El impacto y el trauma mental post-tragedia del Jet Set nos cambió nuestras vidas; más aún, en aquellas familias que han tenido pérdidas de vidas, de los politraumatizados, y de los que asistieron a personas en la zona cero de la tragedia. El dolor y el duelo durará meses y años, para que las personas vuelvan a reconectar con la vida, volver adaptarse psicosocialmente y lograr la resiliencia social.
Después de la entrega de los fallecidos, el poder despedirse de ellos, llorar, expresar el dolor y sentir el acompañamiento de familias, amigos, compañeros de trabajo, vecinos y de una ciudadanía que, demostró su espíritu voluntario con afecto, empatía, compasión, reciprocidad y altruismo, el duelo se hace mas liviano y se aprende a vivir con la pérdida y el dolor.
El dolor es inevitable, cada persona de forma particular vive su duelo, lo significativo que ha sido la pérdida de su ser querido. No existe un tratamiento único para el duelo, la angustia y agonía de una pérdida inesperada que, de golpe toca la puerta de nuestra casa y de nuestra existencia.
Cada quien debe vivir su pérdida y experiencia dolorosa, lo que nos corresponde es acompañar, dejar que llegue el desahogo, expresar con las palabras lo que nuestro cerebro y emociones piensan y sienten.
En las tragedias y en las pérdidas colectivas, las vulnerabilidades y trastornos mentales llegan por si solos: trastorno del sueño, ataque de pánico, enfermedades psicosomáticas, estrés-postraumático, soledad existencial, pensamientos suicidas, consumo de sustancia, entre otras. Ahora nos toca a psiquiatras y psicólogos, amigos, iglesia, vecinos, escuelas, movilizarnos en la ayuda psicoemocional y existencial.
La prevención, seguimiento y tratamiento oportuno en salud mental es la prioridad y debemos hacerlo con visión de transversalidad: familias, traumatizados, socorristas, brigadista, personal de salud, periodistas y las comunidades impactadas.
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El seguimiento y acompañamiento en salud mental dura meses y hasta años. Solo el que ha tenido una pérdida traumática sabe de su huella somática y de su dolor mental. Con el tiempo, volveremos a reconectar con la vida, a construir la resiliencia emocional y social.
Los síntomas psicológicos a identificar después de dos semanas de la tragedia son: nerviosismo, intranquilidad, pensamientos catastróficos, llanto fácil, miedo o terror y desesperanza.
La tragedia ha impactado la salud mental de una colectividad, donde algunas personas, niños, adolescentes y adultos temprano, que tengan una vulnerabilidad genética o psico-social, del desarrollo o neuropsiquiátrico, pueden ser dos a tres veces más afectado.
De ahí que, todos los afectados reciban ayuda psicoemocional. No es recomendable que las personas afectadas busquen de refugios negativos: consumo de alcohol o drogas ilegales, de casinos, de colmadones, aislamiento o soledad patológica. La adaptación psicosocial, laboral y del proyecto de vida, debe estar conectado con la familia, los amigos, la espiritualidad y el sentido de vida y de utilidad.
Perder un ser querido es más que un duelo, perder varios miembros de una misma familia es una tragedia, donde hay que reconstruir vínculos, apego y sentido de pertenencia. La resiliencia social nos ha enseñado a resistir y levantarnos de las adversidades. Dios siempre ayuda, la afectividad, el amor, la empatía, la solidaridad, el altruismo y el espíritu del voluntarismo social nos ayudará a reconectar con la vida.