Anotaciones históricas

Anotaciones históricas

Cediendo a las presiones de una huelga general, diplomáticamente estimulada por el embajador de los Estados Unidos de América, señor Summer Welles, el presidente de Cuba, general Gerardo Machado, dimitió el día 13 de agosto de 1933. El general Machado había creado una situación provocativamente crítica, al declarar, ya reelecto para un segundo mandato, que no dejaría el poder hasta el año 1938, argumentó que era ese el año final del período para el que había sido elegido, y que la oposición que le adversaba «era poca cosa».

La huelga fue aprovechada por el Partido Comunista, el segundo numéricamente de la América Latina-, para alterar el orden público, demandando entre otras cosas, la expropiación de las tierras pertenecientes a los grandes terratenientes, a los que se le calificó de imperialistas. Inesperadamente, una radioemisora había radiado la falsa noticia de que el Presidente había renunciado, demandando que el pueblo saliese a la calle, «de modo que el tirano pueda comprobar su impopularidad». Una gran manifestación se dirigió hacia el Capitolio, con los resultados de que se hicieron disparos para provocar a la Policía, y que ésta respondiese, con un saldo de dieciocho muertes y de centenares de heridos.

El día 9 de agosto, el Presidente Roosevelt había dicho al embajador cubano en Washington, que los Estados Unidos no intervendrían en la crisis política cubana, y que era su deber, que el pueblo no padeciese hambre. «Si el Presidente Machado, con la excusa de la crisis económica, decidiese marcharse voluntariamente, -dijo Roosevelt- el enviaría a La Habana varios buques cargados de alimentos para el beneficio del pueblo». Washington garantizaría las vidas y los bienes del Presidente Machado y las de sus más cercanos colaboradores. Le sustituiría provisionalmente el jefe del Ejército, ya que la vicepresidencia de la República había sido eliminada en la última reforma constitucional. La propuesta del Presidente Roosevelt fue rechazada por el ABC, la organización revolucionaria, cuyos miembros serían en el futuro, los principales integrantes del Partido Revolucionario Cubano.

Tras la renuncia del presidente Machado, más de mil personas murieron trágicamente, durante los actos de violencia desatados por las multitudes, que asaltaron las viviendas de los altos funcionarios, civiles y militares, del régimen derrocado. Una desatada violencia que el embajador británico reportó en un informe a su gobierno, como, «algo repugnante, porque mientras los negros peleaban por la posesión de las victrolas y los pianos, y los sirvientes por los chales de las señoras, familias bien vestidas, que viajaban en automóviles de lujo, se apoderaban de los armarios Luis XV y de las vajillas doradas de los fugitivos».

El llamado «gobierno de la clase media», presidido por el aristócrata Carlos Manuel de Céspedes, impuesto por el embajador Welles, no logro contener el desorden subsiguiente a la salida del país, del fugitivo presidente Machado y sus familiares y colaboradores más cercanos. Sobre todo, cuando el Partido Comunista ordenó, que se enarbolasen las banderas rojas en los centrales azucareros, propiedad de los inversionistas norteamericanos.

El día 4 de septiembre, se produjo el llamado «complot de los sargentos», lidereado por el sargento taquígrafo Fulgencio Batista. Este depuso a la alta oficialidad del Ejército, y se ascendió a sí mismo, con el grado de coronel «por méritos de guerra y servicios excepcionales al país». Y a las ocho de la mañana del día siguiente, el embajador Welles telegrafió a Washington, con el señalamiento de que oficiales del Ejército han sido depuestos, y un sargento llamado Batista, ha sido nombrado jefe del estado Mayor».

Con el apoyo del Directorio Estudiantil, Revolucionario, el coronel Batista asumió el control del país, asegurándole al embajador Welles la preservación del orden público y la garantía de la normalidad en la producción de las empresas azucareras. Así fue como se inició el ex sargento Fulgenio Batista en la actividad política cubana, la cual habría de dominar en los siguientes veinticinco años.

Antes de fuese elegido democráticamente como presidente de la República, en 1940, el Coronel Batista fue recibido en Washington, inclusive por el Presidente Roosevelt, con honores reservados para los jefes de Estado. Washington preveía la inminente participación de los Estados Unidos en la II Guerra Mundial, y el azúcar cubano había adquirido una excepcional importancia para su estrategia militar. El 10 de octubre el ya general Batista inició su jefatura del Estado, a los treinta y ocho años de edad, con el apoyo de todas las bases sociales, inclusive capitalistas y comunistas. Y para combatirle, el doctor Ramón Grau San Martín, entonces en el exilio, se dedicó a reorganizar el Partido Revolucionario Cubano Auténtico, del que era el máximo líder, como se comprobó luego, el PRC no era ni auténtico ni revolucionario, sino una agrupación política, sustentada en meras palabrerías.

En las elecciones del 1944, el doctor Grau San Martín superó la candidatura del doctor Emilio Saladrigas, prohijada por el general Batista. El período de gobierno del Presidente Grau, fue el más corrupto hasta entonces conocido, superando en mucho, el de uno de sus antecesores, el del doctor Alfredo Zayas.

El segundo período de gobierno del Partido Revolucionario Cubano, presidido por el doctor Carlos Prío Socarrás, llamado «el presidente de la cordialidad» prosiguió la conducta del anterior. Su contricante había sido Eduardo Chibás, sustentado por un recién creado Partido Ortodoxo. Chibás había sido también un dirigente universitario, combatiente de la dictadura del general Machado. Conforme a lo expresado por un humorista de la época, su «slogan», «Vergüenza contra el dinero», fracasó, porque «Chibás era muy feo, miope y bizco, de modo que no se sabía en que dirección estaba mirando».

El Presidente Prío se apartó de su apañador, el doctor Grau San Martín, y su gobierno se caracterizó por el «chambeleo» y la corrupción. Así pues, dividido el Partido Revolucionario Cubano, quedó expedito el camino para el retorno del general Batista, mediante el «madrugonazo» del 10 de marzo de 1952. Este a la vez cayó como una fruta podrida, luego de siete años de robo y de raterías. Y el 31 de diciembre de 1959, tuvo que refugiarse en nuestro país, huyéndole aterrado al grupo revolucionario que lidereado por el comandante Fidel Castro, descendió victorioso desde La Sierra Maestra.

La revolución que derrocó al presidente Machado, en 1933, fraguó en definitiva el año 1959, con la instauración del socialismo en la isla de Cuba, desde entonces Territorio Libre de América. «No se puede guiar a un pueblo contra el alma que lo mueve», sentenció José Martí, en la carta inconclusa enviada a su amigo mexicano Manuel Mercado en 1895.

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