Antagonismo innecesario

<p>Antagonismo innecesario</p>

MANUEL A. FERMÍN
El licenciado Danilo Medina ha decidido comenzar a levantar su tienda y abrirse paso hacia la Presidencia de la República, como señalara Ulises Heureaux: “Sin pensar en colchones ni almohadas, sin pensar en comodidades, haciendo abstracción de todo, y hasta de las mujeres, y dedicándose exclusivamente al logro de su propósito”.

Su apresurada partida del cargo ha determinado que el presidente Fernández informe que “no llenará la vacante”, posición que reconoce atributos extraordinarios en Medina, o también que no le reconoce nada.

Hay lucha, y la política es eso, por tanto los argumentos no dan pie a erróneas interpretaciones de la realidad. Medina y Fernández están en el camino de la premonición de que cualquiera de los dos que gane a lo interno, pierde, pues la ferocidad de la convención llevará al PLD a un proceso cismático con grietas posiblemente insalvables.

Para Medina y sus seguidores la falta de desprendimiento y de pureza unidas a las ambiciones, crean un desgaste de gobierno y partido que deforma ásperamente la buena gestión y toda la administración termina extraviándose por el sendero señalado por Lord John Emerich, Dalberg-Acton: “El poder tiene tendencia a corromperse y el poder absoluto a corromperse absolutamente”, citado tan frecuentemente. Ellos prefieren un doctor Fernández proyectándose como un líder para señalar caminos, una especie de personalidad bienhechora orientada a móviles superiores. Sin embargo, los “Leonelistas” entienden que el licenciado Medina es el hombre adecuado para atender la organización partidaria que luce sin una voz autorizada que contraponga ideas y dirima faltas con la oposición vistas las posiciones que ocupan sus dos más importantes voceros cuyas funciones riñen con la permanente atención de sus cargos.

El presidente Fernández parece que no quiere arriesgarse a exponer públicamente lo que siente, y es entendible para un mandatario que si va o no a la repostulación sería extemporáneo conociendo que “en política las decisiones son hijas de las circunstancias”.

Es cierto que el doctor Fernández abjura de la fuerza, de la violencia del poder, pero él conoce el pensamiento de Thomas Hobbes que en su leviatán nos dice que “la única razón para mantenerse en el poder es buscando más poder”, por tanto podría correr los riesgos tras la gloria. El sabe, además, que quien gobierna, tiene un liderazgo con alcance en la vida nacional y que grandes núcleos del pueblo dominicano quieren evitar que de nuevo el país caiga en manos de gente, no sólo corrompida sino también descalificada.

Es innegable que por la multiplicidad de falencias algunos reeleccionistas no han logrado seguir en el mando, pero a Leonel le favorece que ha recuperado la confianza en el país, la estabilidad de la economía y por tanto un buen ambiente de inversión; además, ha restablecido la dignidad, la majestad y la grandeza de ser presidente, tan afrentadas en el gobierno anterior.

Independientemente del respeto que tenemos por el licenciado Medina, el presidente Fernández tiene más títulos y posee las virtudes domésticas del caudillo dominicano “como es el de la unidad política tan variopinta que se aglutina en su persona”. Desde luego el ambiente económico y político que prevalezca será en gran parte responsable de la temperatura reeleccionista y se impondrán las razones que favorezcan u obliguen al Presidente a abdicar o no de su potestad. Si Medina no juega a esto, contribuirá al desamparo de él y los suyos.

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