Una agotadora jornada de casi 48 horas, con alta dosis de candentes rayos solares, preguntándole a toda persona que encontraba en el agreste y polvoriento camino, no fue suficiente para que Mauricio Severino localizara a su viejo amigo, Ramón López, en la aislada comunidad de Barraquito, cerca de Los Haitises.
Caminó largos trayectos a pie. En ocasiones abordó la cola de una motocicleta, o se transportó en una vieja camioneta.
Preguntaba, simplemente, si conocían a Ramón López, y lo remitían al Ramón más cercano.
Así conoció a más de una docena de personas con el mismo nombre, de distintas características, pero con algo que le llamó la atención: Cada uno tenía un apodo diferente, algo común en las comunidades rurales.
De modo que Mauricio tuvo oportunidad de conocer a Ramón Chapio, Ramón To´largo, Ramón Coge Burra, Ramón Boquita, Ramón Gan Gan, Ramón Chupi Chupi, Ramón El Vago, Ramón Boca Chula, Ramón Ñame con Agrio, Ramón El Ciego, Ramón Gambao, Ramón La Mula y Ramón Boca de Peje.
Otros, simplemente son conocidos y asociados por los nombres de sus padres. Así apareció Ramón el de Carburo, Ramón el de Roque, Ramón el de Juana, Ramón el de Chalas. Era como buscar una aguja en un pajar. Iba de un lado a otro, en ocasiones distantes, y otras veces cerca.
Su búsqueda frenética lo condujo a otra localidad, un poco más distante: Paraguaya, y de allí a Laguna de Cristal, en pleno Parque Nacional de Los Haitises, donde colindan las provincias de Hato Mayor y Monte Plata. Justamente allí le dieron referencia del amigo que buscaba.
Una señora que vende números de varias loterías le dio la buena nueva.
-¡Ah, pero cuidado si a quien usted busca es a Tres Pasitos!
-¿Y quien diablos es Tres Pasitos?, preguntó Mauricio, evidentemente intrigado.
La respuesta la obtuvo al caer la tarde cuando, ¡por fin!, Ramón retornó después de una ajetreada jornada de trabajo en su parcela agrícola.
Después de fundirse en un fuerte abrazo, Mauricio le preguntó: ¿Y por qué te dicen Tres pasitos?
Era una larga historia que estuvo a punto de terminar en tragedia.
El agricultor ingirió accidentalmente el veneno, y desde entonces la comunidad lo bautizó con ese mote, que es un popular producto utilizado para envenenar ratones.
-No es una excepción. El humilde hombre llevará ese apodo a la tumba.
Ramón le comentó a su amigo que las comunidades rurales casi todas las personas tienen apodos.
Y le platicó, brevemente, de muchas personas a las que conoce, o conoció en el distrito municipal de Gonzalo, algunas de ellas ya fallecidas. Le mencionó a Ramona La Cigua, a Chugén La Tusa, Pitita, Colencho, Pillo, Payuya, Pabui, Héctor Machazo, Cusuco y Gambao.
Motes o apodos. En nuestro país es frecuente el uso de apodos o motes.
Por diversas causas o circunstancias, a cualquier persona, niño, adulto o anciano, se le pega un apodo, gústele o no.
Curiosamente, en muchas comunidades rurales, ciudades, barrios, en cárceles, clubes deportivos, granjas u otros lugares de trabajo, estos motes sustituyen al nombre original de las personas.
Incluso, hay casos específicos de familias enteras que son conocidas en sus respectivas comunidades por apodos.
Lo repiten tan frecuentemente que entre ellos mismos ignoran o desconocen la identificación personal de sus propios parientes. Políticos que aspiran a cargos electivos utilizan motes y apodos para promocionar sus aspiraciones de llegar al Congreso Nacional, a una alcaldía o regiduría. Estos personajes son más conocidos en sus comunidades por sus apodos que por sus nombres originales.
A lo largo y ancho del país hay miles de abigarrados afiches diseminados, en los que se puede leer vote por Pulgoso, Petete, Rico, El Diablo, El Zurdo, Mocarela, La Pinky, El Dajao, Memo, Gon, Polón, Avispa, El Zorro, Chiculín, Calva Loca, Come Goma, La Tranca, Monito, Chinguí, Cucuyo, Triquiñiqui, Bebeleche, Barbasucia, El Caballo, Mazorca Bazuca Pestañita y Chacho.
El caso particular del alcalde del Distrito Nacional, Esmérito Salcedo Gavilán, quien es apodado Roberto. Pocos munícipes conocen su verdadero nombre.
Apodos famosos. El historiador y general retirado José Miguel Soto Jiménez enfoca la temática y asegura que el apodo en nuestro país se impone sin distinción de estatus ni clase.
Es un apelativo de la picardía, de la gracia, la confianza, su peculiar forma de relacionarse, o designar virtudes, cualidades, malas mañas y vicios.
Soto Jiménez refiere que entre nosotros, el apodo se hereda, se cultiva, se engorda, se traspasa.
Por eso, el Pedro Conuco o Gran pendejo del general Pedro Santana; Pandora o Boba, a Bobadilla; Bois al general Duvergé; El Tuerto, al general Juan de la Rosa Herrera; Rabo Pelao al general Merced Marcano; Tito, al general Francisco A. Salcedo. Chombito, al coronel Jerónimo de Peña; Pepillo, al presidente José Antonio Salcedo; Venturita o Pasita, al cinco veces presidente Buenaventura Báez, nombrado el Jabao; Mai Teresa, a su madre;Baúl a José Chanlate; Hombre de la Folla, a Luperón; Lilís al dictador Ulises Heureaux.
El general Luperón le decía Lilisie; Baña Perro, le decían en Puerto Plata; El Pacificador, sus Amigotes. Nublasón o El Negro, sus enemigos, Macabón a uno de sus generales llamado Moisés Anderson; Pablo Mamá, a Pablo Ramírez. El Chivo al general Manuel Jiménez; Antón al general Antonio Guzmán; Perico a Pedro Pepín y a Pedro Salcedo; Guayubín, a Cirilo de los Santos; Tolete, a Pedro Celestino; Jimaquem, a Ramón A. Marcelino; El Cacique, al general Andrés Navarro; Mon, al presidente Ramón Cáceres; Memé, a Manuel Cáceres, su padre; Corderito, a Casimiro Cordero; Cabo Millo, a Remigio Zayas; Manolao, al presidente Wenselao Figuereo; Bolos, a los partidarios del presidente Juan Isidro Jiménez; Pasin, al hijo menor de Demetrio; Rabuses, a los partidarios del general Horacio Vásquez, a quien a su vez le decían La Virgencita de la Altagracia con chivas; Pancho, al licenciado Francisco J. Peynado; Mozo, a su hermano Jacinto Bienvenido; Quiqui, al presidente Victoria, y El Mocho, a Cepín.
Antecedentes
Origen
Los motes o apodos existen desde tiempos inmemoriales, en todas las naciones del mundo. Algunos tienen origen de familia y las personas los arrastran desde su niñez hasta la muerte.
En ocasiones son los padres quienes, por cualquier circunstancias o porque su vástago pronuncia mal una frase, una palabra, le endosan un mote, desagradable, molesto o gracioso, y que casi siempre suele sustituir su nombre de pila.
También se usan motes y apodos para identificar a la gente por su labor o trabajo. Otra causa es por defectos o características físicas más peculiares, o por el carácter de las personas.
Muchas personas lo hacen para burlarse, y si el aludido se molesta, se divierten haciendolo por detrás. En muchas ocasiones, esta situación ha degenerado en enfrentamientos y tragedias.