Anotaciones

Anotaciones

Habíamos leído en la revista cubana «Carteles» un reportaje relativo a la refrendación por el presidente Fulgencio Batista, de una ley llamada Arturito, por haber sido prohijada por el senador Arturo Hernández Tellaeche, mediante la cual se le concedía a los empleados gubernamentales un sueldo adicional, oficialmente aprobado, con la designación de «el aguinaldo».[tend]

Nosotros, conocedor de la tirantez existente entonces entre Trujillo y el General Batista -a quien el Generalísimo se complacía en llamar «el Sargento»-, redactamos un memorándum, dirigido a la «superioridad», sugiriendo una ley similar en nuestro país. La iniciativa fue acogida de inmediato, y convertida en la Ley número 4652, del 27 de mayo del 1957, con la identificación de «Regalía Pascual». Dicha ley fue acogida con un entusiasmo generalizado en todo el país conforme consta en las ediciones de los periódicos de la época.

Años después, en 1959, la Regalía Pascual fue suspendida, por órdenes emanadas de Trujillo, bajo el alegato de que el gobierno había incurrido en gastos extraordinarios, no contemplados en el Presupuesto de la nación, para defender la soberanía nacional, de la invasión comunista del 14 de junio. «Este es un país de ingratos», había dicho el generalísimo, en una conversación privada, para justificar su decisión.

Como nos enteramos luego, próximo a la Navidad de ese año, el general Ranfis Trujillo le envió una carta a su padre, significándole textualmente, que «la suspensión de la Regalía Pascual a los empleados, es algo desfavorable para la política, desde todo punto de vista». Trujillo reaccionó con un cambio de actitud, ofreciendo inclusive un millón de pesos, «de su peculio personal si fuese necesario». No se dijo, que «administrativamente», había ordenado, que fuesen cancelados los empleados que tuviesen familiares en el gobierno. Esa desagradable misión nos fue asignada, por un entonces influyente cortesano palaciego, que intrigaba contra el doctor Joaquín Balaguer, de cuya protección dependíamos, en aquellos difíciles días.

Conforme recordamos, el 10 de diciembre, estábamos contemplando el panorama de la parte sur del Palacio Nacional, cuando quedamos petrificados, al escuchar una voz inconfundible, que desde el pasillo fronterizo exclamó: «Qué hacer ese vago». Habíamos suspendido temporalmente la selección de los empleados pasibles de ser cancelados, por lo que sólo atinamos a articular como excusa, que «interpretando los sentimientos cristianos y la ilimitada generosidad de Su Excelencia habíamos decidido hacer un paréntesis hasta el próximo mes de enero, con motivo de la Navidad. «Qué Navidad ni Navidad, buen pendejo», nos dijo con su habitual teatralidad, prosiguiendo sus pasos hasta el despacho del doctor Balaguer. Media hora después, nos fue entregado un memorándum, firmado por el capitán Renaldo Hernández, ayudante militar del Generalísimo, en el que se nos participaba nuestra cancelación, «por haber incumplido órdenes impartidas por la superioridad». Quedamos pues, sin el sueldo de diciembre y sin el de la Navidad.

Pero como éramos joven, jovencísimo, no nos consideramos desamparados, y unos días después, visitamos a don Julio Postigo, propietario de la Librería de Imprenta Dominicana, a quien le presentamos los originales del libro titulado «La República Dominicana en la Organización Internacional del Trabajo», que teníamos preparado para su publicación, encareciéndole su impresión. Don Julio nos ofreció su cooperación, extendiéndonos generosamente un cheque por el valor de 500 pesos, como anticipo. Agotada la primera edición en apenas un mes, se decidió su reimpresión, a la cual añadimos, de acuerdo con los usos de la época, la siguiente dedicatoria:

«Al Generalísimo y doctor Rafael L. Trujillo, máximo protector de la clase trabajadora dominicana, con la reverente admiración del autor». Un ejemplar del mismo, lujosamente encuadernado, le fue enviado por el correo certificado.

El día 21 de enero siguiente, el capitán Hernández nos localizó telefónicamente, para invitarnos a visitarle en su despacho del Palacio Nacional. «Hace días que no te veo, nos dijo afablemente -tus amigos notamos tu ausencia. Ven inmediatamente antes del medio día».

Allí estuvimos, puntual a las once de la mañana, formalmente vestido con un traje de color oscuro, camisa azul y corbata a tono con el color de la camisa, ya que en esa época, el bien vestir rendía beneficiosos en el ámbito palaciego. Apenas fuimos anunciado por el capitán Hernández, nos recibió el Generalísimo y doctor Rafael L. Trujillo Molina, Benefactor de la Patria y Padre de la Patria Nueva, quien simulando que leía un expediente, nos mantuvo parado delante de su escritorio, por unos minutos que nos parecieron una eternidad. Al levantar la vista hacía nosotros, nos preguntó por que habíamos abandonado el empleo con el que él nos había favorecido. Y ante nuestra aterrorizada mudez, exhibiendo una sonrisa de «buena gente», sacó de una gaceta de su escritorio, dos billetes de banco de 500 pesos cada uno, diciéndonos que quien nos había cancelado había sido el doctor Balaguer, «quien frecuentemente incurre en arbitrariedades sin consultarme». Desde luego que él no ignoraba, que entre las intrigas palaciegas de entonces, éramos un protegido del doctor Balaguer, en los días finales de la dictadura. Nos designó intencionadamente, director del Departamento de Alquileres de Casas y Desahucios, dependiente de la Presidencia de la República. Algo similar a la misión de suprimir empleados, por cuyo incumplimiento nos había cancelado.

Luego del 14 de julio del 1959, «el Generalísimo» había vuelto a vestir el uniforme militar, y a usar los espejuelos oscuros de cuando quería manifestarse de mal humor. Caer en desgracia en esos días, significaba cualquier cosa, como quedó demostrado, con el asesinato de Ramón Marrero Aristy. Y lo aconsejable era, como lo hicimos, imitar al «hombre invisible». Un mes antes de caer en un charco de sangre el 30 de mayo, volvió a reintegrarnos al Palacio Nacional.

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