Antonio Sánchez Hernández – Cornelius Castoriadis

Antonio Sánchez Hernández – Cornelius Castoriadis

La política tal como la concebimos todavía es una actividad para seres mediocres. Presupone dos capacidades que no tienen ninguna relación intrínseca. La primera capacidad es llegar al Poder. Si uno no accede al poder, se pueden tener las mejores ideas del mundo, y ello no sirve para nada. Lo que implica que la primera capacidad de la política es un arte para acceder al Poder.

La segunda capacidad es saber gobernar una vez se accede al Poder. Pero nada garantiza que alguien que sepa gobernar acceda al Poder. Tampoco lo contrario. El poder es pues una lotería que impone la mercadotecnia a los ciudadanos comunes y corrientes.

Cornelius Castoriadis, ese griego disidente esencial, decía poco antes de morir el 26 de diciembre de 1997, que las instituciones políticas actuales, de todo el mundo, no sólo en R.D., rechazan, alejan y disuaden de manera premeditada a los ciudadanos para que no participen en la solución de sus propios problemas. La mejor educación política, según Castoriadis, es la participación activa, lo que implica una transformación de las instituciones en dirección a la inclusión de los ciudadanos, a su integración a metas de desarrollo. Dice Castoriadis, que de acuerdo a una encuesta, refiriéndose a los diputados europeos, que el 60% de estos no entienden y reconocen que no entienden, casi nada sobre economía. Por ello, en esta época de pensamientos pobres, cuando la pobreza es moda mundial y la globalización su contexto, vivimos en el mundo donde reinan y gobiernan en Europa, la insignificancia y los insignificantes. «Tomemos la querella entre la derecha y la izquierda. Esta querella ha perdido todo su significado en el ámbito mundial. Los responsables políticos son impotentes. La única cosa que pueden hacer es seguir la corriente. Ya no son más que politiqueros. Personas que cazan votos sin importar los medios. No tienen programas. Su único objetivo es mantenerse en el poder o volver al poder, y para ello son capaces de todo». O esta belleza: «Existe una unidad intrínseca entre esta especie de nulidad de la política, entre este devenir nulo de la política y la insignificancia en todos los órdenes: en las artes, en la economía, la filosofía y la literatura. Es el espíritu de los tiempos. Todo conspira a extender la insignificancia de los grupos partidarios». Estamos hablando de la Europa culta y civilizada. Cornelius Castoriadis, no vivió el paso del huracán Hipólito por la República Dominicana, no tuvo el placer de conocer a alguien que quisiera e intentara manipular, y no a un simple ciudadano, noción aristotélica, sino a toda una nación con la trayectoria de una reelección personal, atropellante tragedia caribeña. Ese insigne griego nunca supo que en el Caribe, la política no es solo asunto de manipulación especializada de las personas, puesto que su reflexión es más que todo europea. Si Castoriadis hubiese vivido en R.D. y visto como el huracán Hipólito levantó las faldas de la pobreza dominicana mostrando sus prendas más íntimas, hubiera constatado lo lejos que estamos de Aristóteles cuando definió al ciudadano: ¿Qué es un ciudadano? Es ciudadano alguien que es capaz de gobernar y ser gobernado de forma simultánea. Por lo tanto, todo el mundo es capaz de gobernar de manera institucional. «La política nos recuerda Castoriadis, no es un asunto de especialistas, de brujos modernos, sino de participación ciudadana de manera institucional y consciente. Hay millones de personas, de ciudadanos, con capacidad para gobernar de manera directa. Pero resulta que toda la vida política trata precisamente de alejarlo, de convencerlo, de disuadirlo de que existen expertos a los cuales se pueden confiar los problemas públicos. ¿Quiénes son esos expertos? Claro está, que ellos son los militantes de los partidos. Ellos resolverían los problemas de la sociedad. Y han tenido la oportunidad de demostrarlo en todo el mundo: se ha creado la democracia de partidos en el ámbito mundial. Los ciudadanos se han habituado, por su parte, a seguir o a votar por las opciones de los militantes partidarios predestinados, fuera de los partidos. Y por experiencias sucesivas, en todos los países del mundo, como los ciudadanos ejercen todo tipo de responsabilidades, el resultado es que estos creen cada vez menos en lo político y terminan desengañados y en un manto de cinismo. Así los círculos partidarios gobiernan el mundo, pero no representan a nadie más que ellos mismos. Es un círculo vicioso. Los partidos, los pseudoespecialistas son cada vez menos y toman la palabra de los ciudadanos: «Yo estoy en política, nos dicen, porque los ciudadanos no participan en ella». Y los ciudadanos responden: «no vale la pena mezclarse. De todas formas el poder no cambia nada». Ello ha conducido a la disolución de las grandes ideologías políticas, sean revolucionarias o reformistas. En las sociedades modernas, después de las revoluciones americanas (1776), francesa (1789), rusa (1917), hasta la segunda guerra mundial (1945), existía un conflicto social y político vivo. Las personas manifestaban por las causas políticas. Los obreros hacían huelgas, los asalariados luchaban por sus intereses. Los empresarios por una mayor productividad de sus empresas. Estas luchas marcaron los dos últimos siglos. Ahora, en el siglo XXI, con el debido perdón de cambio se observa un enorme desencanto, la política es una actividad ajena, dirigida por burocracias pseudoespecializadas e incompetentes, que arropa a todo el mundo globalizado, fenómeno reforzado por la disolución de las grandes ideologías, sean revolucionarias o reformistas». Este mundo tan unilateral es bastante aburrido. No tiene metas. No tiene planes. Es hedonista como corolario. Y nada más. Me gustaba más Mayo de 1968. El París decadente. No la guerra de Irak. Y perdone nuevamente.

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