Aporte
Obama y la profecía de Manuel del Cabral

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DIOGENES CESPEDES
La irresistible ascensión de la precandidatura de Barack Obama, en lucha frontal con la senadora del estado de Nueva York, Hillary Clinton para lograr la nominación como candidato del Partido Demócrata a la Presidencia de los Estados Unidos en noviembre próximo me ha obligado a leer de nuevo la formidable novela de nuestro insigne poeta Manuel del Cabral titulada “El presidente negro”.

Publicada en Buenos Aires en 1973 por Ediciones Carlos Lohlé, la obra tuvo, en su época, escasa difusión en nuestro medio y fueron pocos los críticos que le prestaron atención, si no fue que se burlaron de su carácter profético y la consideraron otras de las locuras de Cunito. Creo que de los pocos periodistas que valoraron la novela de Del Cabral fue Orlando Gil.

Yo que he sido un estudioso de la política y la cultura norteamericana desde finales de 1960; que seguí la trayectoria de los Kennedy, de Martin Luther King y de Jesse Jackson, guardé mi ejemplar de “El presidente negro” porque siempre creí, dada la semejante del imperio norteamericano con el imperio romano, que no estaba lejano el día en que, así como los romanos se vieron obligados a tener emperadores ilirios, africanos, bizantinos y españoles, los estadounidenses estarían obligados a elegir un presidente negro. Y en esto, aunque Obama, si gana la nominación demócrata como todo parece indicar que lo logrará, aunque pierda del anciano John McCain –algo muy dudoso– será como quiera un gran ganador.

Esa es la apuesta de la ficción poética de Manuel del Cabral, quien sitúa posiblemente el escenario de su obra después del desastre de Vietnam y el escándalo de Watergate, pero sin fijar un período específico, es decir, que el hecho profético está programado para cualquier año, pero después de la era de Nixon.

En la novela del autor de “Compadre Mon” hay un final pesimista, luego de un derroche de conocimientos filosóficos, históricos, literarios y culturales de William Smith, primer presidente negro de los Estados Unidos, y los demás personajes principales de la novela. Al igual que Lincoln y Kennedy, William Smith muere sin terminar su mandato, víctima de un atentado con una bomba colocada debajo de su automóvil. Ya antes su hijo Joe había sido secuestrado y asesinado.

Pero digamos que toda esa trama orquestada por los poderes fácticos de Norteamérica es el amueblamiento de la novela. Esa es una orientación política de la escritura. Al lector frívolo le hubiera gustado que el presidente negro no muriera en el atentado y que terminara felizmente su mandato y culminara la revolución espiritual –la única válida en los Estados Unidos– que había empezado. Pero terminar así una obra es ser mal escritor. Y Manuel del Cabral es muy buen escritor y poeta.

Entonces él usa la metáfora de la muerte por atentado de William Smith para que cuando, en la realidad, no en la ficción, se cumpla su profecía y que, por ejemplo si Barack Obama es el candidato demócrata y le gana al pobre ancianito John McCain, la ficción poética le sirva de advertencia y adopte las medidas extremas de seguridad para que no  ocurra lo que le sucedió a los pobrecitos de Lincoln, Kennedy y Martin Luther King. En la ficción es muy fácil manipular a los personajes y ponerles a hacer lo que el escritor quiere. En la vida real, donde se bate el cobre de los intereses económicos, ideológicos, culturales es muy difícil, aunque no imposible, programar las estrategias, las apuestas y los objetivos de una lucha y si se llega al poder, como decía Bosch, el arte de gobernar consiste en mantenerse en el poder.

La novela “El presidente negro” no puede hacer eso por Obama si llega a la presidencia, pero le advierte lo que le puede pasar, ya que no existe un determinismo inevitable que conduzca, por más violenta que sea la lucha de clases en los Estados Unidos, a la conclusión de que a un presidente negro elegido por la mayoría deba terminar asesinado por sus enemigos.

Es cierto que Marco Aurelio no se preocupaba por las conspiraciones que se urdían a su alrededor para deponerle, pues decía que cuándo se había visto que un emperador asesinara a su sucesor. Es filosofía profunda que el vulgo no entiende, pero al menos si Obama llega a la presidencia no debe perderse la lectura de “El presidente negro”, de Manuel del Cabral, y a partir de ahí trazar la estrategia de seguridad para que el hado no se cumpla.

A mis lectores, hombres y mujeres, si encuentran mal puesta por ahí la novela de Manuel del Cabral, les recomiendo que la lean para cuando llegue la hora de la verdad en los Estados Unidos, nadie les cuente.

Y si Obama no gana, otro día será, como sucedió con Roma a la hora de su caída y la llegada de los emperadores bárbaros.

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