Ante un juicio prematuro

Ante un juicio prematuro

JOAQUÍN RICARDO
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En el suplemento Areito del prestigioso diario matutino Hoy, en su edición del sábado 29 de julio del presente año, se publicó un artículo calzado con la firma del santiaguense Guido Riggio Pou, titulado “El más digno entre los indignos”, en alusión directa al doctor Joaquín Balaguer.

No es costumbre de quien escribe responder los criterios interesados que se publican alrededor de este dominicano ilustre. Más, haciendo abstracción momentánea de este principio, no dejo de responder alusiones mediante las cuales se pretenda vulnerar la realidad.

En este escrito, el autor persigue emitir su veredicto en lo concerniente a la figura del político dominicano más influyente del siglo XX. En este juicio, que su autor denomina “análisis”, el señor Riggio Pou tiene como único objetivo el desmeritar la cada día más agigantada figura del doctor Balaguer. Simples “manchas negras para el plumaje del cóndor”. Sólo me limitaré a señalar algunas incongruencias que flotan en este artículo.

Inicio por la cita que hace el señor Riggio Pou cuando califica como “la parte del libro más indiscreta, de la página 100 a la 109”, aludiendo a la obra Memorias de un Cortesano de la Era de Trujillo. Al hacer esta cita de nueve páginas, de un volumen que contiene casi cuatrocientas, el amigo Riggio Pou demuestra usar un procedimiento muy particular de investigación, al arribar a una sentencia personal de carácter histórico con base tan frágil. Desconozco las razones del autor para no tomar en consideración la obra en su conjunto, al igual que la segunda parte de La Palabra Encadenada, libro este último que, junto a Memorias de un Cortesano de la Era de Trujillo, es considerado por los lectores nacionales como las dos obras del doctor Balaguer que poseen un contenido autobiográfico.

No alcanzo a comprender, repito, cómo es posible emitir un juicio, especialmente de carácter psicológico, como al que pretende arribar el señor Riggio, desdeñando más de seiscientas páginas y tomando únicamente en consideración seis. Por otra parte, en las ediciones que he revisado, las nueve páginas antes citadas no corresponden a la numeración señalada por el amigo Riggio Pou en el artículo antes mencionado. En las ediciones consultadas corresponden a la páginas número 90 a la 96, inclusive.

El autor del escrito objeto de nuestra atención examina las reflexiones vertidas por el doctor Balaguer al describir el impacto que tuvo en su consciencia el horrendo asesinato de los esposos Martínez Reyna. Lamentablemente, el señor Riggio saca de contexto otras afirmaciones del autor de Memorias de un Cortesano de la Era de Trujillo en su inútil intento de cuestionar la conducta y la ética de su autor. No creo, como el aludido articulista, que el autor de La Palabra Encadenada “lleve inexorablemente una pesada carga moral e histórica a causa de las vejaciones, asesinatos y robos que se cometían contra el pueblo dominicano”.

El doctor Balaguer, como todos los integrantes de la sociedad dominicana que fue sometida a las designios del tirano, la misma a la que “hasta el pensamiento le fue conculcado”, ha dicho, con toda claridad, en la página 94 de la obra citada por el señor Riggio, “que no trata de justificar con esos razonamientos la responsabilidad moral que pueda caberle por su participación durante 30 años en el régimen dictatorial de Trujillo”. A diferencia de otros, con mayor o menor grado de culpabilidad por sus acciones y no por servirle a la Era, como fue el caso del doctor Balaguer, y no me refiero, obviamente, a los que desde la comodidad de sus hogares o desde la frialdad que da la altura de una cabina de radio convenientemente situada graznaban “Ramfis, promesa fecunda”- el doctor Balaguer decidió plasmar sus experiencias personales acerca de la Era, con el fin de cumplir con la cita del ilustre español Niceto Alcalá- Zamora, que inserta en una página al inicio de Memorias de un Cortesano de la Era de Trujillo: “Toda vida que alcanza por la fortuna y el esfuerzo algún relieve tiene el deber de transmitir sus reflexiones y sus recuerdos”. El se mantiene fiel a la misma, al transmitir a la futuras generaciones sus experiencias.

No soy capaz de entender el por qué se trata de desmeritar las menciones que el doctor Balaguer hace de personas “que se mantuvieron erectas en medio de la claudicación colectiva”, y que con el epígrafe de Excepciones resalta el autor de La Palabra Encadenada en la página número 90 de sus Memorias. No tiene el doctor Balaguer que justificarse, como pretende el señor Riggio. El autor de esta obra la publicó en vida, desde el ejercicio de la Presidencia de la República. Creo que una persona que haya sido favorecida por el pueblo en seis de las ocho ocasiones en que desempeñó la más alta magistratura del Estado no necesita mayor reconocimiento.

Por otra parte, tampoco tiene que “reconocer su bajeza” como claramente pretende el señor Riggio. No, bajeza tienen aquellos que no reconocen la grandeza de otros que han accedido a méritos que jamás se podrán alcanzar. El doctor Balaguer reconoce la preeminencia de esos valores morales en esa época “caracterizada por violentos contrastes y por tremendas contradicciones”. Me cuestiono que será más correcto: si reconocer el valor de estas personas o, por el contrario, enlodar a todos para justificar la falta individual, como parece pretender el señor Riggio.

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