Antonio Sánchez Hernández – Caudillismo o democracia

Antonio Sánchez Hernández – Caudillismo o democracia

La dispersión política: Manuel Núñez, intelectual dominicano, en una ponencia que recoge Bernardo Vega en el libro «El debate sobre las generaciones» señala con vigor: «En el pasado tuvimos los caudillos de asonada. Ahora, el político disoluto; el lumpen político, cuya única pasión es depredar todo lo que a su paso encuentra.

Se hace, pues, una política sin ideales, basada en el latrocinio, en el crimen, la intimidación y en un narcicismo escandaloso.

La dirección de la burocracia del Estado no es confiada a los más capaces, sino a los afiliados al caudillo. Ahora, cuando los dos grandes liderazgos en que se ha dividido la Nación, declinen a resultas de la ley biológica, se verá claramente el cáncer que veníamos incubando.

Nuestros partidos son -como en los tiempos de Báez y Santana- partidos de hombres que lejos de consolidarse en torno a un ideal, lo hacen en torno a un caudillo. La vida política no se ha institucionalizado. El curso que seguirán las grandes formaciones políticas será la dispersión, en liderazgos menores, despersonalizados, pero igualmente antiinstitucionales y clientelistas.

Cuando eso ocurría en el pasado, sobrevenían entonces épocas de gobiernos de asonadas, de pronunciamientos y de golpes de Estado, luego la sociedad se reorganizaba en torno a la tiranía.

Así llegaron al poder Heureaux y Trujillo, como garantes de la paz, como el fin de la guerra civil. La historia no tiene por qué repetirse a menos que formemos parte de una tragedia, sino de una comedia. De todos modos, lo que sí es seguro es que la ley natural que afectará a las grandes formaciones políticas será la dispersión.

Una sociedad que padezca de tales carencias de ideales no puede hacerle frente a los retos que las demás culturas les plantean, a saber: la norteamericana y la haitiana.» Manuel Núñez hace pues, un llamado vigoroso de alerta a nuestras grandes formaciones políticas: evitar la dispersión.

Tiene mucha razón. Esa dispersión permanente ha sido la base política del caudillismo dominicano. Para pasar de la dispersión política a la democracia se precisa de un Proyecto nacional de desarrollo, donde las comunidades jueguen un rol fundamental.

Esa otra línea de pensamiento se inscribe en la posibilidad de plasmar una plataforma democrática, realizando una transición ordenada, desde arriba y desde abajo, donde confluyan los poderes principales del país, con un enorme respaldo de la sociedad civil, con comunidades activas y creativas.

En efecto, no necesitamos un Poder Ejecutivo sin planes cada cuatro años, sino un Plan nacional de desarrollo de largo plazo, que norme el comportamiento de los tres Poderes del Estado, que sea la fusión real entre el Estado y sus tres poderes y la sociedad, en función de descentralizar y eficientizar nuestras instituciones, fortaleciendo los sectores productivos y de servicios.

El desarrollo no significa progreso cuantitativo únicamente, ante todo es y podría ser como lo sugiere Octavio Paz, «solución al problema de la convivencia como una totalidad que incluya tanto el trabajo como el ocio, el estar juntos y el estar solos, la libertad individual y la soberanía popular, la comida la música, la contemplación y el amor, las necesidades físicas, las intelectuales, las pasionales».

Sin desarrollo infiero no existirá la democracia real. La democracia, pues no tiene más que un nombre: un proyecto político nacional, un Gobierno de Unidad Nacional, y un centro: la libertad de mercado, con todas sus consecuencias. No es ni monopolio ni oligopolio, sino una verdadera sociedad de mercado, muy participativa, donde prime la competencia en lo económico, en lo político, en lo cultural y en lo biológico, como lo soñaba el doctor Mario Bunge.

La democracia es una elección, no una fatalidad. Su resplandor crea un ámbito de responsabilidad y no confiere a nadie, ni al sector público, ni al sector privado, ni a las frágiles instituciones, ni a la sociedad civil, impunidad. La democracia ha de fundarse en un proyecto que abarque a todos, tiene por lo tanto que ser universal, no sólo nacional: la liberación de los hombres de lo cotidiano, del aquí y ahora.

Es la mediación entre una sociedad miserable donde por primera vez en todo el siglo XX y XXI, ya la bandera dominicana (el arroz, las habichuelas, la carne y el pescado, las ensaladas y legumbres), están en peligro de extinción para tres millones de dominicanos de clase pobre y para otros tres millones de dominicanos la clase media empobrecida.

Volvimos a ser momentáneamente, en pleno siglo XXI, un país pobre del Africa. La democracia es también el reino del productor, hoy demasiado incipiente desde el punto de vista de una activa sociedad civil.

Desde el punto de vista estrictamente económico es un proceso, lo que implica un largo plazo – 20 años cuando menos – tiempo suficiente para liberar al hombre común de la economía y de la ignorancia. Definir claramente que es lo prioritario en el país, puede ser el punto de equilibrio entre dos modelos políticos aparentemente antípodas, realmente complementarios: el desarrollo físico y el desarrollo humano.

El desarrollo económico y el cambio de estructuras sociales y jurídicas serían inútiles sin una Confederación política, sin la unidad latinoamericana.

Aislados del mundo seguiremos siendo lo que somos: una región de caza y pesca para los aventureros de hoy de mañana. Si nos atrevemos a poner la casa en orden y nos integramos a los mercados mundiales sobre la base planificada de polos de desarrollo provinciales, seremos la puerta digna de nuestro presente, porque realmente la democracia no es más que el resultado del desarrollo, el resultado de la modernidad, no el camino hacia ella.

Hay demasiados intereses que afean el rostro de nuestro sistema democrático que solo pueden ser superadas por un orden de cosas, donde el ciudadano sea el epicentro, con equidad y justicia social. De ahí que sea necesario un Plan de desarrollo de largo plazo. En caso contrario viviremos y moriremos mordiéndonos el rabo, como el gran amigo del hombre.

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