Antesala del golpe

Antesala del golpe

El viernes 20 de septiembre (de 1963) estalló una huelga del comercio convocada por un Comité Cívico Anti-Comunista integrado por directivos de Acción Dominicana Independiente.  El Gobierno del presidente Juan Bosch declaró ilegal el paro, que afectó casi en su totalidad las actividades comerciales de Santo Domingo y otras ciudades del país.  En Santiago, la paralización cobró fuerza en horas de la mañana, aunque después del mediodía tendió a debilitarse.

La protesta provocó reacciones airadas de los partidos opuestos a una interrupción del orden constitucional, expresadas en comunicados del PRD, el Catorce de Junio e incluso del Partido Revolucionario Social Cristiano (PRSC), que tan crítico fuera de Bosch a lo largo de los últimos siete meses.  Pero la paralización constituyó un éxito rotundo para sus organizadores y permitió sacar a relucir las serias divisiones que aquejaban a los grupos dispuestos a respaldar a Bosch, cuya situación parecía ir resquebrajándose.  Desde su regreso de México a comienzos de esa semana, el Presidente parecía encontrarse en peor posición que al momento de emprender el viaje.  Ese día Bosch no fue temprano, como de costumbre, a su despacho del Palacio Nacional.  Se quedó en la casa analizando la situación con algunos de sus ministros y colaboradores más cercanos.

Cuando la paralización comenzó a tener éxito y las exhortaciones radiales se hallaban en su punto más alto, Washington de Peña fue en busca de José Francisco Peña Gómez, secretario general del PRD, para dirigirse juntos a casa de Bosch.  De Peña, de 27 años, había ocupado la secretaría general del partido hasta marzo, cuando serios desacuerdos con Bosch provocaron su renuncia.  El Presidente le había comunicado su decisión de convertir los locales del PRD en escuelas y bibliotecas. 

Washington de Peña y Peña Gómez encontraron a Bosch reunido con los secretarios Abraham Jaar, de la Presidencia, y Jacobo Majluta, de Finanzas, cuando llegaron a su residencia.  Fabio Herrera, viceministro de la Presidencia, esperaba en la sala por instrucciones del Presidente.

El coronel Julio Amado Calderón Fernández, jefe de los ayudante militares del mandatario, estaba ocupado en otros asuntos de la seguridad.

Washington de Peña casi le gritó a Bosch que debía tomar una decisión de inmediato y permitir que él y Peña Gómez acudieran a la radiotelevisora oficial a combatir, con los mismos medios, la subversión contra el Gobierno.  Majluta estuvo de acuerdo.

– ¡Esto (el paro del comercio y la agitación radial) es un crimen contra la República! – dijo Washington de Peña sin poder casi controlarse.

Después de una acalorada y larga discusión, parecieron llegar a un acuerdo.  Majluta tomó un pedazo de papel en blanco y escribió una extensa lista de nombres en él y lo pasó a sus compañeros De Peña y Peña Gómez.  Bosch llamó a Julio César Martínez, director de la radiotelevisora estatal, y lo instruyó para que se habilitara una cabina de transmisión a los dos dirigentes del PRD.

– ¡Hay que defender al Gobierno constitucional! – le dijo.

Con una lista de unos 60 comerciantes extranjeros, en su mayoría árabes y españoles que Majluta, ministro de Finanzas, había escrito de memoria, Washington de Peña y el secretario general del PRD salieron rápidamente en el automóvil del primero en dirección a la emisora con la idea “de ponerse cada uno al frente de un micrófono y empezar a defender al Gobierno y a atacar a sus enemigos”.

Martínez les vio entrar, fue a su encuentro y sin un previo saludo, les dijo a ambos:

– ¡Que pendejos son ustedes! ¿Cómo pudieron llegar a pensar que Juan Bosch iba a entrar en una cosa como esa? – y agregó que el Presidente lo había llamado de nuevo para echar hacia atrás la orden.

Desilusionados, los dos dirigentes del PRD regresaron a casa de Bosch a toda prisa.  Pero esta vez no pudieron verlo.  Se les diría que el Presidente estaba muy ocupado atendiendo otros asuntos.

De todas maneras, el Gobierno reaccionó con energía al paro del comercio.  Utilizando varios recursos obtuvo el cierre de emisoras que habían estado formulando exhortaciones al paro de actividades comerciales.  A varias de ellas se les cortó el suministro de energía eléctrica.  La compañía estatal de electricidad aprovechó el hecho de que algunas afectadas estaban atrasadas en el pago del servicio.

Los periódicos y las estaciones de radio se llenaron pronto de comunicados y declaraciones de apoyo al paro, por un lado, y de repudio al cierre, por el otro.  El PRD, el Partido Revolucionario Social Cristiano (PRSC) y el Catorce de Junio denunciaron la paralización como un intento de derrocar al régimen constitucional.  Las Fuerzas Armadas emitieron una declaración enérgica de respaldo irrestricto al Presidente y al orden constitucional.  En una nota de primera página de la edición del domingo 22, El Caribe resaltaba que este apoyo militar, a juicio de “observadores”, constituía una clara señal de que el movimiento no estaba “vinculado con un golpe de estado”.

Organizaciones de izquierda salieron en defensa del régimen, calificando, sin embargo, el cierre de actividades del viernes 20 como parte de un plan subversivo, pidiendo sanciones severas contra los responsables.  El Catorce de Junio aseguraba que los comerciantes que cerraron sus negocios atendiendo a las incitaciones radiales habían violado la Constitución, por lo cual se hacían pasibles de acciones legales.  Por su parte, el denominado Comité Cívico Anti-comunista, responsable de la huelga, explicó que su objetivo no era derrocar al Gobierno, sino llevar a cabo una protesta contra la creciente infiltración comunista.  “El Gobierno ha dado en esta ocasión pruebas manifiestas de que sólo es activo para acallar la voz de la fe y de las tradicionales espirituales del pueblo dominicano”, alegaba en un comunicado de prensa.

Parecía que todo se le venía encima al Gobierno, puesto que los trabajadores de la Azucarera Haina, el ingenio más grande del país, se proponían realizar una huelga el lunes siguiente, 23 de septiembre.  Si esta huelga se daba, la posibilidad de que el comercio cerrara nuevamente sus puertas casi resultaba un hecho.  En el fin de semana, todos los esfuerzos se concentraron en evitar que esta protesta laboral se diera.

El sábado, sin embargo, un comunicado, de los muchos publicados ese día en apoyo y repudio al paro del comercio, preocupó grandemente a las altas esferas palaciegas.  La Asociación de Industrias, si bien negaba en el documento haber tenido participación en la preparación del paro patronal – así lo llamaba -, anunciaba que la cooperación de los industriales al éxito del mismo se debía a su exclusiva voluntad “como un desesperado repudio a la creciente infiltración comunista en el país”.  Esa infiltración, decía, que “el Gobierno se obstina en ignorar”.

La asociación de industriales no hacía mención alguna de la toma violenta de emisoras de radio para difundir proclamas en favor del paro.  En cambio, señalaba: “Al repudiar y condenar, en forma responsable, los insultantes, soeces y difamatorios pronunciamientos realizados por Radio Santo Domingo (la emisora estatal), contra los industriales y comerciantes que intervinieron en el paro, esta Asociación ha visto además con profunda indignación que dicha radio oficial, haya también transmitido la alocución de un conocido líder comunista, el cual, con notoria indiferencia gubernamental, ha venido pronunciando una serie de conferencias de adoctrinamiento marxista-leninista, dictadas, la mayor parte de ellas, en los locales de las gobernaciones y ayuntamientos”.  Ese líder comunista era Manolo Tavárez, del Catorce de Junio.

El comunicado más que un respaldo al cierre del comercio del día anterior, constituía una abierta declaración de rompimiento de todo vínculo con el Gobierno.  Bosch debía saber que no podría esperar en lo adelante apoyo de este importante sector en la eventualidad de otra crisis política.  Sin duda, el país marchaba directo hacia una definición.  Pero el Gobierno no tenía razones para pensar que un desenlace estuviera próximo.  De todas formas, aún en medio de la situación crítica por la que atravesaba, el apoyo firme de los mandos militares era un fuerte sostén en donde apoyarse.  Eso creía Bosch.

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