¡Anunciación!

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DIÓMEDES MERCEDES
Toda obra original crece al margen de lo establecido y no se le reconoce; se forma en el silencio y a las sombras, antes de que resuene en el verbo el inconsciente que lo ha madurado largamente. A esta obra, serán los sometidos, los humildes y los parías, los primeros en reconocerla como su obra, su símbolo o su identidad. Desarrollaré y sincronizaré los temas de la presente entrega, como «en antes», como en los más antiguos pueblos conocidos se usaba, para describir los hechos o anunciarlos, y les digo que:

En este tiempo el de la reinstalación del tercer período de la dinastía Bush, época de concentración de poder y riquezas, de exterminios con violencias, pobreza y miedo, los hombres comienzan a ver que nada se sostiene, que todo se corrompe y cae con gran confusión. Sucede que está latiendo otra Era que va a nacer.

La actual es la Era del poder y del horror, en transición hacia la del conocimiento. El aumento del poder del conocimiento nos libra proporcionalmente del peso de la esclavitud y del miedo, concediéndonos los atributos que la ignorancia asigna a lo divino, esas creaciones fantásticas de nuestro ingenio para desapoderarnos de lo inexplicable a nuestra razón. Dicen que los dioses fueron las fábulas de nuestros antepasados y que el hombre se ha independizado, conquistando el poder de ejecutar sólo su destino. ¡Si! Así ha sido y seguirá siendo.

Cada generación ve distinta la realidad y no la vemos aún tal cual ella es, sino cual nosotros somos. No condenemos pues al prójimo con distinta profesión de fe religiosa, política, etc.; luchemos contra la malicia de los intereses creados conservadores gobernantes, iluminando la razón del prójimo sometido, sin maltratarle más de lo que ha sido individualmente.

Reconozcámonos con humildad, exaltemos sólo la dignidad humana.

El cambio necesario, no debe ser trastornador, debe provenir de la sinergia de los pequeños mundos, girando unísonos hacia lo macro, para que así nos aseguremos de que sea útil, dinámico y duradero.

Se debe tener visión de futuro, pero el objetivo del cambio no debe ser él ni el nonato. Retrocedamos con espanto ante los profetas siempre sedientos, en nombre del futuro. Movámonos por quienes padecen hoy, obremos con ellos, conquistemos hoy y cada día, «por los siglos y los siglos».

No hay conflicto entre lo natural y lo espiritual, desarrollemos su emparejamiento.

La verdadera vida humana a la que estamos destinados, es una fiesta. Trabajo y sudor orgullosos, compensados con la mesa y la cama puestas; danzas y vinos, versos y besos y sexo. Avergoncémonos sólo de lo deshonesto.

Tú eres sagrado. Todo lo humano lo es. Sacrilegio es la violencia, matar por grados a totalmente; peca el procreador de ira. Lo santo en cada cual, es su culto en atender en cada relación o encuentro con el otro, a los honores que por méritos les pertenecen.

La gloria es la armonía en la unidad de la diversidad para lograr los objetivos del conjunto. Tras pasar nuestra inocencia, el infierno lo es nuestra ignorancia de las cosas, más los errores por tal causa.

El poder establecido estático, resistente al cambio, supone una divinidad muerta.

Puede la humanidad vivir sin Dios, como lo explican los tantos existidos, en sus tiempos absolutos, los desaparecidos, los olvidados, los anulados, etc., etc. Pero no podemos subsistir sin religión. En un principio y hasta mucho después, cada familia o linaje tenía su propio dios y su fe, estos eran como una muestra de sangre de origen e identidad.

Otro Dios está por nacer, inimaginable. Siempre cada dios nuevo contradijo al que le había procedido. Entre los vigentes, oficiales o clandestinos y el que ha de nacer, intermediará una Era de transición; será la Era de los nuevos patriarcas, período en el que la humanidad completa creerá en la obra de sus propias manos.

Ningún Dios nace antes de que haya existido el espíritu que habrá de reconocerlo, este se incumba en el inconsciente de los pueblos, madurando en él, largo tiempo. Su advenimiento vendrá de manos de los nuevos patriarcas, hombres y mujeres, guías excepcionales al servicio de los demás, sin interés propio.

Ese dios, seremos nosotros mismos.

Bienaventurados los de entonces, los predestinados, los que tendrán a cada prójimo como su símbolo, que tal como pensó Goethe «es simbólico aquello que concuerda por completo con la naturaleza de la cosa y expresa inmediatamente su significado», será entonces cuando nos reconoceremos todos los humanos como hombres y mujeres del mismo pueblo y crearemos ese pueblo sin banderas ni fronteras. En ese entonces, todos nos reencontraremos.

Parafraseando a J. Charles Pichon, concluyó: El hombre vive en sus hijos, reencarna o muere en ellos. No e la semejanza la que hay que salvar de la muerte, ni los frutos del espíritu, es la carne, la más alta virtud de la raza en la raza. Sobrevivir es prolongar todo el pueblo consigo, sus virtudes, sus creencias y sus lirismos depurándolos sucesivamente. Nosotros mismos somos los de antes multiplicados, somos nuestros abuelos, como seguiremos siendo nosotros mismos en nuestros hijos y en los nietos, con el nuevo espíritu de su tiempo.

Resumo así ideas con elementos para una nueva ética y para ese futuro. Paz en la tierra y para todos muy felices pascuas.

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