Aparar a mano pelada

Aparar a mano pelada

HAMLET HERMANN
Aunque uno esquive sin cesar, la situación lo obliga a enterarse de lo que opinan los principales políticos dominicanos. Aún cuando sólo lea los titulares de los periódicos o mueva el control remoto a la velocidad del rayo es difícil evitarlos. Ellos acaparan los medios de comunicación para decir y contradecirse, hablando cuando deben o no tienen que hablar.  Carentes de temas y de ideas, sin capacidad creativa, andan a la caza de gazapos ajenos para entonces opinar. Además, existe la agravante de que no son noticia sino que son ellos quienes se ocupan de atraer los medios de comunicación para ofrecer sus desbarres. Esos tipos han llegado a creer que toda pelota que les pase cerca tienen que atraparla y devolverla adonde vino. Y ese es un gran error que sólo los desesperados de notoriedad utilizan.

Uno de los políticos que mejor maneja eso de hablar sólo cuando hay que hablar es Leonel Fernández. Ese le mete la mano a las pelotas que le conviene aparar. Las otras las deja pasar. El colmo es que lo que es una virtud, los periodistas que a diario lo merodean consideran que es un defecto. Y es que la prensa dominicana parece haberse acostumbrado a los desbarres explosivos y constantes de Hipólito Mejía, quien le metía la mano a cuanta bola le pasaba por el lado. El decía y contradecía cualquier cosa y por eso metió tanto la mano como la pata.

Uno de los problemas de los políticos es el creer que siempre pueden involucrarse en los asuntos de otros. Esos malentienden que están obligados a responder y buscarle solución a todos los asuntos que otros plantean- Y es tanto lo que dicen y desdicen que se entrampan con cada declaración como una mosca tratando de zafarse en telaraña. Están más pendientes de lo que hacen los demás que no les queda tiempo para pensar y hacer lo que a ellos corresponde. Pretenden ignorar que en ese ambiente de la política abundan los provocadores y los quejosos. Unos, los provocadores, porque quieren estar en el medio para que los tomen en cuenta y están dispuestos a discutir con cualquiera por cualquier cosa. Aunque no sepan de qué hablan, como ocurre en la mayoría de los casos. Los otros, los quejosos, andan lamentándose permanentemente en busca de alguien que les haga caso a su problema aunque éste sea que el Presidente no los quiere recibir o simplemente que les duele una muela. El asunto está en llamar la atención sea como sea. Y volvemos así a lo de que no se debe tratar de aparar cuanta bola le pase cerca. Sólo se le mete mano a las que convienen a uno siempre que esté debidamente enguantado con Wilson o Spalding. Es ahí cuando el inteligente se diferencia del bruto, cuando demuestra que la decisión de intervenir en una discusión es propia y no provocada por ajenos.

Pongamos por caso algo tan simple como una llamada telefónica. Suena el timbre y, aún con el identificador de llamadas disponible, tiene uno que decidirse a responder o no. Quien llama tiene la ventaja de que eligió el momento que corresponde con sus intereses o necesidades y por eso toma la iniciativa. Pero el que inicia la llamada parece no tomar en cuenta que a aquel a quien llama podría no disponer del tiempo en ese momento, o la energía o el estado mental adecuado para atender. En el caso de los celulares es peor porque el llamador nunca pregunta si el que responde puede atenderlo. Por esa razón no debe culparse a otro si llamamos en nuestro tiempo desconociendo el momento y las ocupaciones de los otros. Para evitar eso es mejor utilizar el Internet y, si no se cuenta con esto, dejarle un recado para que el otro llame cuando más le convenga.

Por todo lo anterior, uno debe hacer conciencia de que no tiene que responder a todo lo que se diga de uno, aún sea un insulto o una critica. Como hace Leonel. Cuando le lanzan ese tipo de bola sólo tiene que dejarla pasar sin meterle mano. Ella picará, rebotará y se extenderá hasta detenerse al final, cuando la ley de la gravedad le diga que hasta ahí llegó. Así uno evitará mortificarse por cosas que apenas a otros incumbe y tendrá el tiempo y la energía para dedicarse a lo que realmente le corresponde: a pensar y a crear ideas. Como debía ser.

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