Ante el ocaso de un Titán

Ante el ocaso de un Titán

RAFAEL T. HERNÁNDEZ R.
Era un hombre genial. Líder natural, profundamente arraigado en nuestro país. Con gran sensibilidad social y amor por sus semejantes. Jovial y amistoso. Amigo incondicional. Familiar hasta las últimas consecuencias. Las experiencias que acumuló a lo largo de su vida, lo convirtieron en un punto de convergencia, un patriarca, respetado y querido por toda su familia, y sus relacionados. Su partida nos deja un vacío imposible de llenar.

Hace muchos años iniciamos una partida de tenis que duraría veinte años. Jugábamos en el Club Naco a las cinco de la mañana.

Al principio ganaba siempre. El día que empecé a resarcirme, y a ganar, me sentí tan contento que le hice el gesto de los ganadores, acercándome para darle la mano, bajé el cable y pasé sobre la malla. Me miró con una sonrisa simpática y burlona diciendo: «Usted viene con ínfulas de ganador y no puede saltar sobre esa malla».

Bueno primo, eso no va a ser posible, le contesté «Ahhh…..pues no crea que usted ha hecho gran cosa… Mire esto…»

Se retiró hasta la línea de saque y salió corriendo para saltar sobre la malla. Tropezó y cayó sobre el asfalto. Corrí para ayudarlo. Pero se incorporó sólo, diciéndome: «No se preocupe…..estoy bien».

Gracias a Dios la caída sólo le produjo dolores y un hematoma enorme, pero no hubo roturas. Sólo estuvo fuera de la cancha una semana. Cuando reanudamos los juegos, me esperaba otra sorpresa, antes de empezar a «bolear», me dice: «Vea…primo…, lo que voy a hacer»…Y empezó a correr hacia la malla…saltándola limpiamente. Asombro, estupefacción y alivio me conmueven todavía, aunque han pasado tantos años de ese suceso.

Para mí, Luis Augusto Ginebra Hernández fue una especie de héroe, un titán.

Era un triunfador. Muy joven, a los veinticinco años, fue Gobernador en Puerto Plata, su provincia natal y en la carrera política desempeñó algunos cargos diplomáticos y altos puestos en la administración pública. Hizo lo mejor para el país. Trabajó con diafanidad, dejando personas agradecidas por sus orientaciones, o por su ayuda, que prodigaba generosamente a quienes lo necesitaran.

Cuando tuvo que empezar de nuevo, en edad madura, estaba preparado. Creció en la adversidad.

Asumió el reto, y desempeñó con brillantez los importantes roles que le tenía reservado el destino. Se rodeó de un excelente equipo y trabajando duro pudo levantar sus negocios a los más altos niveles del empresariado nacional.

A veces lo visitaba al mediodía, en su despacho hasta finalizar la primera jornada del día y lo acompañaba para bajar las escalera juntos, (nunca utilizaba el ascensor).

Acostumbraba detenerse unos segundos frente al crucifijo que había hecho colocar en una pared de su despacho. Un día, se detuvo más tiempo del que acostumbrado y habló: Señor…Yo no puedo pedirte que me ayudes…porque eso lo haz hecho siempre….hazte cargo de mi…

Esto dicho con tanta fé y recogimiento como no lo había visto u oído nunca antes. Estaba frente a un espíritu inmenso.

Capaz de realizar lo que se propusiera. Y eso fue lo que hizo durante toda su vida. El ejemplo de su fe es como un emblemático ¡SE PUEDE!, superar situaciones y salir adelante, Si uno sabe lo que quiere, y pone el esfuerzo necesario para alcanzar las metas que se propone.

En la primera mitad de los años ochenta sus aportes dentro de la cúpula empresarial fueron notables. Algunos de sus discursos pueden considerarse piezas históricas, que, por su contenido ideológico y por sus posiciones lúcidas pusieron el empresariado en la palestra, haciendo opinión y colocando el Consejo Nacional de Hombres de Empresa en el importante lugar que hoy se encuentra.

Su espíritu vivo y lleno de fe se mantuvo hasta sus últimos momentos. Hace algunas semanas, ya muy agobiado por sus padecimientos, me decía: «Primo…, me siento como… una cosa. La enfermedad me ha puesto de tal forma que necesito que me lo hagan todo». Y yo mirándole el brillo de la mirada y conocedor de la enorme fuerza que había detrás de esa luz, que transcendía las debilidades de su cuerpo, le dije: Primo, su mente y su espíritu son más usted, que su cuerpo, y le recordé los versos de amado Nervo:

«Espacio y tiempo, barrotes de la jaula.

En que el ánima, princesa encantada,

Está hilando, hilando cerca de las ventanas de los ojos (las únicas aberturas donde suele asomarse, lánguida).»

Esa mirada suya podía ser la expresión más auténtica de sus sentimientos. A veces era profunda y sabia, otras veces era taladrante, y la mayoría de las veces tierna, afectiva, derramando el caudal de su bonhomía. Así, aun cuando su cuerpo no le obedecía, era posible entender sus pensamientos serios o de buen humor, de agrado o reproche. Porque siempre estuvo lúcido.

En una ocasión, estando inmóvil y pasando un momento doloroso alguien dijo algo disparatoso en la cercanía, y él le dirigió una mirada con un chispazo fulminante, me miró y dándose cuenta de que yo había percibido el reproche, nos reímos de buena gana, todo esto sin que mediaran palabras.

Eso me hizo comprender su lucha denodada, defendiendo su vida, soportando dolores y fatigas con entereza.

«No lo estoy pasando bien… pero estoy vivo. Gracias a mis ángeles.» dijo refiriéndose a Mayra, Maribel y Marino y a toda su descendencia que el adoraba.

Sigo con Amado Nervo en el mismo poema que he citado: «Espacio y tiempo, barrotes de la jaula:

Ya os romperéis, y acaso muy pronto, porque cada mes, hora instante os mella, ¡y el pájaro de oro acecha una rendija para tender sus alas! «.

La partida de Luis Augusto Ginebra Hernández (PAYO) nos empobrece a todos. Pero su paso por la vida nos deja las luces de su recuerdo y el ejemplo de su coraje.

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