APORTE
La ciudad y la poesía

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POR BASILIO BELLIARD
La relación del poeta con la ciudad es más simbólica que real. La mirada poética convierte a la ciudad en representación: la ciudad como prolongación del yo. La fascinación que entraña la vida urbana en el poeta puede ser de amor, odio o miedo. Baste recordar el Manhattan de Whitman, el NY de Lorca, el París de Baudelaire, el Buenos Aires de Borges o la Lisboa de Pessoa.

 De la mirada romántica a la mirada futurista de la ciudad como máquina vertiginosa; o del paisaje urbano como imagen del tiempo fugaz a la ciudad moderna y utópica; o de las ciudades invisibles de Italo Calvino a las megalópolis; o la ciudad letrada de Angel Rama, la ciudad es el laboratorio de la imaginación del poeta que construye la historia.

El poeta es un ciudadano porque vive en la ciudad y la historia la hacen los ciudadanos. El poeta es un ser anónimo en el escenario vital de la ciudad, cuya soledad y anonimato no se cura ni siquiera en medio de la muchedumbre.

Porque cuando el poeta canta, no lo hace con el otro sino consigo mismo. La ciudad antigua, medieval, renacentista o barroca ha creado una respiración en un espacio poético de soledad o comunión.

Cuando Platón decreta la expulsión del poeta de la República griega lo hace porque para él los poetas son parásitos sociales, marginados, exaltados o locos. Es Aristóteles quien los reivindica porque tiene una visión diferente de la ciudad y llega a decir que la poesía es más verdadera que la historia; le atribuye al poeta la condición de vaticinador que nos dice lo que podría suceder en el futuro, contrario al historiador, que nos dice lo que sucedió en el pasado.

En la ciudad antigua, el poeta estaba imbuido de los espíritus del mal que habitaban en la naturaleza, en la noche del terror, en el bosque del miedo. En esta ciudad antigua el espacio que nace desplaza a la naturaleza salvaje y esos fantasmas malignos emigrarán del bosque a la ciudad. En esta atmósfera de misterio compartido entre la naturaleza y la ciudad, el poeta apuntará su mirada imaginaria en la ciudad medieval y una mayor armonía en la ciudad renacentista, barroca y moderna.

El arte viene a ser pues una imitación de la naturaleza (o mimesis) en la poética de Aristóteles y una imitación de otros artistas en la poética de Horacio. Para los románticos, en la naturaleza está lo espiritual y en la ciudad, lo material. De ahí que rechace la urbe y se refugie en el yo, se vuelva un ególatra y un cultor de lo exótico: huye del día y habita la noche. Ama la luna, los atardeceres marítimos y campestres. Aún para un antimetafísico como Kant, “el día es bello y la noche es sublime”.      

La poesía de la ciudad realmente viene a tener cuerpo y figura a partir del siglo XVIII cuando se producen grandes migraciones del campo a la ciudad. De ahí que Octavio Paz dijera en una entrevista que el poeta nunca debe abandonar la ciudad porque es allí donde se hace la historia. Acaso porque la vida urbana es más intelectual y racional que la vida campestre, que es más emocional y sentimental.

Baudelaire, el gran poeta de la ciudad de París, odiaba y amaba la muchedumbre. “Disfrutar la muchedumbre es un arte”, dijo. Pero Baudelaire era un “vouyeista”, que miraba para no ser visto como un observador distante, contrario a Whitman, que naufraga en la multitud y amaba la experiencia urbana.

París, llamada por Walter Benjamín, la capital cultural del siglo XIX fue también el escenario de las vanguardias artísticas de principios del siglo XX, que luego ocuparía New York . Pero ya no hay una ciudad como centro del mundo porque el centro está en todas partes. El poder no está en el centro, sino en cualquier lugar de la esfera del mundo.

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