APORTE
Saramago

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José de Souza,  conocido en todo el mundo como José Saramago murió en estos días. Sobre él escribí hace un par de años, resaltando (lo universalmente sabido) que el hombre además de novelista, era poeta, traductor, crítico literario, fotógrafo, periodista y, muy importante, hombre de fuertes convicciones políticas, pues hasta el día de su muerte siguió siendo, aún fuera simbólicamente, miembro del partido comunista portugués, uno de los pocos de esa tendencia en el mundo, con presencia en la realidad de su país.

Saramago daba la impresión de no ser alguien de muy fácil trato, aunque quien sabe, las apariencias a menudo engañan. Tampoco pareció serlo el gobierno portugués que se negó a apadrinar su intento de ser reconocido para un premio literario europeo por una de sus obras más conocidas y más urticantes: “El evangelio según Jesucristo”. Como resultado del desaguisado oficial de su país, se fue a vivir a una isla española, “lo que no está mal para el autor de “La balsa de piedra”. De hecho la relación de Saramago con España, llevó a un importante diario a decir que él era “el más español de los escritores portugueses” (o viceversa).

Saramago fue honrado a través del mundo por academias, ateneos y universidades (creo que menos la UASD, que tampoco pudo recibir a Neruda), para no mencionar gobiernos. Pero como alguna vez explicó, “cuando era joven me dije, todo lo que es mío, me llegará”. Y la verdad es que le llegó, siendo lo primero su extraordinario talento para vivir experiencias y transcribirlas con maestría en sus obras.

Ya se ha dicho tanto, que se repite por inercia: Saramago también fue político. Hasta jefe de periódico, aunque es de suponerse que habría preferido el de periodista, sin más. De su vida en los periódicos al final le quedó la amargura de que, siendo subdirector del Diario de Noticias (que era y sigue siendo uno de los grandes periódicos portugueses) poco después de la “revolución de los claveles” (abril 1974) fuese acusado de librarse a una “cacería de brujas” contra todo lo que olía a anticomunista. No se sabe bien lo que ocurrió, pero Saramago perdió el pleito “sin que ni siquiera le apoyara el partido comunista”. Naturalmente, ante la inmensidad de su obra ¿qué importancia puede tener ese traspié?

De todas maneras, ese  no sería el único contratiempo político del genial escritor. Después de la caída del Muro de Berlín, Saramago, que como muchos otros millones en el mundo, ilustres o no,  había defendido todo que el famoso muro había significado, con ironía aceptó el fracaso sin cejar en sus principios y en algún momento dijo, “también tengo derecho a mis propias contradicciones”,  agregando que de todas maneras, “el socialismo es un estado de espíritu”.

Portugal tuvo pues dos gigantes de la literatura que cubrieron los siglos XIX y XX: Fernando Pessoa y José Saramago (único premio Nóbel portugués). Con ambos tuvo ese país relaciones culpables. Y ese sentido, eso explica quizás la “Saramagomanía” de que hacen gala los portugueses hoy. De la misma manera en que a Pessoa hace años, pero muchos después de su muerte, le hayan convertido en icono.(1)

Como los dos eran, con reconocimiento o no, personas de extraordinario peso específico, no es de extrañar que si Pessoa pensaba que de su biografía “sólo importaba la fecha de su nacimiento y la de su muerte”, Saramago, de la suya haya dicho, «Entraré en la nada y me disolveré en ella».

(1 )-  Aunque Saramago es tan conocido, se puede sugerir a los lectores algunas de sus obras: “Levantado del suelo” (convivió dos meses con trabajadores agrícolas para escribirla); “Memorial del convento”; “El año de la muerte de Ricardo Reis” (uno de los heterónimos de Pessoa); “La balsa de piedra”; “El cerco de Lisboa”.

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