Ante todo: ¡Tenemos que cambiar!

Ante todo: ¡Tenemos que cambiar!

Hay un amplio segmento de la sociedad que podríamos denominar progresista y serio, que repudia el derrotero que la clase política y social dominantes le han impuesto al país. Diseminados por todo el territorio nacional, estos se cuentan por decenas y centenares de miles. Los hay que tienen una definida posición ideológica y otros que, constituyendo la mayoría, sencillamente sienten la necesidad de un cambio de rumbo que pueda dar paso a la esperanza y a los cambios necesarios.

Esta inmensa población constituye la masa crítica de cualquier cambio posible en un futuro cercano. Han observado cómo, gobierno tras gobierno, estos se van igualando en cuanto a negar toda posibilidad de cambio positivo en la sociedad,  y en los últimos meses, este descontento ha crecido y se expresa en forma mucho más evidente.

Pero quienes dirigen nuestra sociedad, las minorías que dominan las cúpulas de los partidos, las cúpulas sociales y económicas, las de la iglesia y de los tres poderes del Estado, mediante una unidad que está por encima del partidismo y de los intereses particulares, han establecido y aceitado una poderosa maquinaria mediática, política, de complicidades y de lo que podríamos denominar de “construcción de opinión pública” tan poderosa, que esa masa crítica, materia prima de cualquier cambio progresista, aparece inerme, dispersa ante la avalancha de desafueros que caracterizan las prácticas de los sectores que están en la cúpula de la sociedad.

Se nos impone la Constitución más atrasada de nuestra historia republicana; se cercenan derechos ciudadanos, se fortalece el autoritarismo, la corrupción y la impunidad; los partidos se han convertido en compañías por acciones para que sus cúpulas depreden el erario.

Han impuesto un modelo que genera desigualdad y polarización social permanentemente, donde las principales riquezas del subsuelo, nuestras playas, las grandes fuentes de agua, la inmensa biodiversidad del país, está terminando en manos de poderosas minorías nacionales y extranjeras. Aparatos militares y policiales de los Estados Unidos y otros países, como el FBI y la DEA, empiezan a actuar a “la luz del sol” en el país, con la complicidad de las autoridades.

Un gran desastre. Para empezar a revertir este derrotero, la parte más activa y más lúcida de esa gran masa crítica que mencioné, estamos obligados, como pasó en los primeros seis y siete años de la década del 60, a cambiar nuestro ritmo de actuación, nuestras actitudes y hasta nuestra complicidad con este estado de cosas.

No hay otra forma de construir una alternativa política a este desastre y a construir redes alternativas para la comunicación con el pueblo, que no sea cambiando radicalmente nuestros actuales comportamientos.

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