Aporte
No solo fue sangre entre Haití y RD

<P><STRONG>Aporte<BR></STRONG>No solo fue sangre entre Haití y RD</P>

“Si los haitianos nos querían robar el país, ¿por qué los vamos a ayudar?”, le dijo mi nieto Filippo a su mamá Elisa cuando ésta le entregaba alimentos enlatados para que los llevara a su colegio, que los acopiaba a fin de donarlos a Haití, al ser devastado por un potente sismo.

La reacción del niño es comprensible porque su país fue el único de América que declaró su Independencia desprendiéndose de otra nación americana, Haití, y porque se inició de inmediato una guerra de 12 años.

Ese niño del primero de la primaria recién inicia un adoctrinamiento escolar antihaitiano. Se nutrirá de relatos escritos y orales –apropiación popular de la confrontación dominico haitiana –plagados de haitianos que comían niñitos dominicanos, que asesinaban viejitos y curas, y que violaban monjitas, y a blancas y hermosas mujeres de azucenas.

A los alumnos en general y a los profesores en particular habría que explicarles los aspectos ciertamente positivos de la ocupación haitiana, derivados de que para esa vez de la ocupación y la confrontación eran superiores a nosotros política, económica y militarmente, entre otros factores porque habían sido beneficiarios del influjo del imperio francés, superior al español.

En nuestra historia escolar se resaltan, como justificativos de la Independencia, factores fundacionales, patrióticos, nacionalistas, culturales, idiomáticos, emocionales, de origen y raciales.  Delatan, pues, la ignorancia de profesores y estudiantes del tinglado económico –comercial, social, político y geopolítico de esos momentos, lo que es extensivo también al tema de la conquista y colonización-.  Veamos.

El desarrollo del comercio en las tierras dominadas por España tuvo características diferentes de las dominadas por Inglaterra, la que acusaba un mayor nivel de desarrollo comercial, social y político frutos de la incipiente revolución industrial que sustituía los productos manufacturados por los fabriles venidos de las nuevas maquinarias.

Siguiendo el derrotero de Inglaterra, Francia y Estados Unidos también se colocaron en puntos privilegiados en el desarrollo de esta revolución industrial que enfebrecía a Europa, menos a España, que se resistía al cambio que estatuía el comercio entre las naciones.  España mantenía sus viejos moldes que imponían monopolios comerciales, negada a consentir que sus colonias comerciaran libremente.

Al momento de producirse la independencia nacional el 27 de febrero de 1844, el comercio, a lo interno y a lo externo, al por mayor y al detalle, se había constituido en un actor social a tomar en cuenta.

La ocupación haitiana de 1822 a 1844 significó mayor apertura de los mercados internacionales, y la eliminación del monopolio de la tierra por la Iglesia Católica, la principal latifundista; el fin del monopolio ganadero y latifundista de los hateros y de los latifundistas en  general y el fin del monopolio del comercio, unidireccional y concentrado en pocas manos.

El régimen haitiano confiscó las grandes extensiones de tierra y las distribuyó entre hombres del campo, algunos de los cuales habían sido libertos y esclavos desde antes de que la ocupación haitiana aboliera la esclavitud y, al tenor de los principios de la Revolución Francesa, reconociera sus derechos como hombres iguales a los demás.  Lo anterior dio origen al campesinado dominicano, según algunos historiadores.

Los puestos de comercio abandonados por los inmigrantes desafectos de la unificación de la isla fueron ocupados por advenedizos de los estratos medios y bajos que con el tiempo desarrollaron habilidades propias.

Hay que añadir al análisis anterior que el gobernante haitiano Charles Boyer consolidó aún más al comercio al rebajar a un tercio las hipotecas de los propietarios que habían obtenido  préstamos de la Catedral de Santo Domingo y de otras congregaciones que desde la época colonial eran prestamistas tanto de particulares como de comerciantes.

El hecho de que unos 10 mil hombres del campo recibieran tierra para labrarla, la mayoría cabezas de familia, esto es, que representaban cada uno a aproximadamente 5 miembros por familia, para un total de aproximadamente 50,000 personas –aproximadamente el 42 por ciento de los habitantes del país, que en esos momentos ascendían a unos 120 mil –junto con la apertura de los mercados internacionales, valen para explicar que hubo un significativo estímulo de la producción y un consiguiente estímulo de la actividad comercial que fue creando las bases del comercio al detalle y al por mayor en razón de que durante los primeros años de la ocupación se fue desarrollando una pequeña burguesía que sería precisamente la que encabezaría la independencia nacional.

Desafortunadamente Haití decidió resarcir a Francia con 150 millones de francos por los daños y perjuicios causados por la revolución haitiana.  Mediante una ley del 1 de mayo de 1826 se impuso a todos los ciudadanos de la isla contribuir con el pago de la indemnización.

El Manifiesto de los Trinitarios retrató magníficamente los factores que han sido ocultados respecto de la ocupación haitiana.  Emigraron, decían los trinitarios, las principales y más ricas familias “y con ellas el talento, las riquezas, el comercio y la agricultura”… y el ocupante “destruyó la agricultura y el comercio”…

Precisamente la adhesión de hombres del comercio y de sus familiares le dio el impulso necesario a los anhelos independentistas.  Obsérvese que el prócer independentista, Juan Pablo Duarte, era hijo de comerciante español, don José Duarte, propietario de almacén, y que varios de los presentes la noche del grito de la independencia eran hombres del comercio.

Hay que saber también que el negocio de don José sirvió como base mínima económica a los jóvenes trinitarios.  Estos, para cubrir los gastos de sus actividades por separación de esta parte de la isla, reunieron ciento y pico de pesos, que entregaron al patricio Duarte para que los invirtiera en el negocio de su papá, y usar los beneficios en la causa patriótica.  De modo y manera que en el accionar pro independencia hubo la necesidad de recurrir al accionar comercial.

Como el comercio de esta parte de la isla había sido afectado y casi llevado a la ruina –entre otros factores –por las disposiciones impositivas del gobierno haitiano, la mínima pequeña burguesía que aquel había contribuido a crear se unió a la corriente liberal haitiana que proclamó en 1838 una reforma que diera al traste con el estado de cosas creado.

De ahí a concebir la independencia hubo corto trecho, proclamándose el 27 de febrero de 1844, la que dio paso a constituir gobiernos influidos por las liberalidades políticas, sociales y raciales impuestas por los haitianos.  Hubo gobiernos de “iguales”, por y para blancos, negros, mulatos, mestizos, los de abajo, los del medio, etc., tan así que tenemos una trilogía de padres de la patria: el mulato Francisco del Rosario Sánchez, el blanco hijo de comerciante español, Juan Pablo Duarte, y el blanco criollo Ramón Matías Mella.

Y sobre todo para que mi próximo nieto Enmanuelle, -que nacerá en abril –no le reclame con enojo a su mamá Yelidá, en 2016, a sus 6 años de edad: “Si los haitianos querían robarnos el país, ¿por qué los vamos a ayudar?

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