APORTE
Octavio Paz, crítico del franquismo

<STRONG>APORTE<BR></STRONG>Octavio Paz, crítico del franquismo<STRONG> </STRONG>

POR DIÓGENES CÉSPEDES
El gran tema de España y su posición de denuncia, más que de crítica, continúa en un artículo titulado “Recoged la voz”, de 1942, dedicado por Octavio Paz a recordar la muerte de Miguel Hernández en la cárcel de Orihuela: “Ha muerto solo, en una España hostil, enemiga de una España en que  vivió su juventud, adversario de la España  que soñó su generosidad. Que otros maldigan a sus verdugos, mientras llega la hora de la justicia; que otros analicen y estudien su poesía. Yo quiero recordarlo.”  (Ibíd. p. 215)

No solamente se la juega Paz contra el franquismo, que a la distancia no le alcanza y no arriesga más que su intención de entrar a España y ser leído libremente, sino que también en su circunstancia específica de mexicano, él enrumba los dardos de su crítica contra el stalinismo en su país. En un texto titulado “Tamayo en la pintura mexicana”, de 1956, Paz dice lo siguiente: “Aunque no han dejado de afectar a su obra y a la atmósfera artística de los últimos años, dejo de lado las actividades políticas y estéticas de Rivera y Siqueiros. La conducta política de Rivera tiene la coherencia de una pantomima sólo que, a la inversa de lo que ocurre con la de los payasos de circo, no es ni graciosa ni trágica. Siquieros es el ejemplo mejor que conozco entre nosotros, de un artista degradado por el estalinismo.” (Ibíd, p. 251, nota) 

Paz critica la posición política de ambos pintores, no su obra pictórica. Aunque por un juicio externado más arriba por Paz acerca de la especificidad de la obra de dos artistas, se colige una flojera por cuanto su “lectura” de dichas obras aparece sometida a un proyecto de la historia: “La obra de Orozco completa la de Rivera. Ambos representan los dos momentos de la Revolución Mexicana: Rivera la vuelta a los orígenes; Orozco, el sarcasmo, la denuncia y la búsqueda.” (Ibíd.) Pero inmediatamente, unas cuantas líneas más adelante, Paz dialectiza su juicio al referirse a la obra de Tamayo: “Por otra parte, la irrupción de las fuerzas ‘locas’ (…) en el último período de la pintura de Tamayo, muestra hasta qué punto su arte es más respuesta directa e instintiva a la presión de la historia.” (Ibíd., p. 260) Es una crítica radical a todo arte –plástico o literario- que se dé como meta ser mimesis de la realidad, de la historia: “La realidad nos agrede y nos reta, exige ser vencida en un cuerpo a cuerpo. Vencida, trascendida, transfigurada.” (Ibíd, pp. 260-261)

No se detiene Paz en este o aquel realismo (el arte por el arte o el de Stendhal y Zola o el del socialismo), sino que a todos sitúa en sus efectos políticos e ideológicos, mostrando cuál es su estrategia común: “Y en cuanto al ‘realismo ideológico’, ¿no resulta por lo menos imprudente, ante los últimos cambios operados en la vida política mundial, afirmar que este o aquel jefe encarna el movimiento de la historia?” (Ibíd., p. 261)

No es porque la cibernética, la parasicología o los descubrimientos de las ciencias físicas y sicológicas hayan hecho cambiar la percepción de la realidad, como cree Paz, que debe dirigirse la crítica a quienes creen en el realismo, en arte y literatura. El peligro está, además de ahí, principalmente en otra parte: en la identidad entre signo y cosa. Claro, Paz no tiene el dominio los conceptos de lo radicalmente arbitrario e histórico del signo, del sujeto y poema como los entiende la poética meschonniciana. Su concepción del lenguaje y el poder debilitará siempre su teoría del sujeto y el poema.

Pero la lucidez es grande. Paz: “¿Cuántos artistas –precisamente aquellos que acusaban de ‘escapismo’ y de ‘irrealismo’ a sus compañeros– tienen hoy que esconder sus poemas, sus cuadros y sus novelas? De la noche a la mañana, sin previo aviso, todas esas obras han perdido su carácter ‘realista’ y, por decir así, hasta su realidad. Después de esta experiencia, creo que los artistas afiliados al ‘realismo socialista’ nos deben una explicación. Y sobre todo, se la  deben a ellos mismos, a su conciencia de artistas y de hombres de buena fe.” (Ibíd.) La fe es teológica. Por ese lado, si Paz confía en tal sentimiento, no recibirá de esos artistas sino la justificación de que estaban equivocados, pero que ya el Partido ha restablecido la verdad.

 ¿De qué orden es, entonces, el otro realismo que Paz propone en arte frente al de la sociedad burguesa y al del socialismo? ¿Vale llamarlo realismo a condición de redefinirlo?: “Pero hay otro realismo más humilde y eficaz, que no pretende dedicarse a la inútil y onerosa tarea de reproducir las apariencias de la realidad y que tampoco se cree dueño del secreto de la marcha de la historia y del mundo. Este realismo sufre la realidad atroz de nuestra época y lucha por transformarla y vencerla con las armas propias del arte. No predica: revela.” (Ibíd.)

 He ahí un realismo que se puede llamar, según Henri Meschonnic , “lenguaje realista o lenguaje nominalista” desde el momento en que él admite que la escritura y su lenguaje están fuera del dualismo prosa/poesía; o que la composición de los colores, en el caso de la pintura, es un significante materialista histórico, con el cual todo sujeto, hecho de contradicciones insolubles, de conocimientos y desconocimientos, trabaja su obra. Obra cuya intencionalidad política (sentido o significación) la orienta el sujeto, para transformar la historia, las ideologías, lo social, el yo del artista e inscribirse contra la unidad-verdad/totalidad del poder.

 En ese sentido me parece que no habría obstáculo para aceptar como dialéctica la noción de realidad de Paz, la cual se inscribe, a mi ver, contra los mismos elementos de la realidad que acabo de esbozar más arriba: “Buena parte de la pintura de Tamayo pertenece a este realismo humilde, que se contenta con darnos su visión del mundo. Y su visión no es tranquilizadora. Tamayo no nos pinta ningún paraíso futuro, ni nos adormece diciendo que vivimos en el mejor de los mundos; tampoco su arte justifica los horrores de los tirios con la excusa de que peores crímenes cometen los troyanos: miseria colonial y campos de concentración, Estados policíacos y bombas atómicas son expresiones del mismo mal.” (Ibíd.)

Por otra parte, no veo –y lo critico– por qué ese realismo tiene que ser humilde. La humildad es un envanecimiento del sujeto. Ni orgullo ni humildad. Es la práctica lo que uno valora. La humildad y el orgullo escamotean la conciencia que tiene el sujeto de su trabajo, de su actividad que sabe orientada a transformar la historia y su arte. Ni orgullo ni humildad. El orgullo es propio de quienes tienen prisa en imponer la verdad; la humildad es un eufemismo que tiende a que el sujeto se borre, se autodesvalorice y se cree un sentimiento de inferioridad frente a una actividad altamente poética como lo son la literatura y el arte.

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