APORTE
Al maestro Egbert C. Morrison, con cariño

<STRONG>APORTE<BR></STRONG>Al maestro Egbert C. Morrison, con cariño

Cuando escucho la canción  “To sir, with love” en la voz de la interprete inglesa Lulu, me suele asaltar la memoria la imagen del profesor Egbert C. Morrison.

Esa canción la escuché en su casa varias veces a finales de los años sesenta. Siendo niño menor de diez años, recuerdo el entusiasmo con que Ramón, Heriberto y Mateo, los hijos del profesor, comentaban la película “Al maestro, con cariño”, film del cual esa canción es el tema principal y cuyo protagonista Sidney Poitier, es un actor con el cual ellos se sentían identificados.

“To sir, with love

A  friend who taught me right from wrong /And weak from strong that`s a lot to learn/

What can I give you in return?” (Al maestro, con cariño./ Un amigo que me enseñó el bien y mal/Y lo mucho que aprender de la debilidad de los fuertes.

¿Qué puedo darle yo a cambio?

Escuchando esa canción, a la distancia de más de treinta años, me dirigí a la Cruz de Mendoza la tarde del viernes 30 de octubre/2009, donde se le realizaría un homenaje de reconocimiento al profesor que hoy recuerdo con cariño. El Ayuntamiento de Santo Domingo Este, mediante la resolución # 43-09 de su Sala Capitular, designó un tramo de la Carretera de Mendoza con el nombre de “Prof. Egbert Morrison”. Y esa tarde se haría el acto de rotulación de la citada vía.

Presentes en tan significativa ocasión estaban el empresario Pepín Corripio, el síndico de Santo Domingo Este, Juan de Los Santos, el Ministro de Cultura, José Rafael Lantigua, el ex incumbente de esa cartera, Tony Raful  y el poeta Federico Jovine Bermúdez,  entre otras destacadas figuras de la vida pública dominicana.

Entre los cientos de personas presentes pude ver a figuras emblemáticas de La Cruz de Mendoza. A Estela, la hija de “Lao” y Benita, a Ramírez, el hijo de “Doña Tila”, a “Cocopelo”, el amigo de Berti, a “Doña Nenena” y su hija “Niní”, de la cafetería “Puriro”, a Pedrito Richarson, el de la calle 10, a Martha(+), la hija de “Doña Nina”, a Felipe Medrano, el amigo de Villa Faro, a Mary y Marianela, las hijas de “Puchín” y a “Cuncún”, el hijo de mi tía Cristina, quien no estuvo presente y que recientemente se marcho para siempre, dejándonos conmovidos por el dolor de su partida.

Mientras escuchaba las palabras de Pepin Corripio sobre su experiencia  de alumno del profesor Morrison, observé que del nutrido grupo de personas que allí  estaba, una gran parte me habían visto crecer, al igual que el profesor Morrison. Y tengo la certeza de que cada uno tenía una historia que contar sobre su relación con ese inmigrante jamaiquino, egresado de la Universidad de Cambridge,  Inglaterra, que llego a La Cruz de Mendoza a finales de la década del treinta del pasado siglo XX.

Cuando llegué al lugar y varios personajes queridos de mi infancia me saludaron utilizando el  “usted”, me sentí como el personaje principal de la película “Cinema Paradiso”(G. Tornatore, 1989.),  en la escena cuando regresa a su pueblo a participar del funeral de su mentor y guía.

Al igual que el personaje de la citada película, quiero recordar en voz alta mi relación con el maestro, con el profesor Morrison, quien murió el 22 de julio de 1978.

La Cruz de Mendoza, el ensanche Alma Rosa y sus alrededores, eran, en los años sesenta, una zona semi rural. Para decirlo como lo describía la gente de la ciudad “eso era un monte.” “Marotear” era una de las actividades principales de los niños y jóvenes de la zona.  Esto era ir por el monte a tumbar mangos, guayaba, corozos, caimito, caimoní y cuantas frutas silvestres se producían en los potreros y fincas que por ahí abundaban.  (Entre estas fincas siempre recuerdo cuan impresionante era para mi la de Don Augusto Chottín (1881-1971), cuya mansión hasta hace unos meses era impresionante. Lástima que la demolieron) También a cazar aves con tirapiedras, actividad en la que Heriberto, el hijo de Morrison, se dio todo un experto.

Cayetano Rodríguez del Prado en su libro “Notas Autobiográficas” (Editora Búho, 2008) relata sus andanzas, junto a Juan Augusto Castellanos, por “…aquellos campos casi despoblados que existían donde hoy se encuentra el Ensanche Alma Rosa.”

Debajo de un frondoso árbol de mango, que todavía existe en la Carretera de Mendoza # 17, comencé, junto a otras personas,  a recibir clases de inglés con el profesor Morrison.  Además de inglés, comencé a conocer a través de él y de sus hijos,  a los grandes escritores de la lengua inglesa, a amar el conocimiento y a entusiasmarme con la lectura.

Recuerdo que el profesor Morrison solía hablar de William Shakespeare y llevaba siempre consigo un ejemplar de la Biblia y un ejemplar del libro “El Paraíso Perdido” de John Milton.

Curioseando entre sus libros tuve mi primer contacto con los trágicos griegos  Esquilo, Sófocles y Eurípides.  Así, cuando tiempo después leí “Ifigenia en Aulide”, de Eurípides, el recuerdo de mi madrina me acompañaba en cada página.

Cuando Pepín Corripio habló en el acto en su condición de ex alumno, dijo: “El Profesor Morrison fue profesor mío a partir del año 1941.  Tenía yo seis años y vivíamos en los altos de la Avenida Mella esquina Santomé. Todo lo que sé de inglés se lo debo a él.

 Lo cierto es que el no cobro una parte de las clases que me dio, que no era inglés, sino ética, responsabilidad, cumplimiento, puntualidad, desprendimiento. Todo eso lo aprendí yo con el Profesor Morrison durante los diez años que me dio clases.” 

Aunque mi encuentro con el profesor Morrison se produjo treinta años después que se desempeñara como profesor de Corripio, yo puedo hacer mías las afirmaciones de él sobre lo aprendido con “mister” Morrison. Y además agregar que la calidad que le han reconocido al trabajo que he realizado, le debe mucho al hecho de que este inmigrante inglés se radicara en La Cruz de Mendoza, estableciendo un faro de luz que espantaba las tinieblas de la ignorancia.

En el capítulo 22, página # 91, de la edición de 1998, de la Editorial Alfredo Ortells, de “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha”, Don Miguel de Cervantes, por boca de Don Quijote, afirma: “De gente bien nacida es agradecer los beneficios que reciben, y uno de los pecados que más a Dios ofende es la ingratitud.”

Como me considero dentro de los bien nacidos que saben agradecer, vayan estas notas como gesto de gratitud para con el Profesor Morrison y su familia, muy especialmente para con su esposa, mi madrina Ifigenia Fortunato (+).

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