Año Nuevo, desconocimientos y esperanzas. Schiller y Beethoven

<P>Año Nuevo, desconocimientos y esperanzas. Schiller y Beethoven</P>

Realmente no sabemos cuando debería “empezar” un Año Nuevo. Hasta la fecha de nacimiento de Jesucristo ha sido  decidida por autoridades eclesiásticas, sin siquiera pretender estar en lo cierto. ¿Fue en marzo? ¿Se trató de una incorporación hábil de tradiciones paganas?

No es que se hayan establecido fechas caprichosamente.  Las tradiciones fueron estudiadas, el enredo de los solsticios, de los períodos de la naturaleza, cuando el día es más largo o más corto, cuando el momento es de siembra o de cosecha, cuando es de sequía o de lluvias destructoras, manejó el establecimiento de fechas clásicas.

Pero no importa la veracidad de su origen. Están bien. Está bien conectar el nacimiento de Jesús con el nacimiento de esperanzas nuevas. Se han creado unas fechas incitadoras de divisiones que abren puertas a posibilidades de cambios.

Los cambios son posibles. Si los queremos y luchamos por ellos.

No tienen nada que ver con el número del año. Sí con la disposición a cambiar lo cambiable (mutatis mutandis).

Mi intención con este primer artículo que escribo en  el recién nacido 2010, es expresar mi disposición positiva y esperanzadora. Mirar hacia la luz posible, no hacia las sombras, las pesadumbres y las amenazas. Tengamos en cuenta que el pensamiento negativo atrae y acoge negatividades. Negatividades que están siempre cerca como  un enjambre de insectos trágicos que zumban sus acrobacias en nuestro derredor y a menudo nos obnubilan, nos pican y nos desgracian.

Acabo de escuchar por el canal clásico de telecable, una magnífica versión de la Novena Sinfonía de Beethoven, con Daniel Baremboim dirigiendo la orquesta de la Staatkapelle de Dresde y un excelente grupo coral y de solistas.

No podía haberme ocurrido nada mejor para inicio del año.  Beethoven culmina su  portentosa última sinfonía, con un clamor de esperanza. Nos dice: ¡Oh, amigos, dejen esos tonos sombríos, por el contrario, comencemos cantos  agradables y llenos de alegría!   

A continuación  utiliza el poema a la alegría del poeta, historiador, dramaturgo y  filósofo alemán Friedrich von Schiller, “An die Freude”, cuya traducción es harto difícil aunque se traslade palabra por palabra, o intentando copiar la musicalidad y energía de las palabras. De todos modos, me voy a dejar llevar por lo que el compositor francés Héctor Berlioz nos acercó desde su versión francesa, que como lengua romance, está más cerca del castellano y que Berlioz consideraba la mejor posible. Ofrezco unos fragmentos, por razones de espacio:

“¡Oh, Alegría! Hermoso destello de los dioses, hija del Elíseo: Ardiendo en fuego divino entramos en tu santuario. Un mágico poder reúne aquí a los que el mundo y la jerarquía separaron. Cobijados bajo la dulce sombra de tus alas, todos los hombres son hermanos”.

“El que tiene la ventura de ser amigo de un amigo, el que posee una mujer amable, el que sea dueño de otra alma ¡venga y mezcle su alegría con la nuestra! Pero el hombre a quien esta felicidad fue negada ¡huya llorando de este lugar donde nos reunimos”.

En fin, que la tristeza no es buena compañía. Y es evitable acogerla como socia permanente.

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