Apátridas o no, tengamos misericordia

Apátridas o no, tengamos misericordia

Hace cerca de 20 años, una mujer dominicana de La Romana fue montada en un camión y llevada a Haití porque parecía haitiana. Personalmente tuve ganas de salir a buscarla y a insultar a todos los responsables de ese destierro, guardia o general, oficinista o Director de Migración. Difícilmente haya un acto más cruel que el de una patria (o los que la gobiernan), traicione a sus propios ciudadanos, aislándolos, separándolos, echándolos fuera por cualquier causa.

No pocos tenemos problemas en entender las discusiones de jurisconsultos, leguleyos, y picapleitos, que con “lucideces” y “tenebruras” pretenden “clarificar” quién es un dominicano y quién un extranjero. Pero jerigonzas y prejuicios aparte, no puede ser aceptable en más elemental sentido de justicia y solidaridad humana, el que personas nacidas y criadas en cualquier país, que nunca han visitado otro, puedan ser, por causa o argumento alguno, enviados con violencia emocional, a vivir, sin ninguna preparación previa, a un lugar extraño; no importa si al país de sus ancestros, o el país de las maravillas. A media población de dominicanos podría gustarles irse a vivir a los Estados Unidos, pero absolutamente ninguno aceptaría que lo tomen de la mano para subirlo al avión. Pocas cosas pueden ser más crueles que esta.

Todos debemos confiar y ayudar a nuestras autoridades para darle una solución correcta a la irregular, ilegal, actual y potencialmente perniciosa y excesiva presencia haitiana; pero por encima de todo, los dominicanos estamos obligados a darle una solución decente, adecuadamente satisfactoria desde el punto de vista moral y específicamente cristiano, pues no podemos de repente actuar como gentes desalmadas, lo cual jamás hemos sido como pueblo ni como nación.

Existen serios inconvenientes prácticos para determinar entre personas indocumentadas cuáles son dominicanos y cuáles no lo son. Ser nacional de un país es, sin duda, un asunto de cultura y de lealtad, no solo de legalidad. Y si a eso vamos, hay muchas nacidos, con documentos en regla, que no aman a este país, y que le han sido históricamente desleales. Por ello, especialistas en psicología, educación y cultura, pueden desarrollar un “test de dominicanidad”, adaptado a los diferentes niveles socio-económicos, de edad, sexo y región. Utilizando indicadores como el habla y el conocimiento propio de la subcultura a que pertenecen; saber quién es Juan Pablo Duarte, pero también Joseíto y Fefita; a Marichal, Pedro, David; y dónde quedan Santiago, La Vega y Puerto Plata.

Un adolescente dominicano tiene que ser capaz de indicar quiénes son compañeros de juego, de escuela y otros pares y relacionados dominicanos.

No tiene, en cambio, que mostrar su piel, ni un patronímico hispánico. La dominicanidad es un sentimiento que muchos extranjeros y nacidos fuera lo llevan en sus corazones y lo defienden mejor que muchos nativos. Un dominicano es también, particularmente, uno o una que cree que hubo un hombre que dio su vida por todos y cada uno de nosotros, uno capaz de dejar solo el resto del rebaño para ir a rescatar a una sola de sus ovejas.

 

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