Aporte
El sujeto de Filoctetes, de Incháusteghui Cabral

<STRONG>Aporte<BR></STRONG>El sujeto de Filoctetes, de Incháusteghui Cabral

En los tres dramas de Héctor  Incháustegui Cabral rigen las mismas reglas expuestas por Prometeo en el primero: “No hay reglas, sino hombres./La sociedad no existe; existe el individuo…” (p. 50) Igualmente, los tres dramas tienen solamente de griego, el título. Quien busque remedo del “Filoctetes” de Sófocles en la obra del mismo título del poeta dominicano, solo encontrará el nombre del protagonista y las alusiones al contexto geográfico que describe cada acto. Los demás personajes de la obra inchausteguiana son José, Vidal, el Coronel y el Hijo.

Mientras Sófocles en la suya plantea una relación de poder entre lo humano y lo divino: el arco y la flecha de Filoctetes fueron una regalo de Heracles y sin estas armas no es posible devastar a Troya. Odiseo le ha quitado con engaño las armas, pero Filoctetes debe cumplir por voluntad propia el trasladarse a Troya con Odiseo y sus acompañantes. Solo lo hace cuando Heracles interviene, como deus ex machina, en la representación teatral, para convencerle y sugerirle lo que debe hacer, ya que con su acción complace a los dioses y obtiene él mismo gloria y reconocimiento.

En cambio, en el drama de Incháustegui Cabral se plantea una relación entre poder y conocimiento científico, pues el Doctor Filoctetes, en el país inexistente donde actúa, pues la sociedad no existe, ha descubierto la fórmula de extirpar el miedo en el ser humano y los gobernantes del topos uranus donde actúa el médico loco han decidido hacer lo mismo que hizo Odiseo en el drama de Sófocles: apoderarse de la fórmula por las buenas o por las malas, pues tales autoridades creen que con ella vendrá la paz universal, cesarán las guerras y la humanidad será feliz. Para realizar esta tarea, el poder ha nombrado a Vidal y al Coronel, mientras que en la obra de Sófocles la misión le fue encomendada a Neoptólemo, hijo de Aquiles, y a Odiseo, guiados por la profecía de Heleno, quien había predicho que solamente con el arco y las flechas de Heracles, ahora en manos de Filoctetes, podía conquistarse a Troya.

¿Qué busca Incháustegui Cabral con la tropicalización y castellanización de los personajes, sus discursos y acciones, excepto el protagonista de cada uno de los tres dramas, cuyo respectivo nombre sigue siendo griego: Prometeo, Filoctetes e Hipólito, pero que nada tienen que ver con las tragedias de Esquilo, Sófocles y Eurípides?

Creo que la estrategia de nuestro dramaturgo criollo es la realización de una ideología literaria muy difundida: la del arte universal. Si este lo es, la literatura es también universal. No le está permitido al escritor que se adscribe a esta ideología, entrar en especificaciones de país, de nación ni de contextos geográficos o sociales. La obra debe propender a lo abstracto, a la creación de valores universales, puesto que el ser humano, o el hombre, como propala esta ideología, también es universal, puesto que ha sido creado por los dioses o la divinidad, a la cual permanece atado de por vida, según este mito del origen.

Pero no solamente permanece atado vitaliciamente, sino que, incluida la mujer, pero sin reconocerla al creer que gramaticalmente estaba incluida en semejante sustantivo genérico, ese “hombre” es un juguete en manos de los dioses o su sustituto monoteísta, es decir, hombre y mujer son sujetos que deben obedecer el destino que les ha sido trazado en el curso de su vida. No pueden modificar ni evitar ese destino. Incluso a veces ni los mismos dioses pueden evitar el destino que ellos mismos se trazan u otros dioses superiores les trazan. El primero de estos destinos, y el más importante, es la muerte.

Es a su alrededor que gira toda la literatura, dramática o no, que se ha escrito en Occidente, a partir de los clásicos griegos. Este destino está presente en todas las culturas del planeta, incluso en las más sonadas: la china, la india, la japonesa y la musulmana, sin olvidar, por supuesto, las culturas amerindias, las cuales, al parecer, no tendrían punto de contacto con Europa sino a partir de 1492, y, supuestamente, ni por remota filología, con las culturas asiáticas. A repetir todo el saber acerca de la muerte y su inevitabilidad para el sujeto, se dedican los dramas de Incháustegui Cabral, sea a través del personaje principal o de los personajes secundarios que sirven de coro. A este saber acerca de la muerte le sigue la repetición de un discurso filosófico (a través de sentencias, máximas, axiomas, etc.) producido por los clásicos en torno a la futilidad de toda lucha humana por evitarla. Y también a la morigeración del sujeto ante los excesos y un discurso edificante acerca de cómo, a través del bien y la justicia, se logra la felicidad individual y colectiva.

Condenadas de antemano las rebeliones y revoluciones o los intentos de cambiar el orden de las cosas en la naturaleza (el poder político, religioso, artístico), ya que semejante orden ha sido creado por los dioses paganos o el Dios monoteísta, copia fiel de Amon-Ra, dios solar único de los egipcios y posteriormente Zeus, dios pagano de la Grecia clásica. Pagana o no, poco importa, la estrategia de toda religión es el mantenimiento del orden. Práctica social humana y, obligatoriamente, terrenal, pues los animales que no hablan no tienen religión, la cual difiere radicalmente de lo divino y lo sagrado.

A esta tarea de mantenimiento del orden ancestral universal se consagran los tres dramas de Incháustegui Cabral, los cuales tienen ínfulas de universalidad,  con sus personajes sincréticos, pues estaban dirigidos a sujetos de la cultura del propio autor. Prueba de lo cual fue el hecho de que su representación respectiva tuvo lugar en el teatro del Palacio de Bellas Artes: “Filoctetes” el 26 de agosto de 1963; luego las tres juntas, en este orden: “Filoctetes”, “Prometeo” e “Hipólito” los días 7, 9 y 11 de abril de 1977 y, por último, “Prometeo”, “Filoctetes” e “Hipólito” el 15 de abril de 1980. La negación de lo específico, de lo concreto, en nombre de lo universal es una estratagema ideológica mediante la cual el autor biográfico cree liberarse de su responsabilidad individual a través de la trascendencia.

 No existe obra universal: las de los clásicos griegos y romanos, así como  las de nuestra contemporaneidad, son siempre específicas, pues nada es más concreto que el sujeto y su discurso, sea este último literario o ideológico. Nada es más político que el sujeto. Sin embargo, el valor literario de una obra no es político ni ideológico, sino transpolítico, transideológico y transocial.

Nuestro “Filoctetes” tropical se queda en lo político e ideológico.

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