Muchos entendieron que hubo ironía en lo respondido por la doctora Milagros Ortiz Bosch a la propuesta de los aliados de campaña del Presidente Hipólito Mejía. Yo no. Quizá porque escribo desde la adolescencia en los periódicos, creo que sus páginas son un buen recurso para conseguir adláteres, y, quiéranlo que no, Vicepresidente.
Y los anuncios clasificados, como ella sugiere, precisamente por ser más baratos en esta época de crisis, son un medio ideal. Porque además, han demostrado su eficacia.
Desde tiempos remotos el aviso ha servido para divulgar reclamos, necesidades u ofertas. Los avisos impresos comenzaron a aparecer en Santo Domingo apenas surgieron los primeros números de «El Duende» y de «El Telégrafo Constitucional», en 1821.
En su edición del domingo 17 de junio, el primero de esos periódicos publicaba, entre otros, este anuncio en un pequeño espacio: «Venta Pública Mercantil. Entre 7 y 10 de la mañana del lunes próximo 25 del corriente se procederá a la del cargamento de Burros que condujo de Bonayre la goleta dinamarquesa Santomas Packet por cuenta de sus interesados. Maldonado».
Maldonado, sin duda, era el vendutero. Este aviso tenía las características del clasificado, pues era de letras y espacio menudos.
En el curso de esa semana salió «El Telégrafo Constitucional» y tenía un anuncio, un poco más grande que el anterior, en que se avisaba de una distracción tan propia de nuestras maneras como común en nuestro desempeño.
«Aviso. Don Francisco Travieso, del comercio de esta ciudad, hace presente que equivocadamente le han sacado una carta del correo. El que la tuviere puede llevársela que no habrá novedad». Debió decírsele a Travieso, que nunca ha habido novedad. Por eso la repetición de esas conductas.
Salto páginas y años, pues me topeto con un llamativo anuncio aparecido nueve lustros más tarde, proclamada ya la República Dominicana. El periódico, «El Eco del Pueblo». La edición, la del 20 de diciembre de 1856.
Tiene todas las características del clasificado de nuestros tiempos, en cuanto tipos, tamaño y configuración. Y copiado a la letra, como se decía en esos días, dice lo siguiente:
«En la Botica Dominicana, se acaba de recibir directamente de Alemania un extenso repuesto de Sanguijuelas a 24 $ nacionales una».
Anuncio llamativo, sin embargo, fue el que publicó ese mismo día, en la misma página que el anuncio de la botica sobre las sanguijuelas, el famoso jurista don Félix María Delmonte. Era más amplio que los que hoy día denominamos clasificados, aunque el tipo utilizado en su composición tenía las características de estos avisos. Copiado a la letra, dice:
«Habiendo notado hace algún tiempo la falta del tercer tomo del célebre Diccionario de Jurisprudencia de A. Dalloz estimaré que en caso de haberlo prestado a alguna persona tenga ésta la bondad de hacérmelo saber para evitarme suposiciones. También suplico a cualquiera que haya visto el referido libro en poder de otra persona ó que lo haya comprado, se sirva darme aviso, pues constando la obra de cinco tomos, siendo puramente de consulta, preferiría tenerla entera a tener que conservarla trunca.
«El libro es en pasta verde con filetes dorados y más abultado que un Diccionario de Salvat. Felix M. Delmonte».
Pero estos asuntos eran de poca monta. De más envergadura son los que se refieren a la manutención de las gentes. Y sobre ellos tratan también los anuncios que se publican en la prensa dominicana. Y de ellos han tratado siempre, además, como se ve por cuanto se lee en «El Sol» del 6 de enero de 1870:
«Aprovechar la ganga. En la panadería del Sr. Comas, calle del Estudio núm. 30 se acaba de recibir una gran partida de harina de primera clase, y a fin de facilitar la economía en artículo de primera necesidad, ofrece dar 26 onzas de pan españolas repartidas en ocho molletes por un real y 20 onzas de pan sobado repartidas en 4 también por un real.
«El público debe beneficiarse de la baratura de la harina».
Anuncios como éste, por cierto, quisiéramos leerlos en estos tiempos. De ahí la importancia de la propuesta de la Dra. Ortiz Bosch, pues nadie sabe qué tesoro humano se encuentra, procurándolo por vía de un clasificado. Por vía de las elecciones hemos sufrido decepciones inmensas. ¿Quién quita que un anuncio clasificado, chiquito y barato, pueda darnos el mesías político que anhelamos? Atienda este pobre pueblo hambriento (pph) según el mejor decir de Jacinto Gimbernard, la propuesta que hace la señora Vicepresidente.
Son muchos los modelos de anuncios que pueden escogerse, con textos variados y llamativos, y letras o más pequeñas o más grandes. Los modernos sistemas de impresión ponen recursos visuales enormes en manos de los publicistas. Pero siempre sería bueno mirar al pasado, como en estos otros dos anuncios aparecidos en «El Sol»:
«Importante: Un joven de esta ciudad, buen mozo, elegante y de una mediana educación, solicita una novia en quien concurran las cualidades siguientes: que sea bonita, robusta, de buen genio, poco amiga de lujo, sorda, que no sea habladora y que solo coma una vez por año. Si alguna se cree que puede ser tan perfecta, ocurra a esta imprenta y harán conocer al ente que quiere esta ganga» (edición del 3 de junio de 1869).
O este otro: «La Sociedad de Fervorosos del Amparo pone a la disposición del público un elegante carro fúnebre, a precio moderado, pudiendo dirigirse el que lo necesite al Sr. Juan Francisco Suazo. Calle del Comercio núm. 49» (edición del 5 de agosto de 1869).
(Estos anuncios son reproducidos del libro inédito «El anuncio dominicano de prensa del siglo XIX»).