Ansiedad, angustia, desesperación

Ansiedad, angustia, desesperación

COSETTE ALVAREZ
En ese estado generalizado nos encontramos los dominicanos y las dominicanas. Al momento de sentarme a escribir, luego de mucho llorar, acabo de ver a un joven motorizado robarse un tanque plástico lleno de basura, a pocas casas de la mía. Se puso tan nervioso cuando percibió mi presencia, que el tanque se le cayó, derramó buena parte de la basura en el medio de la calle y huyó despavorido, eso sí, agarrando bien el tanque para que no se le volviera a caer.

En eso salieron varios vecinos a comentar el robo, y sólo se callaron cuando les dije: “Ese muchacho va a vender ese tanque, nuevecito, en un par de pesos para echar un poco de gasolina a su moto y desayunar. No le alcanzará para más. Y no tenía cara de delincuente, iba muerto de miedo.” (Cerca del lugar donde vivimos, hay un puesto de venta de tanques, y el muchacho, si miré bien, es motoconchista en este sector.)

De ninguna manera estoy apoyando su acción. Lo que no me parece justo es que ahora lo metan preso, le abran un expediente a alguien que no encontró mejor forma de resolver una urgencia, cuando quienes nos tienen a todos en esta situación, y no por lo que puedan valer todos los tanques de basura del mundo, sino por miles y millones de veces más, andan emperchados, bien montados y mejor escoltados, dirigiendo los destinos del país (derechito a un precipicio más grande que éste en el que nos encontramos).

Tengo que recordar al desaparecido Narcisazo, su inolvidable humor tan reflexivo, como aquella vez que nos dejó de una pieza, mostrando a un hombre en consulta médica: “Tómese una pastilla después de cada comida”, a lo que el (im)paciente le contestó: “Pero, doctor, si tuviera comida segura, no necesitaría el medicamento”.

Supongo que todo el mundo está enterado de que las famosas tarjetas del programa “comer es primero”, incluyendo las que fueron distribuidas desde hace meses, no funcionan, o sea, no han sido insertadas en el sistema, así que nadie ha podido comer con esos humillantes trescientos pesos y, no conformes, los beneficiarios han pasado la vejación de, o tener que dejar en el mostrador lo poco que se puede comprar con esa suma, o quedar debiendo, según la (buena) voluntad del pulpero.

No tengo que contarles el tiempo que llevo tratando de juntarme con mis viáticos del año dos mil tres que cayeron en deuda pública. Ahora me salen con que, dentro de un mes, pagarán el sesenta por ciento de un dinero que no estoy pidiendo como dádiva, ni como limosna, ni como prebenda, sino que me lo deben y lo necesito de urgencia, con el cual de ninguna manera resolveré lo que ha significado estar sin trabajo desde diciembre. Encima, me desean que Dios me ayude. ¿Qué les parece?

Y es que, señoras y señores, el manejo del erario dominicano es de lo más extraño. Aparecen rápidamente todos los millones de pesos y dólares para todo lo que se les ocurre a los funcionarios, generalmente para asuntos que no nos convienen y de los que muchas veces ni nos enteramos, no hablemos de los constantes viajes oficiales, cuyos resultados en términos de beneficios para el país son cada vez más dudosos. Pero, ¡qué difícil es cobrar los centavos, los menudos! Para eso, no hay dinero.

Como si el desgaste y los gastos de tiempo y dinero no fueran suficientes, el desdén, irrespeto y/o burla con el que se atreven a dirigirse los funcionarios y su personal a los ciudadanos y a las ciudadanas, no está escrito. Por ejemplo, parecería que a Amable Aristy se le olvidó que está en ese puesto gracias a los tanques de guerra que Leonel sacó a pasear por nuestras calles y avenidas a principios de 1999. ¿Con qué calidad se da Amable el lujo de poner a dar vueltas o dejar plantada una y otra vez a una persona que, por supuesto a cambio de un pago justo, quiere plantearle un programa que, ejecutado a través de los ayuntamientos, mejoraría la calidad de vida en todos los municipios?

¿Cómo se atreve la secretaria de un director, por ejemplo del Correo, a exigir que se le diga a ella el tema a tratar con su jefe para decidir si le da el mensaje de requerimiento de cita? ¿Qué puede pensar un ciudadano cuando llama al CONAU y el telefonista dice que le dio el mensaje a su presidente y que él dijo que respondería después (léase nunca) a una llamada que él mismo sugirió se le hiciera, y no para pedirle nada, sino para ponerle en bandeja un plan que le sirviera para demostrar un cierto nivel de interés en la población de cuyas contribuciones cobra su sueldo y demás beneficios inherentes al puesto?

No crean que en sector privado las cosas son diferentes. A mí misma me llamaron de un enorme proyecto turístico del Este para que, de urgencia, les preparara un programa de entrenamiento. Al cabo de tres meses de viajes y llamadas, y todo el conflicto interno por la idea de irme a vivir allá, por un lado dejando a mis dependientes y por el otro con la situación de los apartamentos de Pueblo Bávaro, me contestaron que no habían tomado decisión ¡sobre un asunto que les urgía!, y que si me habían maltratado, se disculpaban, al tiempo que me colgaron el teléfono mucho antes de que yo pudiera emitir sonido alguno.

Como ésa, puedo contarles decenas de historias, recientes todas. Y, por dolorosas, no les cuento las de algunas amistades y su peculiar forma, no solamente de pretender ganarse el Cielo a expensas de nuestras necesidades, sino de querer mostrar al resto del mundo lo buena gente que son por su sincera y profunda preocupación por nosotras, especialmente cuando la solidaridad se ha manifestado. Como decía un querido amigo, ya muerto, “frankly speaking, darling,…”

Como “quien de su falda corta, su nalga enseña”, también me privaré de entrar en materia de la familia ante un miembro en crisis. De todos modos, estoy segura de que todo el mundo tiene anécdotas en ese sentido, así que las mías salen sobrando.

Agradezco al siquiatra amigo que me recomendó los antidepresivos, pero mi depresión no se cura con pastillas, nunca he tenido disciplina para los remedios, y no puedo comprarlos.

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