No por mucho repetir la proclama la unión hace la fuerza, ésta tiene menos valor y pertinencia. Lo contrario. Pero se precisa para ello ser prisionero de una cultura de desprendimiento, que piense menos en el yo y más en nosotros. De una cultura que profese como religión la fraternidad y la solidaridad humana; que crea en la colectividad como fuerza innovadora, no en el individualismo; en la participación, no en la exclusión; en la dirección democrática, que respeta la disidencia, no en la autocracia y el mesianismo; en el liderazgo ético, no del caudillo embaucador y solapado. Mientras al hombre bueno se le hace difícil reunirse, planear y concertar acciones conjuntas para yugular el mal, el perverso no pierde la oportunidad para agruparse, lograr alianzas e imponer sus apetencias. Por eso se hacen fuertes, casi invencibles.
Por eso debemos saludar y nos identificamos con todo esfuerzo que propugne por la unidad enlazada por la identidad de ideales y propósitos, por la comunión de principios y valores que eliminen las pequeñas diferencias que puedan separarnos del objetivo final y disminuyan el potencial social renovador que requiere el cambio cultural y político para lo mejor. Con la cooperación de todas las fuerzas civilistas, no retrógradas; sin exclusiones estériles, en el predicamento de que el camino es largo y la lucha permanente, no limitada al yo y ni al ahora, que dejan morir el futuro.
Por eso saludamos la declaración pública de un grupo de ciudadanos y ciudadanas no militantes ni comprometidos con partido político alguno que saludara el advenimiento de una cumbre de dirigentes y candidatos de partidos minoritarios, no oficialistas, con ansias de cambiar y mejorar las cosas, y resaltara la necesidad de una dirección nueva en los asuntos del Estado y la integración de los diversos sectores progresistas y patrióticos y el abandono de la pasividad que permite el asombro de la desintegración moral, la pobreza, la marginación, las carencias y necesidades vitales de pueblo potencializadas por el aumento de la corrupción, la impunidad, la violencia y la inseguridad ciudadana.
Preciso se hace despertar los oídos sordos y la indiferencia del poder dominante, con acciones iniciadas con éxito en otros países hermanos, igualmente hartos de engaños y decepciones, antes de que se haga demasiado tarde. Procurar la unión en torno a un programa de gobierno que responda a los anhelos de pueblo dominicano y exprese alternativas a las fuerzas políticas tradicionales que no han podido o querido hallar soluciones reales a los rezagos históricos que padecemos. El programa de lucha esbozado y firmado en la Cumbre celebrada por pequeños partidos independientes, ilusiona. Crea expectativas favorables. Pero faltan voces autorizadas que se sumen al proyecto. Mayor concertación y esfuerzos para lograr una verdadera unidad social que pueda conducir a un éxito electoral realista, como primera meta de una carrera mayor que se inicia como el pequeño grano de mostaza del que nos habla la Biblia que sembrado en tierra fértil fructifica, pero hay que abonarlo para poder recoger y disfrutar todos de su cosecha.