APORTE
Las quintillas del padre Vásquez

APORTE<BR>Las quintillas del padre Vásquez

Como telón de fondo de una identidad plural, el Caribe ha sido una cultura en tensión. Síntesis traumática de un proceso histórico que mezcla los variados componentes que integran su resultado final, la presión aculturativa de los distintos imperios, su dimensión geográfica,  su multilingüismo y hasta su concepción culturológica; han hecho de la caribeñidad una aventura espiritual de angustiosa definición en el tiempo y en el espacio.

Negros africanos, y europeos provenientes del siglo de las luces, interactuando en el escenario convulso de las confrontaciones de los imperios europeos del siglo XVII, irán construyendo una identidad cuya definición acuña numerosos lugares comunes que intentan ser el resumen de ese proceso múltiple y complejo. “Crisol de razas”, “Caleidoscopio de culturas” “Mosaico de infinitas variaciones étnicas y culturales”, todas esas definiciones antropológicas del Caribe han nutrido una literatura de robusta contextura imaginativa.

De Aimé Cesaire a lo real maravilloso de  Alejo Carpentier, de Nicolás Guillén a Dereck Walcot, de Jacques Sthephen Alexis a George Lamming; pasando por ese componente caribeño que siempre reinvindica Gabriel García Márquez; la  cultura y la literatura que el Caribe ha producido se inserta en esa particularidad latinoamericana con todas las características derivadas de su rico proceso histórico.

Y como es así, yo preferiría intentar explicar, en el breve espacio de esta conferencia, algo que es propio de la dominicanidad en relación con ella, y que tiene que ver con el hecho de que, en cierta forma, una parte considerable de nuestra literatura, y de nuestra vida espiritual en general, ha vivido siempre de espaldas al Caribe.

¿Por qué ha ocurrido esta  separación entre las expresiones culturales caribeñas y el mundo espiritual de los dominicanos? ¿Cuáles son los presupuestos ideológicos de nuestra separación idílica del universo de referencias culturales que conforma el mundo del Caribe? ¿Cuál es el papel del más importante componente de la cultura nacional caribeña dominicana, el componente hispánico, en este alejamiento de la cultura dominicana de la configuración cultural del Caribe?

Ahora que se habla de integración con el Caribe en nuestro país, sería importante conocer el presupuesto histórico e ideológico que nos ha separado de ese escenario, tan próximo y tan lejano al mismo tiempo. Y es claro que ese presupuesto atraviesa toda la historia de la cultura nacional, y constituye, sin ninguna dudas, un resultado concreto de la sobredeterminación ideológica del hispanismo, no como expresión cultural, sino como ideología.

Quisiera partir de la interpretación que se le ha dado a la famosa quintilla de Fray Juan Vásquez, y que no ha rebasado nunca el marco político. La quintilla dice asi:

                   

                                           Ayer español nací
                                           A la tarde fui francés
                                           A la noche etíope fuí
                                           Hoy dicen que soy inglés
                                           No sé qué será de mí.

Esta quintilla es una viñeta angustiosa de las vicisitudes de la dominicanidad por cuajar una identidad propia, y Fray Juan Vásquez, un personaje “dominicano”del siglo XVII, en cierto modo la rubrica con su propia vida, porque este frailecito de Dios murió quemado en su  iglesia de Santiago de los Caballeros, durante la invasión haitiana de 1805. La incertidumbre que la quintilla expresa la ha convertido en una cita recurrente de las interpretaciones históricas que han estudiado las luchas de las potencias europeas a partir del siglo XVII,  por el dominio del mercado americano en el escenario del Caribe.

Estas luchas de las potencias europeas tenían dos formas de expresión concreta en el Caribe americano: Por una parte, la vulneración de la exclusividad comercial establecida a favor de España con la creación de la “Casa de contratación”, realizada a través del comercio intérlope,  y las actividades de los piratas, corsarios y filibusteros que merodearon durante todo este periodo las aguas del Caribe. Y por la otra, las guerras entre las potencias europeas, llevadas a cabo en los territorios continentales, cuyos desenlaces implicaban negociaciones que originaban cambios en las colonias respecto de las metrópolis que las dominaban.

Todos sabemos que ese es un largo periplo que incluye la invasión inglesa de 1655, con su comparsa de filibusteros y bucaneros; el despliegue de los franceses en las tierras fronterizas que arrancó en el 1697, y luego la formación de la frontera en el 1731, que acarrearía más adelante la creación de la colonia francesa de  Saint Domingue. Después el tratado de Basilea y la entrega de la parte oriental de la isla a los franceses, y las batallas entre ingleses y franceses derivadas del mismo, y más adelante las revueltas de esclavos y las luchas interminables, hasta la Revolución haitiana y  la invasión francesa a la isla con más de 58 mil soldados. El periodo incluye dos invasiones haitianas, la de 1801 y 1805, y una etapa cruenta y llena de incertidumbre. Una gigantesca movilidad social, puesto que el Caribe era eso que Juan Bosch llamó “Frontera imperial”, y que antes había estudiado en su singularidad el intelectual colombiano Germán Arciniegas.

La quintilla está, pues, plenamente justificada desde el punto de vista político, y de Fray Juan Vásquez se puede decir, incluso más que en el caso del poeta español Jorge Manrique, quien debe su gloria a un solo poema genial; que éste debe su inmortalidad en la historia dominicana a esas cinco líneas. Solo que de la quintilla se  ha decantado exclusivamente el aspecto político.

Pero ¿no es la quintilla una imagen cabal, desde el punto de vista de la cultura, del mundo caribeño? ¿No son  esos mismos componentes culturales, interactuando en el escenario del Caribe, los que han configurado ese llamado “crisol de razas”? ¿Y esa base cultural, en la cual se entremezclan todos esos componentes de la cultura europea y africana, no proviene del resultado final de un mismo proceso histórico y político? ¿Por qué, si la quintilla ha servido para ilustrar un espacio de incertidumbre de la identidad, y si al final se exhibe como un exponente glorioso que emergió de la duda y cuajó en nación; no se considera, también, al conjunto de sus componentes antropológicos, la caribeñidad, como el elemento esencial de la dominicanidad? ¿Qué ha ocasionado el hecho de que, mientras colocamos la quintilla de Fray Juan Vásquez como telón de fondo de la historia, hemos vivido de espalda al Caribe?

Yo estimo que nuestra separación idílica del universo de referencias culturales que conforma el mundo del Caribe ocurre porque la cultura dominicana se dio en la ideología hispanista una falsa autopercepción. Y debo explicar que no hablo de la hispanidad, que remite a una cultura y a una lengua; sino de la ideología hispanista, que es, como en la antigua acepción hegeliana de la palabra ideología, una falsa conciencia. En la práctica, la ideología hispanista confinaba el referente culturológico de la caribeñidad a un factor externo, no interactuante con la concepción de lo dominicano, que permanecía protegido de las influencias externas en su coraza hispánica.

Si se estudia el rosario amplísimo de lamentaciones que caracterizan al pensamiento dominicano del siglo XIX y las tres primeras décadas del XX, se notará de inmediato que esas vicisitudes a las que se refieren pasan como si fueran desgracias externas, sin ninguna vinculación con la historia concreta del Caribe. Ante todas las vueltas de maromas que la historia objetiva del pueblo dominicano daba,  la invocación a la hispanidad como ideología se transformó en un signo de amparo para la cultura dominicana.

¿No expresa, como hemos visto, de una forma sintética y certera, la quintilla de Fray Juan Vásquez una explicitación de nuestra específica condición de caribeños? ¿Por qué no se operó una lectura cultural de la quintilla, y sí ha primado una lectura política?

Es como si ese gigantesco escenario de la historia del Caribe nos dejara imperturbables en nuestra estirpe hispana. En términos de identidad cultural, la constante hispana que como falsa conciencia ha esgrimido siempre la elite intelectual  nacional, ha impedido que nos identifiquemos plenamente con la caribeñidad. Y este no es un  planteamiento teórico. Las escuelas dominicanas, todavía, miran hacia el Caribe como una zona muy remota de su sensibilidad y sus intereses. El efluvio que ese cerco histórico, étnico, cultural y social produce en los dominicanos, es como el reflejo de una otredad distante. Siendo lo más próximo, la caribeñidad parece lo que define al otro, no una parte importantísima de nuestro producto espiritual en la historia.

Como en el Caribe, lo propio de la dominicanidad es lo plural, lo diverso, lo multiétnico y multicultural; la diversidad de fuentes espirituales de que se ha nutrido nuestra aventura de ser en el espacio y en el tiempo. Pero, ¿por qué si el telón de fondo es la misma convulsa historia del espacio caribeño, y sus resultados son los mismos, la idea de la identidad y la cultura del dominicano se distancian, abrumadoramente, del marco caribeño? Simplemente, porque el espacio ideal que abrió la ideología de la hispanidad proporcionaba a los pensadores de la cuestión nacional y a los escritores, un referente compensatorio.

A los efectos de la vida espiritual dominicana, todos esos vaivenes no son percibidos más que como episodios históricos, peripecias externas, puesto que la falsa conciencia nos hacía ver en el espejo de nosotros mismos como españoles. Mientras en el resto del Caribe todos esos factores conmueven en sus cimientos la aventura espiritual del hombre y la mujer entrampados en su discurrir, y sus resultados hacen parir a ese sujeto histórico que puebla el Caribe, la dominicanidad los recupera como si no estuviera influida por ellos, como si la fuerte naturaleza hispana resultara inalterable frente a la historia en movimiento.

Yo creo que para insertarnos con autenticidad en el Caribe, tendremos que empezar por volver a leer la quintilla de Fray Juan Vásquez, pero esta vez atendiendo al aspecto cultural.

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