ANTONIO SANCHEZ HERNANDEZ – Democracia de palabra

ANTONIO SANCHEZ HERNANDEZ – Democracia de palabra

Navidad es buen momento, momento de catarsis, de recóndito sentido, aunque vengamos de un pasado republicano que es la historia del caudillismo de militares y de civiles, para buscar democracia de hecho, no de palabra. El Poder es distinto para el que lo ejerce, para el que lo sufre y para el que lo contempla, un juego de ilusión y de picardía entre el primer mandatario y los que obedecen, un acto tácito en virtud del cual los que obedecen se dejan dominar para aprovecharse y los que gobiernan aseguran más su territorio, sin ceder un sólo palmo.

No se es caudillo por voluntad sino porque el país no tiene instituciones que permiten otra manera de actuar: el hombre es él y sus circunstancias. Ni España creó, durante siglos, instituciones que fueran respetadas por el tiempo, salvo excepciones muy preclaras, ni el Estado republicano ha creado clases sociales intrépidas debido al poco libre ejercicio del mercado.

Vale entonces decir, que al crearse el Estado Dominicano, los principales personajes de nuestra historia no podían ser los empresarios y los obreros, anverso y reverso de la misma moneda, ni tampoco los terratenientes y los campesinos, sino más bien el capital extranjero y el Estado, historia real del siglo XIX y XX.

Correspondieron a estas dos últimas fuerzas, en un largo y doloroso parto republicano la creación de las clases sociales actuales. Desde un comienzo, el Estado ha debido ser administrador y empresario al mismo tiempo, en medio de una grave desintegración social y de la nación, por lo que su ascendiente sobre la sociedad civil ha sido determinante. Habiendo nacido en una sociedad sin burguesía, debió continuar la herencia del período colonial: ser altamente centralizado en uno de los Poderes.

Al contar con sectores económicos empresariales, capaces de acumular capitales, debió utilizar mecanismos de incentivos y de recaudaciones fiscales para generarlos o buscar empréstitos en el extranjero, al mismo tiempo que debió contener una división social que sólo de 1844 a 1916, había producido 16 cambios de gobiernos, uno cada 13 meses, y centenares de montoneras que no progresaron lo suficiente. A falta de una administración nacida de la libre competencia, que fue el ideario de Duarte, ha debido ser agente de un modelo cultural en discordia de sus componentes, donde se ha proclamado el soberano que regula los intercambios políticos y simultáneamente el administrador hegemónico del tesoro.

Como instrumento regulador de la sociedad, como norma de orden público, sigue siendo sagrado pero desobedecido por todos, aunque tenga el mérito de haber procreado las clases sociales, fomentando desde su escasez de recursos, una abultada pequeña propiedad, que genera una gran cantidad del PBI, de empleos, de ingresos y parte de las divisas. Como pionero de las clases sociales, se ha convertido a su vez en el bastión de mayor fuerza económica, y sin leyes que se cumplan, en el principal foco de corrupción de la nación.

Cada quién escribe para recobrar una inocencia perdida, llámese o no gobierno de niño o ciudad del niño. Los jóvenes de ahora, los que son estudiantes universitarios, y también los que no lo son, quieren un gobierno que hable francamente, que sea comprendido no por un grupito de delicados, sino por los millones de dominicanos, los más simples, los más humildes, que hable sin sombras y sin velos, de manera clara y firme, y de ser necesario machacona, pesada, donde ni una palabra se pierda y el verbo sea acción.

Por ello esa juventud quiere abundancia energética, educación exquisita que cree todo tipo de destrezas (laborales, artísticas, musicales, idiomáticas y deportivas), un plan de reforestación, bien tramado, bien orquestado, una inflación baja que sirva de soporte a una justa distribución del ingreso, una agropecuaria pujante, una salud pública que llegue a ellos con calidad, una separación de los Poderes del Estado que permita reglas de juegos claras para el que trabaja y para el que delinca.

Venimos del caudillismo, lo sabemos. En un momento dado, cuando vivían, era entonces hora que los caudillos principales se sentaran en una mesa, conversaran sobre nuestra historia y dado que eran y son los que tenían y tienen más peso en la sociedad, le señalaran a los herederos políticos, a sus partidos, como era que la Sociedad Dominicana se desarrollaría en los próximos 20 años.

Se lo íbamos a agradecer en el alma, tanto los que votan cada cuatro años, como los que nos quedamos mirando por la ventana los arcoiris del cielo, ese 42% de las pasadas elecciones, el partido mayoritario, el de los sin partido.

Pero, oh sorpresa, los caudillos no tuvieron tiempo para sentarse a conversar de manera civilizada y les dejaron ese regalo navideño a sus herederos, a los partidos correspondientes…

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