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La profecía de Manuel del Cabral en un hilo

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En AREÍTO del 31 de mayo pasado, me hice eco de la profecía del poeta Manuel del Cabral, quien en la novela “El presidente negro”, publicada en Buenos Aires (Carlos Lohlé, 1973), vaticinaba que sería elegido en los Estados Unidos, después de la era de Nixon, un presidente negro.

Me referiré más adelante a las posibilidades de tal pronóstico, un prodigio en la cultura política norteamericana es ya el hecho de que el senador Barack Obama ganara, como lo anuncié, la candidatura demócrata, pero mientras tanto permítaseme consignar dos actos de justicia. El primero es que el poeta Tomás Castro Burdiez me llamó, y fue luego a mi oficina, para documentarme en el sentido de que había varias ediciones de “El presidente negro” en nuestro país, a su cuidado, y me entregó un ejemplar de la última publicación de este año 2008.

El segundo es el reconocer que el entonces crítico en agraz, José Alcántara Almánzar, fue de los primeros, junto al periodista Orlando Gil, en referirse a la novela “El presidente negro”, de Del Cabral, en un artículo titulado “Breve enfoque sociológico de ‘El presidente negro’”, donde el autor concluía en que “la fantasía de la obra se vuelve casi siempre un asunto que no logra despertar interés” y que “por desgracia ha salido un libro tradicional, y más que eso: un libro alejado y desfasado por completo de la actual narrativa latinoamericana.” (p. 24). Yo mismo le publiqué el artículo al licenciado Alcántara, en mi calidad de director, en el número 5, de la revista “Bloque” de marzo-mayo de 1974 y que yo había olvidado por completo, pues de lo contrario, lo hubiese consignado.

Dicho lo cual, vuelvo al propósito inicial. Está en un hilo el vaticinio del poeta Del Cabral porque luego de la exitosa campaña de las primarias, Obama logró concitar toda la atención de la nación norteamericana y ni qué decir tiene que de los medios, que se desvivieron por él y llegó a ser tal alta su ventaja con respecto al anciano John McCain (siete puntos porcentuales) que el candidato a la nominación republicana apenas si era tomado en cuenta.

Pero detrás de Obama venía la precandidatura de la senadora Hillary Clinton con una fuerza casi pareja y el resultado obtenido por la representante de Nueva York al final de la contienda fue de 18 millones de votos, los cuales traducidos a delegados era una desventaja muy pequeña, apenas unos doscientos y algo.

La carrera fulminante de Obama comienza a opacarse desde el momento en que la senadora Clinton abandona el reto y el tiempo que se toma el senador de Illinois en elegir a su candidato vicepresidencial.

El desgaste del gobierno y índice de popularidad de Bush por el suelo, las posiciones casi idénticas entre Bush y McCain, la quiebra bancaria en proceso, los altos precios de la gasolina y los derivados del petróleo, la quiebra de los bancos hipotecarios, el deterioro de la economía en sentido general y la impopularidad de las guerras en Irak y Afganistán, en fin, todo eso y otros asuntos que obvio por obvios, catapultaron, aparte de su gran carisma y su empalme con la juventud y la magia kennediana de la palabra cambio de Obama, su candidatura hasta el pináculo.

Pero, ¿qué sucedió en el ínterin? El error de la elección vicepresidencial de Joe Biden ha pasmado el impulso de máquina invencible de Obama. No es que la fundamentalista Sarah Palin opaque a Biden. Ahora es que se ve el error enorme de no haber escogido a una candidata natural dentro del liberalismo demócrata como es Hillary Clinton, la cual agregaba más de 18 millones de votos seguros a Obama, sino que resolvía el irresuelto problema de un apoyo total de la comunidad hispana al senador de Illinois.

Pero qué le aporta Biden a Obama. Prácticamente nada. La estrategia de Obama casi falla y conjeturo que ha debido pesar mucho en el senador el temor a ser opacado por la senadora en medio de la campaña presidencial y, también, el hecho de que de llegar a la Presidencia de los Estados Unidos, los Clinton tendrían un poder casi tan grande como el del Presidente. Sin embargo, el que casi llegaran al final de las primarias cabeza con cabeza debió advertirle a Obama que lo principal era ganar el poder en noviembre y no poderlo por exceso de celo ante una compañera vicepresidencial con luz propia, carisma propio y liderazgo propio, demostrado con los 18 millones de votos.

Solo un milagro puede salvar la candidatura Obama-Biden: que la recesión, a la cual la prensa no se atreve a llamarla por su nombre, se desboque, como apunta a hacerlo, hasta 2009 y que la situación sea tan inmanejable para Bush, que el electorado todavía indeciso, incline la balanza. Un gobierno casi en el suelo, pero con un control absoluto de los medios desde el chivo expiatorio de las torres gemelas, no es fácil de desmontar, sobre todo por candidatos demócratas, que nunca se las juegan del todo al enfrentar al poder republicano cuando hace y deshace en nombre de la guerra en contra del “terrorismo”, siendo paradójicamente los Estados Unidos el país más seguro de la tierra.

Un último milagro para Obama es que el candidato vicepresidencial “se enferme” y renuncie a su candidatura y se escoja, con los medios legales a su alcance, a Hillary Clinton como la sustituta. Pero un imperio tan institucionalizado como los Estados Unidos no está acostumbrado a ver y aprobar estas extravagancias comunes en los países subdesarrollados de Asia, África y sobre todo en América Latina, donde somos especialistas en estas piruetas que a todos deslumbran y hacer reír por los geniales. Verbigracia, Balaguer y su selección de vicepresidentes. Sin embargo, los Estados Unidos no han querido ver, para no curarse de espanto, las extravagancias de Bush con esa institucionalidad.

De todos modos, sea cual sea el desenlace, Obama es ya un ganador, un triunfador, pero esta oportunidad que tuvo no vuelve a verse en cien años.

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