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El 21 de agosto recién pasado, en un acto celebrado en el liceo Monte Plata de la provincia del mismo nombre, el presidente Danilo Medina dejó iniciado el año escolar 2017-2018. Al igual que años anteriores, ese hecho ocurrió en pleno verano y en los inicios de la temporada ciclónica. Al momento de escribir esta entrega dos ciclones (Irma y María) se habían desplazado al norte de la República Dominicana con vientos huracanados superiores a 115 millas por hora; el ciclón María había ocurrido casi inmediatamente después que el Irma, causando ambos daños de consideración aquí y en otras comunidades de la región del Caribe con un saldo de miles de personas desplazadas de sus hogares; cientos de viviendas destruidas, y decenas de comunidades aisladas. Si decidiéramos postergar a partir del año próximo el inicio del año escolar para mediados de septiembre se multiplicarían las probabilidades de que casos como esos no vuelvan a ocurrir. Desde que los religiosos franciscanos, mercedarios y dominicos fundaron aquí las primeras escuelas a principios del siglo 17, los años lectivos eran de diez meses de duración. Las clases se iniciaban a mediados de septiembre y finalizaban en junio del año entrante. Pero, hace ya unos cuantos años que dicho anuario fue modificado. Ahora, muy a pesar del riesgo que ello envuelve, en la República Dominicana el año escolar se inicia en el mes de agosto, en plena temporada ciclónica y en medio de un calor agobiante. Somos de opinión de que debemos de instalar el antiguo calendario. Creemos que entre finales de septiembre y junio del año entrante, transcurre un espacio de tiempo suficiente para el desarrollo de un año escolar a tono con las circunstancias y los requerimientos del momento.
El Ministerio de Educación se dispuso reanudar la docencia a partir del lunes de esta misma semana en las escuelas y colegios del país, incluyendo las y los situados en las zonas más afectadas por los huracanes Irma y María. El reinicio del año escolar no debió ser tratado tan deprisa y con colores tan rosados. Es que la reanudación de la docencia a causa de los daños que producen los desplazamientos de huracanes no ocurre en los colegios privados de la misma manera como ocurre en las escuelas públicas. Profesores y estudiantes de colegios privados al retornar a las aulas por lo regular encuentran todo limpio y ordenado. Y, en lo personal, no experimentan daño alguno. Se trata de personas que residen en lugares donde los vientos huracanados no dañan tanto. ¿Ocurre lo mismo con profesores y estudiantes de escuelas públicas? No. La mayoría de los maestros que laboran en escuelas públicas no reside en lugares residenciales, habita en lugares donde el gas pela. Este año, a las desfavorables condiciones atmosféricas, se les agregó el conflicto entre las autoridades del Ministerio de Educación y los dirigentes de la Asociación Dominicana de Profesores, al proceder las primeras a bloquear los salarios de más de 8 mil profesores asumiendo que cobraban sin trabajar. Como bien lo expresara Álvaro Marchesi: “la calidad de la educación de un país no es superior a la calidad de su profesorado”. De ahí la prioridad que la gran mayoría de las reformas educativas otorgan al fortalecimiento de la profesión docente. Ahora, no solo se trata de salvar el recién iniciado año escolar; también, el de no interrumpir el desarrollo de un proyecto de reforma de la educación que demanda muchos recursos económicos y mucha dedicación. Seamos más tolerantes. En la situación en que nos encontramos los conflictos producen muchos daños e impiden muchas realizaciones.