Aporte: Metáfora de dos pueblos gemelos en la novela de Alanna Lockward

Aporte: Metáfora de dos pueblos gemelos en la novela de Alanna Lockward

Como si bailara una pieza clásica, despacito, Alanna Lockward ha entrado al particular escenario que es el mundo de la novela. Lo hizo con su obra Marassá y la nada. Editorial Santuario, Santo Domingo, 2013. Se asomó con la mirada quieta; abrió sus brazos lentamente de par en par y de entre ellos se expandió un papiro. “No pasa nada”, decía magistralmente al comenzar. Una sonrisa leve se le asomó al rostro y de inmediato se sintió el fluir de una historia armada pieza a pieza.

La novela de Alanna es un rompecabezas armado ante nuestra vista. Va trayendo las piezas indistintamente desde un rincón del escenario. Poco a poco surge la imagen agreste de la isla. En el fondo está la hilera de montañas con un paisaje sutilmente étnico.

Hay piezas claves procedentes de otras latitudes. Las de África fueron traídas en circunstancias especialmente difíciles. De nuestra variopinta América y de Europa llegaron las otras. Así surge la presencia del Caribe que nos hermana ancestralmente.

El mundo de la novela dominicana al cual Alanna acaba de entrar tiene unas características particulares. De 1844 al 2013 se han publicado alrededor de 750 novelas. Con esa totalidad es preciso comparar a Marassá y la nada.

Hasta 1979 la generalidad de esas novelas publicadas fue escrita en base al canon del siglo XIX. Solo a partir de 1980 algunos autores comenzaron a emplear el canon vigesimonónico usado en otros países desde 1901. (Ver: Avelino Stanley. La novela dominicana 1980-2009, perfil de su desarrollo. Banco Central de la República Dominicana, 2010).

Como el arte corre entres sus venas, antes de armar la estructura de su obra, Alanna asomó la mirada al escenario y pudo ver la diferencia entre el canon tradicional y el contemporáneo. ¿El resultado? En Marassá y la nada hay una narradora multiperspectivista. En vez del tradicional omnisciente, entregó la potestad de contar la historia a los personajes. Echó a un lado la linealidad y fragmentó la historia a tales niveles que el primer capítulo está vinculado al final del drama narrado.

Los capítulos, de poca extensión como suele suceder con el uso del canon contemporáneo, están desarrollados con gran intensidad. El dominio de las destrezas narratológicas de Alanna se percibe por la seguridad con que ajusta cada pieza en el rompecabezas que es la historia contada.

Leída la novela queda una enigmática sensación metafísica de la vida. Una esencia fantasmagórica en la cual discurren dos muertes y una vida. Dos hermanas (Laura y Mara) suicidadas, una en París y otra en Santo Domingo. Les sobrevive Moira, una prima íntima, intimísima. Ella debe cumplir con unos deseos particulares surgidos en torno a Manuela Ricart de Portes, madre de Laura y Mara, y tía de Moira.

Moira, encubierta en la voz narradora, mueve cielo y tierra para localizar los restos mortales de Manuela, fallecida en Haití, según se supone. Hacia allá parte Moira para tratar de encontrarla. Para lograr su fin solo cuenta con una foto de Manuela y con el poder espiritual, legado de la tatarabuela por su fe infinita en la Iglesia Africana Metodista Episcopal. En Puerto Príncipe un olor a sándalo llevó a Moira directamente ante Casandra, quien debía ayudarla auxiliada de su fuerza espiritual.

Desde el inicio mismo de Marassá y la nada el escenario de la obra está en Haití. En las 750 novelas referidas hay un amplio espectro temático. Pero en la mayoría los autores se han autocensurado con el tratamiento del tema sobre Haití. Es como si le temieran.

Los autores dominicanos que miran el tema haitiano lo hacen de asomo y muchas veces con la visión tradicional de los sectores dominantes. Dice Elissa L. Lister, (El conflicto hatiano-dominicano en la literatura caribeña, C3 Ediciones, Petion Ville, 2013.) que en Over (1939), al igual que en El masacre se pasa a pie (1973), “Los trabajadores haitianos… aparecen despersonalizados y como un elemento más del paisaje”. (Pág. 176).

Además de Marrero Aristy y Prestol Castillo, pocas novelas dominicanas han abordado el tema. Podemos citar algunas: Rafael Pérez Guerra en Antoine, Un haitiano más (1992), Diego D’Alcalá, en La frontera (1994), Félix Darío Mendoza en La Hispaniola, el reino del zombi (1999), Manuel Matos Moquete en La avalancha (2006), Carlos Agramonte en El sacerdote inglés (2008), y Juan Carlos Mieses en El día de todos (2009). Félix Darío Mendoza es de los pocos autores que trata el vudú sin distanciamiento.

Alanna Lockward, en cambio, cohabita con el tema del vudú sin temores, sin complejos, con plena naturalidad. Respeta esa forma de fe como lo que es, una religión. La valentía de asumir esa visión merece el reconocimiento. Lo hace consciente de que existe un vudú dominicano que es anterior al de Haití, porque llegó al lado este de la isla traído por los primeros esclavos africanos.

Desde su cosmovisión, las incursiones de Moira a Haití muestran el universo haitiano desde lo mágico y desde su realidad social. Marassá y la nada tiene escenarios en París, en Nueva York, en Guadalajara (México) y en La Habana. Pero la obra se desarrolla fundamentalmente en Santo Domingo y en Haití.

Se siente una gran fuerza espiritual en el mundo que Alanna Lockward recrea. Hay un proceder de lo gemelo y su particular fuerza anímica. Está en Laura y Mara. Se ve en la Virgen de la Altagracia, venerada por los dominicanos en Higüey y por los haitianos en Delmas. En el título mismo de Marassá y la nada, los marassá son espíritus gemelos de la mitología vudú.

Los marassá son la única fuerza que tiene una doble emisión de energía. Es la duplicación milagrosa en dos partes de una misma esencia. En la intertextualidad de la novela de Alanna esa energía alienta la convivencia entre dos pueblos que cohabitan una misma isla. Ese suelo como ancestro común hace gemelo a los dos países. Ambos tienen de ese pasado a los taínos, portadores de una particular fuerza cósmica y comparten también la leyenda de los Atlantes.

En el rompecabezas que Alanna Lockward armó se enarbola la visión de convivencia pacífica en la isla. Tiene a los gemelos con esa energía como metáfora que hermana a sus habitantes. Nadie podrá arrancarle ese espíritu de marassá. Ni siquiera podrán lograrlo los que enhiestan la bandera desnacionalizadora contra toda una legión de nativos cuyo único pecado ha sido trabajar sin descanso por un futuro que ahora les quieren negar. Un día, de ese lastre de las sinrazones, solo quedará, como dice Marassá y la nada en su final, “el olor de los fantasmas”.

Tendrá que venir una vida donde no gobierne la ambición; la traerán los nuevos habitantes de la isla que un día seremos. Mientras tanto, los lectores tienen en Marassá y la nada una novela de excelentes esencias literarias. Una obra de prosa singular, con un drama conmovedor y una visión de convivencia fraterna entre sendos canales de una energía que existe para vencer tanta maldad en ciertos seres humanos.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas