Ante un juicio prematuro

Ante un juicio prematuro

JOAQUÍN RICARDO
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Otra cita inexplicable que realiza el autor del artículo de referencia, Güido Riggio Pou, es la concerniente al ilustre escritor Miguel Angel Garrido. El doctor Balaguer no tiene que arrepentirse de los juicios formulados acerca de este reconocido panfletario, tal y como le denomina el ex-presidente. Todo lo contrario. Creo que el doctor Balaguer hizo cuanto estuvo a su alcance. No existe razón alguna que amerite una defensa. Los hechos están ahí y hablan por si solos.

Independientemente de todo lo que se podría expresar en el párrafo anterior, sería de utilidad aclarar que la cita de Miguel Angel Garrido a que se refiere el señor Riggio no está en Memorias de un Cortesano de la Era de Trujillo, sino en la obra Semblanzas Literarias, un libro que no se puede catalogar de biografía, como los demás. Creo que no es lo más correcto el no citar las fuentes ni omitir el hecho de que la cita corresponda a otro libro. Hay que mencionar el contexto en el cual se hizo tal afirmación y, obviamente, un juicio emitido para el estudio de figuras de nuestra literatura no es igual al expresado en “la radiografía moral de la Era de Trujillo”. Hay que sumarle el hecho de que Miguel Angel Garrido no figura en las páginas que “analiza” el señor Riggio.

Reconozco que no es igual emitir un juicio acerca de un personaje tan determinante y con tanto peso, en todos los órdenes, que hablar acerca del gnosticismo y su influencia en la sociedad santiaguense. No aspiramos a que sean “insiceros” (sic) ni aduladores. Tampoco a que reconozcan la activa participación familiar en “la claudicación colectiva” que, con tanta razón, señala el doctor Balaguer. Mucho menos a que todos aceptemos, ahora, el resquebrajamiento moral de la familia dominicana, acaecido durante la Era de Trujillo, sin auscultar en nuestras conciencias y “ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el nuestro”, tal y como se sentencia en Las Sagradas Escrituras.

Pedimos, con humildad y respeto, pero con firmeza, que no se pretenda reescribir la historia sin hacer acopio de la sentencia bíblica que acabo de mencionar. Siempre pienso en el patricio Juan Pablo Duarte, a quien el doctor Balaguer exaltó en El Cristo de la Libertad, publicado al mismo tiempo en que desde los hoteles, casas y emisoras se le reclamaba al tirano la aceptación de la paternidad de la nueva patria, cuando expresaba “Sed justos los primeros, si queréis ser felices”, pensamiento éste que ilustra la devoción cristiana del Fundador de la República y que el doctor Vetilio Alfau Durán recoge en el Ideario de Duarte.

El doctor Balaguer refiere en la página 94 de sus Memorias la dolorosa verdad de que Séneca, el célebre filósofo latino, conocido por sus obras de tono moral, fue la persona que redactó precisamente la carta en que Nerón anunció, con términos jubilosos al Senado, el asesinato de su propia Madre. En los fastos nacionales, y a través de toda nuestra historia, son muchos que sin la capacidad del ilustre pensador griego han tenido que presenciar y contribuir, lamentablemente, con la entrega de familiares y honras a las corrientes terrenas y místicas que han arropado a nuestra sociedad. Han tenido que pagar muy caro por estos trances y, claro, se han visto en la obligación de gestionar la misericordia social. Tengo la más absoluta convicción de que no es el caso de Joaquín Balaguer.

No espero que todos entiendan ni mucho menos aprecien al doctor Balaguer. Los seres humanos estamos secuestrados por nuestras profundas miserias morales y la tendencia usual es a ser muy severos en nuestro balance. Sólo aspiro a que cuando se pretenda enjuiciar o analizar, las actuaciones de personas que han sido señaladas por la voluntad popular, nos agrade o no, para desempeñar funciones de liderazgo, nos ajustemos a la verdad, sin importar sus consecuencias.

Los que pretenden enlodar con juicios sectarios la figura del doctor Balaguer y su presencia en la vida pública de nuestro país deben recordar que ya él se adelantó a esas posibilidades cuando afirma en sus Memorias, página 307, edición de 1988. “Una de las enseñanzas que me ha proporcionado mi permanencia durante casi sesenta años en la actividad política es la del valor que tiene para un hombre público el dominio de sus sentimientos y el de sus reacciones ante la crítica por injusta y mordaz que ésta sea”.

Deseo expresarle al señor Riggio que el doctor Balaguer, después de haber tenido la distinción histórica de ser, en múltiples oportunidades, “primus inter pares” no tuvo nunca la necesidad de ser “el más digno entre los indignos”.

Así las cosas, finalizo estos párrafos coincidiendo con el poeta y político francés Alphonse de Lamartine, en su ensayo sobre Los Miserables, citado por el culto y pulido escritor contemporáneo Mario Vargas Llosa, en su obra La Tentación de lo Imposible, cuando afirma: “La más homicida y la más terrible de las pasiones que se puede infundir a las masas, es la pasión de lo imposible”. A esta especie de acrobatismo histórico es que conlleva la ceguera moral e intelectual que parece asolar a muchos de nuestros compatriotas cuando, en un absurdo, desean despojar de todas las prendas morales a figuras paradigmáticas de nuestra historia. A veces no se puede negar el enanismo mental que predomina en nuestro medio, señal que luce indicar cierto “fundamentalismo de la mediocridad”.

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