APORTE
Hablando de Museos

APORTE<BR>Hablando de Museos

¡Hablando de museos! De no existir fundaciones y patronatos, entre otros, dedicados a la  conservación de testimonios sobre actividades  políticas, vivencias, objetos, fotos, etc.,  de aquellos que participaron en luchas contra regímenes dictatoriales, la memoria histórica de los pueblos se diluye en el tiempo. Sin ellos, la presente y futuras generaciones ignorarían la evolución de nuestra sociedad, además de sus conquistas por el logro de una nación digna y civilizada. Para el enriquecimiento de los mismos, facilitamos legajos que durante décadas hemos guardado celosamente. En tal sentido, con relatos de quienes compartieron prisión con mi padre, Eugenio Perdomo Ramírez, es preciso emprender un vuelo hacia el pasado. 

 Cárcel de ¨La Victoria, moría la tarde del domingo 31 de enero o del lunes 1ro. de febrero del 1960; los allí prisioneros, integrantes del develado Movimiento Clandestino 14 de Junio, se disponían a cenar.  Un militar interrumpe y reclama la presencia de Eugenio Perdomo Ramírez, quien se levanta y es conducido al área de torturas de la aterradora prisión “La 40”. 

Leandro Guzmán, testigo presencial de los hechos, entre las páginas 126-132, de su libro “De espigas y de fuegos”, de quien con gran respeto reproduzco, nos acerca a la escena: “Se nos ¨invitaba¨, según dijera Candito Torres, a un «ajusticiamiento revolucionario”. (Candito Torres, segundo jefe del Servicio de Inteligencia Militar-SIM). 

“En la sala de torturas a donde nos llevaron estaba Eugenio Perdomo sentado en la silla eléctrica, atado de piernas y brazos…. El periodista  no quería cumplir la encomienda de accionar un lazo con un pedazo de madera que aprisionaba el cuello del detenido… Le llamábamos ¨tortol¨ y,  efectivamente, hacía las veces de un torniquete asfixiante.

“Perdomo, aunque atado, se debatía en busca de aire… El periodista apretaba y apretaba más el ¨tortol¨, al conjuro de las exhortaciones perversas de los torturadores…” (Johnny Abbes García, Jefe del SIM y Candito Torres).

“Perdomo cayó, al fin, en los estertores de la agonía, hasta que sus pulmones y su corazón se paralizaron.

“Me obligaron a recoger el cadáver de Perdomo para llevarlo hasta el baúl de un carro de dos puertas, Chevrolet…  Mis fuerzas no alcanzaban para mover el cadáver de Perdomo.  Intervino un esbirro llamado Flicho Palma…. Pensé que mi vida concluiría pronto: había sido testigo de una ejecución y eso equivalía, normalmente durante el trujillato, a una sentencia de muerte.

“… Abbes García le ordenó a un subalterno que al día siguiente llevaran al Periodista a su oficina en la avenida México, para entregarle una pistola y asignarle una serie de ¨misiones¨ que debería cumplir”.  Ante esta propuesta respondió: “que estaba dispuesto a aceptar lo que él ordenara».

El periodista en cuestión  respondía al nombre de Rigoberto Belliard, amigo de Eugenio, con quien compartía mesa familiar en varias ocasiones.  Belliard, acusado por Leandro Guzmán ante los tribunales  de Santiago de los Caballeros, juzgado y condenado a varios años de prisión, puesto en libertad misteriosamente, viajó a los Estados unidos, donde encontró su muerte por razones que desconozco. 

Leandro concluye: «Estar en La 40 equivalía a vivir dentro de la propia muerte.  Raros eran los días en que allí no se mataba, se mutilaba o se pervertía a alguien.  Unas horas después del estrangulamiento de Perdomo, asesinaron a Angel Russo, un hombre decente, un militante que tenía antecedentes antitrujillistas de larga data…  Los esbirros me obligaron después a ponerme la ropa de Russo. Más aun… fui forzado, en medio de gritos y amenazas, a tomarme su ración: un chocolate de agua  y un pan».   

Los cadáveres retirados de ¨La 40¨, algunos descuartizados, posteriormente eran depositados en las incineradoras utilizadas para la quema de basuras, ubicadas en las cercanías de la cárcel o en el área occidental del puente Juan Pablo Duarte, para su cremación y/o lanzados al mar, hoy autopista «Las Américas»,  como alimento de los tiburones que merodeaban la zona.

Eugenio Perdomo Ramírez y Leandro Guzmán, fueron vecinos por varios meses, en Santiago de los Caballeros, razón por la que se conocían muy bien.  El 11 de abril del 2011 visité al ingeniero Guzmán en sus oficinas de Santo Domingo; encuentro de minutos imborrables!  Cargado de emoción, comentó las vivencias descritas en su libro, además de ricas estampas familiares, según recordó:  «En algunas ocasiones, a ustedes  les invité a nuestra casa -se refería a mi hermana menor Elia Celeste y el primito Tony- para comer conmigo y con María Teresa.   ¡Y justamente a Leandro, como desgracia de vida, le obligan a presenciar la muerte de mi papá, su compañero político y vecino en “Los Pepines» de Santiago!  

En su oportunidad, Federico Andrés Lora Pérez, comentaba: “Giannella, sobre tu padre te diré que nos reunieron una tarde al anochecer en la Cuarenta y Eugenio, que conocía a Vitico González, se nos acercó porque  el grupo de Santiago estábamos esposados juntos y comenzamos a hablar y nos dijo que casi no oía por los golpes que le habían dado en la cabeza y el oído, lo cual era muy común en la Cuarenta, pegarle por los dos oídos”.   

Adolfo Alejandro Franco Brito, quien intercambió con Perdomo unas cuantas palabras la posible  noche  de su ejecución, con recuerdos imborrables de horrendas vivencias, transcurridos 51 años, » regresa» a las celdas y refiere: ¨Nos obligaban a escribir nuestra declaración, a continuación de la que debíamos hacer oralmente.  Estas declaraciones se hacían  luego de haber sido sometidos a las acostumbradas sesiones de bárbaras y a veces sangrientas torturas: golpes, extracción de uñas, descargas eléctricas utilizando el ¨bastón¨, aplicadas en la zona genital, entre otras».

José Israel Cuello Hernández, más explícito, escribía: “Tu papá no dejó ropa ni libros, ni cartas ni maleta y mucho menos colchoneta porque de nada de ello disponíamos en las condiciones de las cárceles de aquella época”. 

“Al llegar a La 40, lo primero que se hacía era el despojo de toda vestimenta, absolutamente de toda. Al único que alguna vez vi con alguna permisividad en el vestuario fue a Cayeyo Grisanti, precisamente en la celda de La Victoria desde donde fue retornado a La 40  tu padre junto al seminarista Papilín Peña González para ser asesinados. Tenía Cayeyo un soporte para contener el brote de una hernia inguinal como toda vestimenta; un pedazo de cinturón que no cubría nada, por supuesto.

“Yo a tu papá no le vi en La 40, porque probablemente llegó allí antes que yo, que fui detenido el 21 de enero en la madrugada, poco después de las seis de la mañana y pienso que él llego dos o tres días antes e interrogado entonces…”

(Continuará)

*La autora es hija del mártir Eugenio Perdomo

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