La verdad es que no es posible vivir sin contar con los vecinos; y no me refiero a que las personas que residen en los alrededores de nuestras casas podrían socorrernos cuando no funciona la batería del automóvil, o avisarnos que la basura está ardiendo peligrosamente. Para bien o para mal, los vecinos siempre estarán presentes, lo mismo en las urbanizaciones donde vivimos que en el autobús o en el tren. Esto vale para personas y naciones. Juan Bosch declaró una vez: los dominicanos tenemos a Haití a nuestro lado. Es obvio que los problemas de la sociedad haitiana gravitan e influyen sobre sus vecinos dominicanos.
Me interesa más destacar un fenómeno general: la atmósfera social en que estamos obligados a habitar. Nadie puede construir un ambiente a la medida. No hay modo de escapar a la presión de las costumbres reinantes. La música pop; los cantantes de rap, los bailarines de hip-hop, los jingles publicitarios, carteles que anuncian películas y bebidas, nos rodean por todas partes. Los hombres jóvenes han crecido mirando modelos en ropa interior, peloteros en acción, políticos en campaña cargando niños pobres. Están habituados al continuo bombardeo de las promociones de mercado. No examinan ni analizan estos hechos; les parecen datos primarios del mundo, como el día y la noche.
Para algunos viejos hipersensibles esos asuntos son perturbaciones del contorno, agresiones a los sentidos, abusos de las libertades públicas. La biodiversidad se considera importantísima para la naturaleza; las distintas formas de vida se apoyan unas en otras. Pero los estilos de vida de jóvenes y viejos subsisten en precaria contigüidad. La música juvenil es escandalosa, a juicio de los viejos; la preferida por las personas mayores, es aburrida, según afirman los jovencitos.
Uno de los grandes problemas de hoy es que se ha ensanchado la brecha entre gustos de viejos y jóvenes. No es nada nuevo. Parece que siempre fue así; no obstante, la buena vecindad es todavía una meta humana deseable. Al prolongarse la vida por obra de la higiene, cuatro generaciones actúan al mismo tiempo; y forcejean por imponer sus preferencias. El amor mutuo de abuelos y nietos quizás sea el único puente hacia la tolerancia entre ambos mundos.