Anthony Ríos se reinventa

Anthony Ríos se reinventa

POR MANUEL EDUARDO SOTO
Desde hace casi dos décadas, Anthony Ríos ha sido mi artista dominicano preferido. Durante las frecuentes visitas que hice en ese período a Santo Domingo –antes de establecerme definitivamente aquí– ir a sus shows era uno de los puntos centrales.

Sus sentidas canciones, sus ocurrencias y sesudos y elaborados comentarios sobre la idiosincrasia del dominicano me sirvieron para conocer profundamente el espíritu de la gente de este país. Así, puedo interpretar intuitivamente si alguien me dice que sí, que en realidad me está diciendo que no.

Pero los frecuentes cambios de escenarios de Anthony –Maunaloa, Diamante Bar, Hotel Napolitano, Casa Blanca, Gato Tuerto, etc.– hicieron que me alejara de sus presentaciones debido a que o los centros nocturnos estaban muy lejos del centro de la ciudad o en barrios que no conocía. Por lo que la reciente serie de conciertos que realizó junto al cantautor español Braulio García fue una buena excusa para volver a verlo y pasar de seguro un buen rato. El show era en el Maunaloa, un sitio cómodo y acogedor de propiedad del siempre amable empresario Edmón Elías que ha sido la base de Ríos –»El Loco» para sus íntimos– durante largo tiempo.

Con esas dos superestrellas en escena, lo aconsejable era llegar temprano para conseguir un buen asiento en la sala y un espacio adecuado en el parqueo. Eso, sin embargo, trajo consigo la incomodidad de tener que esperar más de dos horas el comienzo del espectáculo y sufrir las consecuencias de la escasez de camareros que trajeran una fría a la mesa. Finalmente, a la medianoche, comenzó a verse movimiento en el escenario, indicio de que pronto podría comenzar lo que habíamos venido a ver. Eran los músicos que acompañarían a Anthony Ríos, con el virtuoso guitarrista Carlos Vargas a la cabeza, en una variación radical de la forma en la que estábamos acostumbrados a ver al bohemio cantautor. Tradicional y convenientemente, Anthony antes se hacía acompañar por música grabada sobre la cual ponía su voz inconfundible, por lo que fue una agradable sorpresa que ahora subiera a escena con músicos en vivo. Además de Vargas, el cuarteto –vestido de riguroso blanco, incluso con sombrero– estaba compuesto por una segunda guitarra, un bongó y una maraca. A eso se sumó el hecho de que el repertorio también fue fresco y distinto a la larga lista de éxitos que ha acumulado este artista nacido hace casi 55 años en Hato Mayor. Fueron principalmente boleros cuidadosamente escogidos como «Tú me haces falta» y «Nuestro juramento», pero al final no pudo evitar cantar el tema que le ha dado su sello personal a través de los años: «Fatalidad», aunque con un sonido diferente al del disco.

Esto me hizo olvidar el mal rato que pasé en la puerta del Maunaloa, donde supuestamente estaría mi nombre como invitado esa noche, pero el encargado no lo encontró en ninguna hoja. Por suerte, el empleado tenía sentido común y cuando me identifiqué como periodista, me envió de inmediato a la mesa preparada para los representantes de la prensa.

Bien avanzada la madrugada, llegó al escenario el popular Braulio, quien a pesar de haber desaparecido hace años de los ránkings de popularidad local, sigue vigente en el gusto popular de los dominicanos. Acompañado por un tecladista armado con un sintetizador, el astro canario no tuvo que hacer mucho esfuerzo para conquistar al público que abarrotaba el centro nocturno vecino a La Feria. «Pequeña amante», «El vicio de tu boca» y «La más bella herejía» figuraron entre las canciones iniciales de su concierto, el que matizó con jocosos comentarios. «Ya soy abuelo», confesó ante la indiferencia de sus admiradoras, las que lo siguen incondicionalmente. «Y pronto voy a serlo por segunda vez».

Los promotores presentaron el espectáculo como una noche de bohemia y romance, y los que asistimos nos fuimos felices porque disfrutamos de eso y mucho más.

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