La antropofagia es la práctica de comer carne humana. Hemos pensado en ella cuando escuchamos las historias de vida que se tejen a diario en esta sociedad. Una queda convencida que algo realmente extraño se viene gestando – con la anuencia, complicidad y complacencia de la clase dirigente, incapacitada de entender que dirigir una nación tiene como prioridad garantizar a la ciudadanía condiciones mínimas del buen vivir en sanidad física y mental.
Se trata de proteger a la gente de sus impulsos autodestructivos, educando, orientando y canalizando oscuros deseos, manifiestos o latentes en nosotros. Envidia, rencor, temor, rabia, frustraciones, sentimientos que se centran en la relación con el otro.
Nuestra vida cotidiana ilustra cómo la pulsión destructiva se manifiesta en cada acto, en cada gesto del contacto social, mostrando una convivencia degradada donde los individuos se inter destruyen, al punto de tener una serie de expresiones que remiten a dificultades existenciales, que se plasman hasta en la manera de responder el saludo. No obstante, figuramos en las estadísticas de países “felices” del planeta.
Nuestro discurso general y popular en torno a la pregunta “¿Cómo estás?” remite muchas veces a un escenario catastrófico. Las personas suelen responder con un “Aquí batallando, luchando, sobreviviendo… haciendo lo que se puede, llevándola”, siendo la más emblemática aquello de “Aquí, con el cuchillo en la boca”. Dramática e ilustrativa expresión que nos lleva a tiempos de piratas y corsarios, que anhelaban las geografías del nuevo continente, espacios de violencia desde 1492.
Lo que hace pensar que vivimos en una carrera de obstáculos permanentes, desde los más altos niveles socio económicos a los más desfavorecidos, pues todos parecen estar amenazados por algo.
En nuestros espacios públicos y privados se escenifican batallas, siendo en la intimidad de la familia donde corre la sangre diariamente, con mujeres golpeadas, asesinadas delante de los hijos, seguido a veces de suicidio del agresor.
Pero es la calle donde el combate es frontal: atracos, asesinatos, secuestros, violaciones se suceden a cada instante, mientras el caótico tránsito vehicular, telón de fondo de la antropofagia social, exige habilidades de autocontrol, a una población de epidérmicas reacciones (lo que explica que el roce entre vehículos cause la muerte).
Los semáforos, instrumentos de pausas vehiculares, son convergencia urbana de desgracias y bienestar. Allí confluye toda la miseria social, y se exhibe la desigualdad y la desgracia humana como profesión.
Las motos, peligroso instrumento de “trabajo”, zigzaguean en aceras, túneles, con cualquier tipo de carga y pasajeros. Tras medio siglo de transgresiones ininterrumpidas, nadie ha logrado regularlas .
Los dominicanos se esfuman en las calles, a diario, salen fotos de desaparecidos. Los delincuentes, se colocan a las puertas de establecimientos educativos, atacando con drogas de acción sofisticada, llevándose a jóvenes y niñas a lugares donde siguen siendo drogadas y violadas. Y cuando se les interroga del por qué de tal barbaridad, alcanzan a contestar que “la muchachita se veía bien”.
Maternidades y escuelas están repletas de adolescentes preñadas que, con la llegada del Zika, van a tener que “posponer sus embarazos”, ya que aquí el aborto está prohibido, aun en esas dolorosas condiciones de problemas de salud, violación del padre, pastores, sacerdotes y/o políticos…
Nuestra población se auto devora, y tras acabar consigo, sale a exterminar todo lo que medianamente se le acerque. Y no es sólo físicamente; esto tiene sutiles modalidades, e infinitud de variables en espacios laborales y sociales.
Los lugares de ocio del país- mayoritariamente, colmadones, esparcidos en toda la geografía – juegan el rol de centros de encuentros en comunidades y barrios, proporcionando todos los elementos para que un individuo sucumba moral y socialmente.
Allí está lo que necesita la ciudadanía para una vida social precaria: cierto tipo de música , comida chatarra, droga, TV basura, alcohol, sexo, utensilios del hogar, traga- monedas, detergentes, ropa, banca de apuestas, etc. Todo se puede conseguir en un colmadón. Es ahí donde se encuentra y se desencuentra nuestra juventud, nutrida por esquemas culturales destructurantes.