APORTE
“La modernidad como problema” de Luis Brea F. 

<STRONG data-src=https://hoy.com.do/wp-content/uploads/2007/12/72605D78-173B-4474-995F-C6F32A200A1D.jpeg?x22434 decoding=async data-eio-rwidth=460 data-eio-rheight=218><noscript><img
style=

POR DIÓGENES CÉSPEDES
Desde 1.988, cuando leí el libro de Henri Meschonnic, titulado “Modernité Modernité” en las Ediciones Verdier, de Francia, me dediqué, cada vez que se presentó la oportunidad, a descorrer el velo de la confusión que existe en la cultura dominicana entre los conceptos de modernidad y modernización.

En su libro, “La modernidad como problema”, (Santo Domingo: Amigo del Hogar, 2.007), el autor eludió esa trampa. Leyó y ponderó las observaciones de Meschonnic en el libro citado más arriba y confieso que me hubiese gustado y llenado de placer que el Dr. Brea Franco hubiese asumido la concepción del lenguaje que en la poética acompaña, indisolublemente, a los conceptos de modernidad y modernización. Pero confieso también que están bien trabajados y que en beneficio de la pluralidad, la tolerancia y la especificidad de cada sujeto, no puede exigírsele a un discurso lo que no puede dar.

Aparte de que el poeta y lingüista Meschonnic define la modernidad como un combate y como crítica, siempre. Brea Franco va por el mismo camino, pero se apoya en otro poeta, Robert Musil, y en su novela, “El hombre sin atributos”, para definir lo que entiende por modernidad. En el artículo “Un retrato de la modernidad”, dice nuestro filósofo: “Musil crea un ambiente simbólico que le permite, desde una reconstrucción de lo esencial de la modernidad, ejercer una crítica de su época desde una perspectiva irónica, e intenta dar con posibles salidas a esa situación.” (p. 160)

He ahí el atributo infaltable del concepto de modernidad: la crítica, y debe ser siempre crítica de la época donde vive quien escribe. ¿Y qué le conviene a quien se las da de intelectual al usar la palabra modernidad? Le conviene la fusión y confusión de ese vocablo con el de modernización. Así está seguro de por qué el orden le paga y por qué debe reproducir siempre la ideología de ese orden social o divino.

¿Qué gana este seudo-intelectual?, me pregunto. Y respondo: Imponer el concepto de modernización como sinónimo de modernidad. ¿Qué nos dice Brea Franco al estudiar el concepto de modernización? Que fue el historiador inglés Eric Hobsbawn quien con más lucidez ha estudiado, en cuatro volúmenes, la historia de la modernización, la cual arranca con las grandes revoluciones del siglo XVIII, la francesa y la industrial, y culmina “con el gran salto hacia un capitalismo mundial” entre 1.848 y 1.875, donde “se consolida el predominio de la ciencia tecnificada y se proyectan como ideales intemporales, válidos para toda época y situación, el progreso material y el liberalismo.” (p. 51)

De modo que la modernización tiene como definición la invención y el uso de tecnologías y técnicas. En ese sentido, entonces, cada época de la historia de la humanidad ha tenido su modernización, con la cual se cae en la cuenta de que toda época ha sido siempre moderna, pero no necesariamente ha habido modernidad, pues esta, aparte de ser un combate, es crítica.

Todo ha sido dicho en esta definición de la modernización que nos ha suministrado el Dr. Brea Franco. El capitalismo dio un gran salto mundial en el período considerado, y que dura hasta el día de hoy. Existe un predominio de la “ciencia tecnificada”, existen implantados unos “ideales intemporales” válidos para toda  época y situación”, es decir, que son abstractos y no tienen relación con nada concreto, o sea, con sujetos, con sociedades, y que esa burguesía que dio el gran salto en el siglo pasado ha impuesto a escala mundial una ideología y un mito: el progreso material y el liberalismo.

Es a esa ideología y a esos mitos burgueses que se acogen los seudo-intelectuales que confunden modernización con modernidad.

Pero en virtud de esa ideología del progreso y esos mitos del liberalismo, ¿hacia dónde nos conduce ese capitalismo mundial, conocido hoy como globalización y neoliberalismo?

El Dr. Brea Franco, en su artículo “La modernización”, lo sintetiza así, al seguir los lineamientos de Hobsbawn: “Las personas instruidas de las clases dirigentes de los países más desarrollados comienzan a considerar que el sentido de la historia marca un camino hacia mejores condiciones de vida universales, por lo que llegan a pensar que, en fin de cuentas, imponiendo los valores y los puntos de vista de Occidente a las naciones ‘atrasadas’ del mundo, contribuyen con su bienestar, pues estiman que la ‘civilización’ ayuda a crear, para ellos y sus hijos, un mundo mejor, más digno y seguro.” (Ibíd., p. 51).

Entendido este concepto geográfico como compuesto únicamente por los países europeos occidentales y los Estados Unidos, ¿cómo logró Occidente imponer el capitalismo mundial a escala planetaria?

Muy sencillo: a la guerra de conquista de territorios y naciones ‘atrasadas’ durante el siglo XIX y parte del siglo XX y a la explotación brutal de su fuerza de trabajo y al pillaje de sus recursos productivos y culturales, se debió la implantación de ese capitalismo a escala planetaria.

Y a esa conquista imperialista se sumó la construcción de una ideología y unos mitos que duran hasta el día de hoy. Me refiero a la fundación de la disciplina llamada Antropología Cultural, inventada por los profesores de las prestigiosas universidades europeas y norteamericanas con el único objetivo de justificar la guerra de conquista y, en virtud del etnocentrismo y el eurocentrismo, adoctrinar a los sujetos de los pueblos conquistados en la idea de que la realidad que se les había impuesto se debía a que ellos eran seres inferiores y, por lo tanto, debían aceptar esa condición y situación y colaborar con el colonizador-conquistador, quien sólo deseaba el bienestar de esos pueblos y sacarlos del “atraso” secular donde se encontraban desde hacía miles de años.

Y la ideología era muy clara y conminatoria: Si no aceptaban la nueva situación, serían destruidos a fuego y sangre en nombre de la civilización y el progreso. Miles de clérigos, ministros, pastores y sacerdotes fueron llevados a los nuevos territorios conquistados para imponer esa ideología a través de la educación impartida en el idioma del conquistador, a través de la religión del conquistador, a través de la destrucción de las culturas locales, reemplazadas por los valores lingüísticos, poéticos, artísticos y literarios, considerados como superiores en esa visión ideológica del colonialismo eurocéntrico europeo y norteamericano. Esto no solo ocurrió con pueblos pequeños, sino con gigantes de culturas milenarias como la China, la India, Japón y Egipto.

A ese resultado, que Hobsbawn llamó “el drama del progreso”, el Dr. Brea Franco lo visualiza como vivido por dos tipos de sujetos: “unos, en el interior del capitalismo, lo palparon como el drama del desarraigo experimentado por millones de seres transplantado de un momento a otro a una existencia inhóspita: emigrados del campo fueron sumergidos de golpe en un paisaje urbano caótico, insano, dominado por el hacinamiento, la falta de higiene, sin reglas conocidas, sin educación, sin un orden comprensible. […] Por el otro, el progreso fue un drama para los pueblos fuera del sistema capitalista planetario que estaba en proceso de construcción. […] Occidente, entonces, empuñó las potentes armas que ponía en sus manos del desarrollo tecnológico para apropiase de todos los territorios vírgenes del Planeta.” (p. 51-52)

Publicaciones Relacionadas

Más leídas