Apocalipsis provisional

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FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Querida Panonia: Para defender a las mujeres de “la vida menor” a que las condenan las costumbres en Europa solías referirte a la infortunada Virginia Woolf. Infortunada como mujer pero inmensamente afortunada como escritora. He ido a parar ayer a una librería y comprado un ejemplar de Un cuarto propio, de Virginia Woolf. Enseguida busqué el final para leer los párrafos que recitabas de memoria cuando nos reuníamos en el Bastión de los Pescadores. La cubierta del libro está ilustrada con un fragmento del cuadro de James McNeill Whistler titulado Nota rosa: la novela.

Volví a pensar en lo que decías de las traducciones del inglés.

Virginia Woolf escribió A Room of One´s Own, que tal vez sería mejor traducir como Un cuarto de uno mismo. Lo digo porque yo vivo ahora en un cuarto de hotel que, según percibo, es un cuarto ajeno. Si dejo sobre mi mesa de noche unas notas sobre el encarcelamiento de Miklós, tal como me contaste en Budapest después que fue liberado, se enterará de ello la conserje, el administrador y la policía. Tener un cuarto propio puede ser aquí una aspiración de los hombres; no solo un objetivo de las feministas de la primera mitad del siglo XX.

Los párrafos que siempre citabas comienzan con las malas opiniones sobre las mujeres que tenían Napoleón y Mussolini; en la ultima página dice Virginia Woolf: “Porque mi credo es que si perduramos un siglo o dos -hablo de la vida común que es la verdadera y no de las pequeñas vidas aisladas que vivimos como individuos – y tenemos quinientas libras al año y un cuarto propio; si nos adiestramos en la libertad y en el coraje de escribir exactamente lo que pensamos; si nos escapamos un poco de la sala común y vemos a los seres humanos no ya en su relación recíproca, sino en su relación a la realidad; si miramos los árboles y el cielo tales como son; si miramos más allá del cuco de Milton, porque no hay ser humano que deba taparnos la vista; si encaramos el hecho (porque es un hecho) de que no hay brazo en que apoyarnos y de que andamos solas y de que estamos en el mundo de la realidad y no solo en el mundo de los hombres y las mujeres, entonces la oportunidad surgirá y el poeta muerto que fue la hermana de Shakespeare se pondrá el cuerpo que tantas veces ha depuesto”.

Al leer todo esto en Cuba sentí tu presencia física, tal como los locos ven muertos enterrados hace décadas. En la pintura de McNeill Whistler aparece una mujer blanca, de pelo castaño, leyendo un libro, con la misma actitud concentrada con que examinas los textos que caen en tus manos. (No se si sabes que Whistler nació en Massachusetts y vivió siete años en San Petersburgo; luego se estableció en “la orilla izquierda del Sena”, donde hizo amistad con Fantin-Latour y Gustave Courbet). Dio unos tumbos parecidos a los que por otros motivos estamos dando nosotros. Después fue a España y a Venecia. La vida de Whistler terminó en Londres. La mujer del cuadro lleva ropa del siglo XIX que, por supuesto, no se parece a la que usabas en Budapest; pero los colores desvaídos son los mismos que estaban de moda entre los estudiantes húngaros en los años noventa. Whistler estimaba que hacerse enemigos era una de las bellas artes; y así lo pregonó por escrito. Creo, Panonia, que a los revolucionarios políticos – desdichadamente – no les gustan los revolucionarios artísticos e intelectuales.

¿Cuántos húngaros andan regados por el mundo? En Chéquia, en Austria, en Rumania, en los Estados Unidos, en Alemania, en Serbia, viven húngaros desplazados por la guerra, por las crisis económicas, por la intolerancia política. Lentamente caemos en cuenta de que con cada revolución política se crean nuevas minorías dirigentes. Oligarquía es una palabra griega que significa gobierno de unos pocos. Esos pocos no tienen  que ser terratenientes, aristócratas, ni personas acaudaladas. Pueden ser obreros y campesinos adueñados de un comité de partido; o burócratas a cargo de la distribución de alimentos en una localidad provincial distante de los puertos. En la China continental el triunfo del Partido Comunista fue, al mismo tiempo, un triunfo civil y militar. El jefe supremo del partido era también el jefe supremo de las operaciones militares. Por eso allí el control de la sociedad, tanto con Chiang Kai-Shek como con Mao Tse Tung, fue doble: civil y económico; político y militar. Ese coloso demográfico es gobernado por una minoría.

Los habitantes de Europa del Este hemos aprendido algunas lecciones después de la desaparición de las monarquías de esa región. En 1924 un biógrafo de Napoleón reprodujo unas palabras de Goethe sobre el “gran corso” que copio para ti: “La historia de Napoleón me produce una impresión semejante a la del Apocalipsis de San Juan. Todos sentimos como si debiese haber en ella algo más, pero no sabemos qué”. El fruto oculto de la Revolución Francesa era un Emperador que no necesitaría del Papa para ser coronado, un Mesías popular, estratega y legislador, destinado a dominar un montón de naciones. Pero las entrevisiones o revelaciones en estos penosos asuntos colectivos son “fogonazos” provisionales. El entusiasmo vuelve, rápidamente, a tapar las aristas más hirientes de la realidad.  Un cruel emperador podría ser visto como un padrecito magnánimo. Para ello solo se necesita un buen “reglamento de propaganda y comunicaciones”. Abrazos, Ladislao.

La Habana, Cuba, Nov-1993.

henriquezcaolo@hotmail.com

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