APORTE
Octavio Paz, crítico de
la realidad y el lenguaje

<P><STRONG>APORTE<BR></STRONG>Octavio Paz, crítico de<BR>la realidad y el lenguaje</P>

DIÓGENES CÉSPEDES
Ante la rutina de la publicidad  y la fama que marea a los intelectuales, el escritor de hoy, según Paz, debe volver los ojos hacia lo que hicieron los primeros escritores de principios de este siglo: volver al sentido.

Al de las cosas y las palabras, según él; no para conocer a ambas, sino para con ellas, emprender una crítica de la realidad y el lenguaje; “…perpetuo poner en entredicho los valores que los satisfechos y los poderosos intentan imponernos; y búsqueda de la significación de la palabra: confrontación entre el que habla y el que oye, entre el signo que dice lo ya dicho y lo no dicho que espera su nombre.” (Puertas al campo, p. 8)

En un artículo titulado  “Literatura de fundación”, escrito en 1961, coherente con su propia nota introductoria a Puertas…, Octavio Paz se pregunta, habiéndose respondido ya afirmativamente, si existe una literatura hispanoamericana.

Naturalmente que semejante respuesta no puede ser negativa en razón de que en ella subyace, implícitamente, el mismo proyecto historicista de siempre, el cual establece una homología entre la historia de los Estados, las naciones y la historia literaria .

Incluso uno de sus rasgos positivos y eurocéntrico es la creencia de que la literatura de América Latina es una provincia de España, tal como lo escribiera paladinamente Menéndez y Pelayo: “A fines del siglo pasado se dijo que nuestras letras eran una rama del tronco español. Nada más cierto, si se atiende al lenguaje.” (p. 11)

Se infiere del discurso de Paz   que la lengua es la unidad de España y América. Claro, porque no hay teoría del discurso. Desde esa lengua unitaria el sujeto es convertido en una unidad. Se le ha desubjetivado, al reducirle a una identidad dentro de la abstracción lengua-española, la cual engloba al español que se habla en América Latina.

De ahí ha podido pasar Paz a otro despropósito que el mismo Pedro Henríquez Ureña fue el primero en situar desde 1921 y posteriormente en 1940 en El español en Santo Domingo : el mito de la unidad lingüística hispanoamericana.

Paz observa: “Como es sabido,  la unidad lingüística es mayor en América que en España”. (Ibíd.) El problema de estas generalizaciones consiste en que al no existir construcción de lo específico, la noción de literatura es un impensado, que sigue sin que se lo teorice.

Por lo cual, frente a discusión de la subjetividad, no puede hacerse otra cosa que hablar de textos, no de literatura de determinado país. La teoría del signo mina la historicidad del discurso de Paz.

En su artículo de 1958 titulado “El caso Pasternak”, Paz se insurge en contra de la manipulación que los Estados contemporáneos operaron con El doctor Jivago, al hacer de dicha novela un episodio de la “guerra fría”. El poeta observa que la “novela de Pasternak no es una obra de ‘partidario’.

No es una acusación ni una defensa.” (p. 47) Precisamente, ese es su delito mayor. El censor soviético sabe que no es una acusación, pero al no ser tampoco una defensa, el novelista merece el castigo de la excomunión, porque desde los años críticos de Jdanov, no puede existir en el socialismo ningún arte que no esté al servicio de la revolución y el proletariado.

 Para Occidente, al no ser una defensa, el otorgamiento del premio Nóbel viene a ser un reconocimiento al silencio, al valor de callar en una sociedad donde no existe la libertad, lo cual constituye una provocación. Esta doble manipulación de los sistemas sociales que hacen del arte y la literatura una lectura estrictamente ideológica, se sostiene gracias al instrumentalismo.

Paz recalca lo que  a mi modo de ver constituye el pecado de la obra a los ojos del censor: “Es la evocación y la convocación de unas sombras amadas, la resurrección de unos años terribles.” (Ibíd.)

La escritura vuelve presente lo que social e históricamente estaba en el pasado y a través de esa enunciación de enunciaciones son todas las contradicciones de una época las que salen a flote cuando empíricamente, en la vida soviética, semejantes contradicciones estuvieron yuguladas porque el socialismo fue, para el poder y el partido, el fin de la historia. El mismo Paz, líneas más adelante, aclara su pensamiento al revelar el sentido de los “años terribles”.

El poeta dice lo siguiente acerca de la novela de Pasternak: “Convocación, resurrección, meditación: ninguna de estas palabras tienen un sabor polémico, ninguna de ellas alude a la querella actual y sí a la poesía, a la filosofía, a la religión.

Esta actitud constituye en sí misma, un desafío: los dioses modernos –el Estado, el partido– son celosos; todo aquello que no gira en su órbita y pretende sustentarse en sí mismo es sospechoso y debe ser suprimido. No tener partido, dice la dialéctica moderna, es ya tomar partido.” (Ibíd.)

La obra de valor es anti-ideologías,  antisistema, en virtud de su homogeneidad entre el decir-vivir-escribir. A los Estados no escapa esta situación. La obra que se expone como tal hace estragos donde los constreñimientos a la subjetividad están expuestos al máximo: los totalitarismos. Desde el punto de vista del instrumentalismo, el postulado lógico del  Estado y del Partido en el sentido de que no tener partido equivale a tomar partido, es justo.

Pero Paz agrega otra lógica que no tiene que ver con la dialéctica hegeliana en la cual se funda la política de todo Estado –sino con la del significante sujeto: “Esta falta de respeto por la realidad, este sofisma, puede engañar a la gente pero no modifica la realidad. Una obra de arte no es un proyectil; no les sirve ni a unos ni a otros” (p. 47-48)

Ese anti-instrumentalismo artístico es relativo en la medida en que los sistemas sociales y sus sujetos encargados de preservar los dogmas, sólo ven el contenido de la obra y con ese dogma fanatizador traman, en virtud de una pragmática milenaria que el poder autoriza, sus determinaciones políticas en arte y literatura, no digamos ya con los textos que son directamente ideología.

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