mención de logros es innegable, como irrebatible es, cuanto falta para acercarnos al país de los sueños. La agenda del gobierno ha tenido obstáculos imprevistos, con dramáticas y peligrosas consecuencias. Falta mucho de lo prometido. Esa permanencia de funcionarios, más parecidos a extorsionadores éticos que a servidores públicos. Están sin firmar el pacto eléctrico y fiscal. La inseguridad ciudadana acecha, el impostergable control de la frontera, intervenir la inexpugnable galera de Cancillería. Tanto falta, que limitar el análisis al declive, es necedad.

 

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