Años de cautiverio dejan cicatrices en secuestrados colombianos

Años de cautiverio dejan cicatrices en secuestrados colombianos

BOGOTA (AP) — Los momentos de su liberación fueron televisados. Hubo celebraciones y un sentimiento de regocijo en un país cansado de una guerra que lleva más de medio siglo. Sus captores, rebeldes guerrilleros de las FARC, los mantuvieron cautivos, y buena parte del tiempo encadenados, durante seis, siete y hasta 14 años en algunos casos.

Con la liberación «al principio (todo) es de mucha euforia, de ansiedad por saber y conocer todo lo que uno dejó de percibir durante el tiempo del secuestro, de abrazos, de besos, de felicitaciones, de bienvenidas», dijo a The Associated Press el ex senador Luis Eladio Pérez, quien estuvo en manos de la guerrilla durante seis años.

Pero pronto la alegría inicial se desvaneció. En su lugar se instaló el insomnio, la depresión, los problemas financieros y la pérdida de memoria. El divorcio es común entre ellos. Y muchos, incluso, se ponen nostálgicos por la simplicidad que entraña la vida como un preso en la selva.

«Pasan los días y queda uno en una inmensa soledad, soledad por supuesto que se agrava con fenómenos de depresión», Pérez, liberado por las FARC en febrero de 2008.

Un año y medio después de su liberación, Pérez, de 58 años, se divorció de su esposa Angela Rodríguez. Encontró también que aparecía como deudor moroso en el sistema financiero colombiano y se enteró de decenas de problemas familiares. «Problemas generados por la ausencia tan prolongada», dice Pérez, un fortachón de piel canela y cabello negro, con la voz entrecortada. «Se empieza uno a enterar … y llega un momento en que, caramba, voy a decir algo que puede parecer muy fuerte: a veces pensaba uno que era mejor haberse quedado uno en la selva que salir a enfrentar toda esa serie de circunstancias que se le presentan a uno y muy difíciles».

Las cicatrices que quedan en los ex secuestrados tras el cautiverio son profundas. Muchos ex rehenes dicen que les ha sido casi imposible reanudar con éxito las vidas que vivieron antes de la cautiverio, y médicos y psicólogos entrevistados por The Associated Press dijeron que las heridas emocionales de algunos quizá nunca cicatricen completamente.

En un país que tuvo en la década de los 90 la más alta tasa de secuestros del mundo, con más de 3.000 retenciones anuales, grupos no gubernamentales y médicos se han especializado en atender esos casos pese a que no todos los pacientes persisten en el tratamiento porque evitan recordar su traumática experiencia. Otros se quejan de recibir poca atención de la instituciones oficiales una vez se produce su liberación.

Pero también pesa la personalidad, a la hora tanto de enfrentar el secuestro como la liberación, porque «cada quien tiene una forma de reaccionar, de vivir sus experiencias», explicó el siquiatra Ismael Roldán y ex director departamento de psiquiatría de la Universidad Nacional, en Bogotá.

Al quedar libres, la mayoría de los rehenes sufren de síntomas de estrés postraumático: insomnio, irritabilidad, ansiedad, depresión, hipersensibilidad, dice Roldán, quien entrevistó a varios militares de medio y bajo rango liberados en un solo grupo en 2001.

Los secuestrados ha estado en manos de Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) la guerrilla más poderosa del país, que se alzó en armas en 1964 y actualmente cuenta con unos 8.000 miembros. Esa guerrilla logró tener en los 90 un ejército de más de 15.000 guerrilleros, pero en los últimos años ha sido debilitada en parte por el respaldo que los Estados Unidos ha prestado a las Fuerzas Militares de Colombia.

A principios de este mes, las FARC liberaron a 10 soldados y policías y dijo que ellos eran sus últimos «prisioneros políticos». Desde 2008, los rebeldes han liberado a unos 30 rehenes y otras 20 han sido rescatados en operaciones militares. Al menos 16 murieron en cautiverio, algunos durante intentos de rescate fallidos. Otros fueron asesinados por la guerrilla, que creían los soldados se acercaban a ellos.

Las terribles experiencias han sido recogidas en libros, incluso por los más famosos secuestrados: la ex candidata presidencial Ingrid Betancourt y los tres contratistas militares estadounidenses, que estuvieron más de seis años secuestrados.

Tuvieron que soportar muchos meses encadenados al cuello, o unos a otros y amarrados a árboles. Padecieron el aburrimiento adormecedor del no tener nada qué hacer, las enfermedades de la selva, y largas marchas forzadas para evitar el acoso del Ejército colombiano.

Algunos adoptaron animales de la selva como mascotas para sobrellevar la vida. Las aves y los monos han sido los preferidos. Quizás el más extraño fue el pecarí adoptado por el sargento José Libardo Forero quien dijo, después de su liberación del pasado 2 de abril, que se las arregló para enseñarlo a no morder.

Pérez, de 58 años, describió su vida antes cinco meses sin papel higiénico y sin botas. La guerrilla se las quitó luego de que en un fallido intento de fuga en 2005 junto con Betancourt. Tuvo que caminar por una selva infestada de víboras durante meses.

En estos años se ha dedicado a dictar charlas sobre secuestro y no tiene dudas de que su divorcio obedeció a secuelas que le dejó su confinamiento en la selva.

En concepto de Santiago Rojas, un reconocido médico bioenergético, el secuestro les afecta a los cautivos «todo lo que es la percepción de la vida… Es una herida que sana o puede permanecer abierta».

Para Rojas, el secuestro está determinado por tres factores negativos para sus víctimas: primero, la incertidumbre, porque el secuestrado no sabe cuándo va a terminar el calvario de su cautiverio; segundo, la sensación de estar pasando un mal rato a pesar de que en el cautivo es consciente de que no es responsable de lo que le está sucediendo, y tercero, la ausencia de un apoyo psicosocial y familiar en ese momento de crisis.

No es fácil curar todos los traumas de los ex rehenes, advirtió el médico Rojas.

Al paciente, explicó, «hay que trasladarlo de un tiempo perdido al presente. Es como si usted estuviera dormido durante varios meses en cuanto a muchas cosas de la vida pero con pesadillas permanentes».

Agregó que esa recuperación, que puede durar meses, se logra con una terapia integral para «que la persona pueda aprender a perdonar, pero no porque los demás se lo merezcan, sino para superar rabias (y) resentimientos».

«Los secuestrados regresan con la autoestima muy baja», aseguró la psicóloga Diana Romero, cuyo padre, el policía Jorge Romero, de 49 años, fue dejado en libertad por las FARC el pasado 2 de abril luego de permanecer en cautiverio durante casi 13 años.

«A mi papá no se le siente mal, se le siente contento, tranquilo», comentó la joven Romero, de 26 años.

El intendente Romero, según su hija, no quiere hablar mucho de sus experiencias como cautivo en las selvas del sur colombiano. «Sólo nos ha dicho que quiere virar y empezar de nuevo».

Sin referirse al caso específico de su padre, la psicóloga Romero explicó que a cualquier persona que pase mucho tiempo en cautiverio le es difícil adaptarse a la familia, a la sociedad y a la tecnología porque «todos los secuestrados tienen un estrés postraumático muy alto».

Ese estrés del que habla la especialista tiene «bastante delicado… de salud física y mental» al también intendente de la policía Jorge Trujillo Solarte, según contó su madre, Oliva Solarte.

Al uniformado Trujillo, de 42 años, también liberado el 2 de abril último, «todo se le olvida. El habla conmigo ahorita una cosa y a las dos horas me está hablando de lo mismo», dijo Solarte. «No es posible que la guerrilla se haya llevado a unos seres humanos en perfecto estado y mire cómo los devuelve».

El sueño entre los ex secuestrados es difícil de conciliar después de la liberación, comentó el hoy congresista Jorge Eduardo Géchem, quien en febrero de 2002 fue plagiado por las FARC en un avión que fue obligado a aterrizar en una remota carretera del sureño departamento de Huila.

«A veces tengo pesadillas, porque uno en el secuestro no tenía horario concreto (para dormir), pero lo estamos superando», dijo Géchem, de 61 años. «Primero dormía de 15 a 40 minutos, inclusive hasta una hora. Ultimamente duermo cuatro o cinco horas continuas, a veces me despierto sorpresivamente… Por fortuna, poco a poco estoy cogiendo el ritmo del sueño y estoy tranquilo, aunque las pesadillas no faltan».

El secuestro también acabó el matrimonio de Géchem con Lucy Artunduaga.

De acuerdo con el siquiatra Roldán, los divorcios entre ex rehenes pueden obedecer a muchas razones, entre ellas el largo tiempo de separación que hubo entre las parejas y que otros se vuelven muy introvertidos y tienen dificultades «para expresar sus sentimientos de amor».

«El ser humano es un ser social por naturaleza y estas personas han estado allá…amarrados a un árbol, donde la cuestión del contacto social se empobrece demasiado», dijo Roldán.

El sargento del Ejército Arbey Delgado, de 43 años, también vio su matrimonio desmoronarse. Rescatado en un operativo militar en 2010 tras 12 años de cautiverio, dice que es incapaz de soportar el confinamiento de su apartamento.

«Es una separación como de darnos un tiempo (con su esposa), porque yo no quiero estar encerrado en un apartamento, yo quiero estar es por fuera. Uno salir (del cautiverio), de estar encerrado en la selva, a estarse encerrado en un apartamento es muy ‘berraco’ (difícil)».

Según Delgado, tras el secuestro «uno jamás vuelve a ser el mismo».

Tal vez lo único positivo que le dejó el plagio al sargento «es que hoy uno valora más la vida». En sus sueños, recordó que ha «sido secuestrado como seis o siete veces más».

Como Delgado otros uniformados se han quejado que el Ejército o la Policía Nacional no les ha brindado la atención debida, pero la sargento Sandra Vargas, una psicóloga que se ocupa de atender los casos de militares secuestrados y desaparecidos y de acompañar a sus familiares, ha explicado que al menos en el caso de Delgado se le brindó todo el tratamiento médico y psicológico posible.

Se mostró extrañada por el reclamo del militar y observó que el suboficial «incumplió» muchas de las citas médicas que se le programaron. «Uno no puede estar detrás de los pacientes», dijo Vargas.

Otros uniformados también se ha quejado o que les quitan los guardaespaldas, que reciben al principio en previsión de una acción rebelde en su contra, o que no les brindan oportunidades de estudio en el exterior.

John Frank Pinchao, un policía que se escapó en 2007 tras ocho años de cautiverio en manos de las FARC, se quejó en medios locales a comienzos de este año que andaba solo con un guardaespaldas y tomando autobuses para trasladarse en Bogotá y que eso era un riesgo a su vida porque fue de los pocos que logró escapar del cautiverio de las FARC.

Algunos funcionarios, sin embargo, han comentado que Pinchao, como otros de los uniformados que cayeron en poder de los rebeldes con apenas 18 o 20 años, al quedar en libertad después de varios años en cautiverio deciden «disfrutar» e irse de parranda, tomar licor y salir con mujeres.

Aunque no ha quedado claro bajo que circunstancias ocurrió su muerte, el soldado en retiro William Domínguez, de 25 años y quien estuvo cautivo dos años por la guerrilla, hasta su liberación en febrero del 2009, apareció muerto de un número indeterminado de disparos y puñaladas en septiembre pasado en una barriada del noroeste de Bogotá.

El caso de fallecimiento del soldado ganó la atención de los medios y la sociedad porque el día en que recuperó su libertad interpretó ante el entonces presidente Álvaro Uribe (2002-2010) una canción sobre su secuestro y que puede ser una metáfora para todos los que han estado cautivos.

«Como nos cambia la vida» rezaba uno de los estribillos de la tonada de Domínguez. «Ayer era uno y hoy soy otro».

 

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