Ante la conmemoración de la Hispanidad

Ante la conmemoración de la Hispanidad

Leyendo “El laberinto de la soledad”, del mexicano Octavio Paz, se aprecia un enmascaramiento de la realidad, algo así como una ambigüedad, una contradicción de oposiciones dialécticas. De tal mitologema deriva la necesidad de inventar la Historia. Con ello, ésta ingresa en el terreno de la intermediación literaria. Lo cual no es bueno ni malo, entiéndase bien, es sencillamente irreal.

El término que encabeza éste artículo, que dedico a los dominicanos con un abrazo fraternal, ha tenido múltiples respuestas, como signa de fuertes inquietudes intelectuales. A este respecto, reclamo atención hacia el libro de Ramiro de Maeztu, publicado en 1899 “Hacia otra España”. Fue aquella una época en la que el pensamiento español, desde un hondón psicológico de pesimismo, clamaba por la regeneración y la búsqueda desesperada de Europa; el propio Maeztu, que había viajado por Europa con mirada de águila y no con ojos de ratón, convencido de que en el viejo continente no se encontraría remedio a los supuestos “males que enfrentan a España”, publicó en 1919 “La crisis del Humanismo”, que es a su vez respuesta al que el joven José Ortega y Gasset escribió en 1914 con el título de “Meditación del Quijote”. Se planteaba ahí aquella pregunta impresionante “Dios mío, ¿que es España?, ¿qué es esta España, este promontorio espiritual de Europa, esta como proa del alma occidental?”.

Pero Maeztu no logró una respuesta coherente a la inquietante pregunta del filósofo. Aquel formulador de la Hispanidad vivió una intensa vida pública y literaria que le llevó hasta Buenos Aires como embajador de España en Argentina, terminando sus días en uno de los paredones del Madrid de 1936. Intuyó genialmente la Hispanidad como algo grande que tenía que basarse en lo más decisivo del contenido de la política, que entiendo en la misma clave que la concibió el presidente Kennedy, en tanto “acción afirmativa”, es decir, ejercicio no dubitativo, no incoherente, no irresoluto, sino firme, bien pensado y asimilado en la tradición, admitiendo las aportaciones innovadoras de la realidad cotidiana para crear una sustancia nueva.

Cuando Ortega viajó al mundo americano de habla española y tomó contacto con este “umwelt” (que podríamos traducir por ambiente o medio circundante), describió lo visible y también lo invisible. Al reflexionar sobre este medio circundante, lo implicó en sus reflexiones, algo que el novelista argentino Eduardo Mallea describiría, más adelante, en sus magnificas novelas. Ortega, poco después de su paso por América, recibió el impacto de la obra de Martin Heidegger, Sein und Zeit (1927), y profundizó en su interpretación cultural del mundo hispanoamericano concluyendo que España en América ha hecho el injerto de oriente y occidente sobre dos pilares fundamentales: la tradición viva del humanismo español y la novedad americana:

Demostró -y más tarde lo explicó Juan Rof Carballo- que los españoles tejieron en América una urdimbre afectiva de violencia y ternura -sangre, sudor y lágrimas- y llevaron a cabo no solo un Descubrimiento, sino específicamente una fundación. Esta contiene, desde su perspectiva, elementos positivos -contrastando, sin duda, con los negativos- tales como la creación de unas instituciones, el basamento en un derecho específico; una red de ciudades democratizantes que transformó la preponderante tendencia rural, siguiendo la tradición del municipio castellano; una decisiva evangelización civilizadora que hizo posible el desarrollo de un considerable y sólido cimiento moral y cultural, creando instancias estéticas -arte, literatura, pensamiento-  capaces de hacer vibrar con nuevos y dulces acordes de acentos metaatlánticos los valores de lo común en nuestra hermosa lengua española.

Esto, todo esto, es la Hispanidad. España se renueva en su historia con la americanidad, pues como dijo Ortega y Gasset, “aquello que amamos se nos presenta como algo imprescindible, es decir, que no podemos vivir sin ello… lo consideramos como una parte de nosotros mismos”. No valen las diferencias en este caso, sino la integración. Eso es la Hispanidad: conocimiento e integración. De su conexión, de su continuidad, surgen los bienes y valores que resumen lo propio de lo español, en algo muy hispanoamericano que es la lealtad como rasgo colectivo. En las “Partidas” (2.18-20) de Alfonso X el Sabio (siglo XIII) se define así: “lealtad es cosa que endereca los omes en todos sus hechos porque fagan siempre todo lo mejor. E por ende los españoles, que todavía usaron de ella más que otros omes”. Hispanidad es lealtad y sobre esa virtud hemos de construir y reafirmar nuestra Comunidad Iberoamericana.

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