Anotaciones sobre el Estado fallido

Anotaciones sobre el Estado fallido

MARÍA ELENA MUÑOZ
Ya lo señalamos en la entrega anterior (ver «Hoy» pag. 15 del 23/7/2005): lo que está realmente fallido es el sistema, porque el Estado es solo uno de sus instrumentos. Pero el nuevo orden internacional prefiere llamar con el calificativo de fallidos a esos Estados débiles que han fracasado en la dinámica de control que deben ejercer frente a las inconductas y excesos de los que manejan los mecanismos de dominación que le ofrece el citado sistema, como son los poderes públicos y los partidos políticos, entre otros.

Dado que en nuestro país estamos atravesando una crisis similar a la expuesta más arriba, nos han colocado en la lista de los Estados fallidos, criterio que pareciera fortalecerse solo al observar la tremenda inversión de valores y el insólito trastrueque de funciones, de los llamados a imponer el orden que son los que propician el desorden, los que deben respetar las normas de la moral, son los que las violan y los que deben controlar el desenfreno económico, son los que lo crean. Por tanto no es extraño que por ahí transiten sin brida, los caballos desbocados de la corrupción administrativa, el caos financiero, la ingobernabilidad política, la crisis de los partidos políticos; factores que además agrandan la brecha de la desigualdad y la injusticia social.

A esta panorámica sombría se añaden otros derivados de una tesis avalada por los entendidos del tema, que sostiene que el Estado es una Federación de servicios, la que si aplicáramos, concluiríamos diciendo que el Estado hace tiempo que esta fallido, porque como lo sentimos cada día, hace décadas que dichos servicios vienen sufriendo un deterioro galopante, hasta niveles mínimos en algunos casos, tal los relativos a la salud, la educación, vivienda, empleo, energía eléctrica, transporte, etc.

Aunque esta situación se venía produciendo hace mucho, sin despertar alarma alguna en el ámbito internacional, es con el ‘Affaire Quirino’ el Zar de los estupefacientes, que la misma llega a su clímax perdiendo el sentido de las proporciones. Porque dicho flagelo había permeado amplios sectores de los citados poderes públicos y sus soportes, tal el militar, lo que ha puesto a tambalear los cimientos del sistema. Es en este contexto que surge la denuncia del Estado fallido, porque los poderes hegemónicos solo actúan cuando sus intereses son afectados o entran en juego: República Dominicana colocada en situación de puente del narcotráfico entre Haití y EUA es algo inadmisible, porque vulnera ciertos objetivos de su política exterior, pero su intervención en este asunto les ofrece el pretexto adecuado para el logro de otros en ese contexto externo, como es, por ejemplo, el geopolítico.

Es justamente en este orden donde el adjetivo de Estado fallido cobra su verdadero sentido y asume diversas tonalidades acordes con la coyuntura internacional existente en cada época e incluso con cierto asidero en el ámbito de los antecedentes. Porque los primeros en dudar de la integridad y capacidad del flamante Estado dominicano en los albores de su independencia fueron nuestros primeros gobernantes, al justificar la búsqueda de la «protección» de una gran potencia colonialista como forma de defensa ante la «amenaza haitiana», sin reparar y sin el más leve asomo de pudor, que en los 17 años de guerra insular, luego de 1844, jamás los haitianos nos ganaron una sola batalla. En este contexto, recordemos los actos anexionista de Santana y Báez, el primero en 1861 a España y el segundo con el proyecto de incorporación a EUA, en 1870.

Camino lo trillado por el «Coloso del Norte», cuando a inicios del siglo pasado inhabilitaron frente a la comunidad internacional a los dos Estados que comparten la isla, al declararlos incapaces de asumir sus compromisos externos y aplicarle un comodine de la Doctrina Monroe, como fue el Corolario Roosevelt, que justificaba «la intervención por deudas». Con la Ocupación materializada en Haití y República Dominicana en 1915 y 1916, respectivamente, de un sólo plumazo se borró la frontera reivindicando el sueño haitiano de «la isla única e indivisible», convirtiéndola al mismo tiempo en una colonia norteamericana. Así de fácil.

De hechos semejantes deducimos con T. S.Elliot, el gran poeta anglosajón en su obra «Tierra Baldía», que «entre el pensamiento y el acto nace la sombra» Lo dejó entrever el Presiente Fernández al tratar el tema: «Si la intención es que la República Dominicana sea un Estado fallido, para ser ocupada, que se sepa que tampoco admitiríamos de ninguna forma posible una ocupación a la República Dominicana». Frase que interpretamos así: que si la idea es vendernos como Estado fallido como se dice hoy, incapaz, inhábil o minusválido como nos llamaban ayer, es intervenimos; que no sueñen, aunque sea sutil, directa, la más consecuente con las necesidades imperialistas de los nuevos tiempos, como es la citada en el orden geopolítico.

Porque desde nuestra isla colocada estratégicamente «en la boca de todos los continentes», léase americanos, al decir de un oficial de la España anexionista de 1861, y en especial la zona del Caribe, turbulenta desde los años 60 del siglo XX, como sus olas en cimarronadas de mar, que amenazan con propagarse al cono sur entero. Porque ya no solo es Venezuela, con el Chávez de un socialismo autóctono, dentro de los perfiles integracionistas bolivarianos, mecanismo de unidad, defensa y desarrollo latinoamericanos, sino que ahora el «Condor no solo pasa», sino que siguió de largo, tema a continuar en otra entrega.

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