APORTE
Culturas políticas norteamericanas y dominicanas

<STRONG>APORTE<BR></STRONG>Culturas políticas norteamericanas y dominicanas

DIÓGENES CÉSPEDES
Emilio Rodríguez Demorizi  estudió una vez la similitud de la Manfestación de independencia dominicana de enero de 1844 y primera Constitución dominicanas y las subsiguientes que salieron del seno de nuestro autoritarismo político con la Declaración de independencia de 1776 y la primera Constitución norteamericanas.

También en el mismo opúsculo estudió Rodríguez Demorizi los retazos de la Ilustración francesa (Declaración universal de los derechos del hombre y del ciudadano) insertados en nuestros textos constitucionales.

Al igual que mis contemporáneos, yo me crié oyendo un cliché de retórica barata que al referirse a los Estados Unidos, los locutores y los políticos de la era de Trujillo hablaban de “la gran democracia del Norte”. En este sentido, aquella dictadura produjo su propia mixtificación. Y cosa curiosa, luego de su decapitación, se repetía con el mismo fervor aquel estereotipo que buscaba comparar el ejercicio de la democracia de un país tecnológicamente desarrollado con otro que apenas había salido del nido de la montonera.

Pero curiosamente,  la existencia de la democracia no tiene nada que ver con que un país sea industrialmente desarrollado o no. Martí fue el primero en situar ese mito. En nuestro país, Peña Batlle. Pero la estrategia política de uno y otro pensador no tienen el mismo efecto. Martí lo hace para ampliar la democracia donde no existe; Peña Batlle  para justificar la dictadura y afirmar, contra la advertencia de Lugo, que con Trujillo cristaliza en el país el verdadero Estado nacional y la democracia verdadera.

La paradoja más lejana de ese afán comparativo con los Estados Unidos la tuvimos los dominicanos cuando George Bush ganó, mediante fraude, la primera y la segunda elecciones. Irónicamente Mario Álvarez Dugan, director de Hoy, editorializó al respecto y dijo que  el modelo de fraude electoral que impuso Balaguer en el país había sido exportado a los Estados Unidos y que no teníamos nada que envidiarle a aquel país.

Al cabo de ocho años de gobierno, los estadounidenses y la intelligentsia de ese país comienzan a despertar de la pesadilla-Busch. Pero es porque ya se va y no podrá ser presidente jamás. El estacazo de las torres gemelas sirvió para instalar el gobierno mediático más espantoso de los Estados Unidos, ya que logró eliminar la democracia, la prensa y la justicia, los tres pilares de la sociedad abierta de Popper.

En Europa, desde el momento mismo de la caída de las torres gemelas, los intelectuales críticos no creyeron en ese esperpento (véase el libro de Thierry Meyssan, “11 de Septembre. L’effroyable imposture”. París: Carnot, 2002), pero ahora, a partir del documental 9/11, comienzan a aparecer libros como el de Mark Crispin Miller, “Looser Takes All–El perdedor se lo llevó todo– donde se ve por primera vez la conexión de la caída de las torres gemelas con el proyecto del grupo industrial-militar-petrolero de Cheney y Busch  de mantenerse y reproducirse indefinidamente en el poder luego del derrumbe del bloque socialista, el surgimiento de la sociedad unipolar y la dificultad de extracción de riquezas, no ya a los obreros de los Estados Unidos, sino a los países subalternos del imperio norteamericano en el mundo entero.

Busch, el perdedor ante  Al Gore y John Kerry, se lo llevó todo y con el gobierno mediático invirtió el mundo de la información y los valores. Con Kerry logró que la sociedad norteamericana le percibiera como un cobarde, cuando había sido un héroe de Vietnam. El propio Busch logró presentarse como un héroe, cuando en realidad había eludido alistarse en Vietnam, gracias a las influencias de su padre. Pero, ¿hasta dónde es legítimo hablar de héroes si los Estados Unidos perdieron la guerra de Vietnam? Vaya usted a saber. La prensa, la televisión y Hollywood son taumaturgos.

Esta cultura política de los fraudes y los traumas electorales no termina nunca. Y ahora menos, con esta dificultad que tiene el capitalismo a escala planetaria de acumular  riquezas a costa de la explotación de los obreros y los recursos naturales de cada país. Es por eso que los fraudes electorales toman cada vez más cuerpo. En la cultura política dominicana Balaguer fue el paradigma de los fraudes. Lo hacía tan bien que nadie los creía. Sólo en 1994, al ser tan burdo el fraude, este fue descubierto y  le costó el poder a partir de ahí. +

El PLD ha recurrido al mismo expediente, la compra masiva de cédulas a familias enteras de la oposición hasta reducir al PRSC de 9 por ciento en la intención de votos de las encuestas a 4% y al PRD una reducción de un 4% de su caudal de votos. Los partidos de la oposición, clientelistas y patrimonialistas al igual que el PLD se quejan, pero aceptan el hecho cumplido según la logística del dinero de Carlos Beicochea.

La historia de las elecciones no ha sido otra cosa en el país desde el siglo pasado. Quien se quiera convencer solo tiene que hojear con detenimiento el libro de Antonio Hoepelman y Juan A. Senior, “Documentos históricos” (Editora Educativa Dominicana, 1973), para que vean cómo terminaban los comicios organizados después de la muerte de Lilís.

En conclusión, tanto nuestro país como en los Estados Unidos, donde, si Obama gana, Busch se aprest  a a montar otra espectáculo y declarar la Ley Marcial, según artículo de Leo Beato, ante “el inminente peligro de un ataque de Irán” para seguir en el poder, la democracia es un mito que se construye a papeletazo limpio. Esa es la cultura del clientelismo y el patrimonialismo y todos los que vendieron por dinero su cédula y se quedaron en casa para no ir a votar son tan corruptos como el comprador. Pero el show debe continuar…

En síntesis

Allá (¿como aqui?)
Esta cultura política de los fraudes y los traumas electorales no termina nunca. Tras el triunfo de Goerge Bush, decidido en Florida, el director de HOY, Mario Álvarez Dugan dijo que el modelo de fraude impuesto por Balaguer había sido exportado a los Estados Unidos y que no teníamos nada que envidiarle a aquel país.

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