Apleno pulmón
Los echados a muerto

Apleno pulmón<BR>Los echados a muerto

Parece que “proyectar el futuro” es un trabajo gratificante.  Permite regocijarse por el éxito de “lo que aún no es”.  Futurición es una categoría de las múltiples filosofías existencialistas de los últimos tiempos.  Los niños piensan en lo que harán “cuando sean grandes”, los estudiantes sueñan  que en lo porvenir serán “profesionales graduados”.  La esperanza en lo que ha de venir mantiene vivos a los enfermos y en actividad a quienes han sufrido reveses en los negocios.  Renunciar al futuro es lo mismo que citar al enterrador y “contratar” anticipadamente el funeral.  Soñar despiertos en la mejor manera de promover o “acosar” nuestros destinos.

 Además, muchos psicólogos creen que “acariciar proyectos” produce secreciones benéficas para la digestión y el sistema cardiovascular.  Sean como fueren estos asuntos fisiológicos, lo cierto es que resulta mejor “luchar con ilusión” que trabajar con “el alma tirada en el piso”.  No hay cosa peor que sentirse rodeado de obstáculos por todas partes, sin posibles caminos hacia “un futuro mejor”.  Y es ese, precisamente, el caso de muchísimos dominicanos.  Algunas circunstancias políticas, sociales, económicas, de nuestro pasado inmediato, han contribuido a triturar las esperanzas guardadas en el corazón del dominicano común.  ¿Quién va a creer que será posible controlar la delincuencia en las calles”.

 Como es tradición muy vieja, el pesimismo se apodera del ánimo de las gentes y las “inhabilita” para la acción constructiva.  En cambio, el desánimo incrementa las actitudes despectivas contra cualquier forma de esfuerzo colectivo dirigido a mejorar los servicios públicos, las leyes o las instituciones administrativas.  El descreimiento es tan grande, que jóvenes con formación académica superior afirman: todas las reformas que intentemos están condenadas al fracaso; las realizamos para no ejecutarlas; para que todo permanezca  como siempre.

 Nosotros, los dominicanos, somos culpables de que no hayan funcionado docenas de “reformas”, de todo tipo, emprendidas en los pasados treinta años.  En numerosas oportunidades nos ha parecido que iniciarlas era “un trabajo baldío”; después, pudiendo  corregir algunos errores, hemos preferido dejar las cosas como están.  “Tirarse a muerto” en lo que crece la población y se complican los problemas, ha sido la norma.  Por eso, ni estamos bien, ni nos sentimos bien. ¿Podríamos experimentar proyectando el futuro?

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