La Mañosa, de Juan Bosch, es fruto de sus vivencias de adolescente en los inicios del siglo XX dominicano, época caracterizada por las montoneras y guerras civiles. De sus dos novelas, es la única publicada antes de salir del exilio. Curiosamente, mientras la escribía, en 1935, tiempo después de haber permanecido prisionero por unos seis meses en cárceles de la tiranía, se presentó en su casa de Santo Domingo el dictador Rafael Leónidas Trujillo. Preguntó a Bosch si era cierto que ahí se reunía con enemigos suyos. Este respondió que se celebraran encuentros, y se conversaba sobre literatura. “¿Y qué escribe? Preguntó el visitante. “Una novela”, contestó. Bosch vivía entonces en las cercanías del Palacio Nacional, en la calle Doctor Báez No.13, en Gazcue. Por su parte, El oro y la paz fue elaborada a partir de su experiencia en Bolivia mientras vivía en ese país en 1954.
A pesar de su largo exilio, de casi un cuarto de siglo, Bosch no perdió el aliento y la atmósfera de lo dominicano. Siempre llevó a su pueblo en el recuerdo y la acción. Luego de un breve lapso en Puerto Rico, dedicado a la reorganización de los escritos de Hostos, y de establecerse en Cuba, vivió y viajó por otros países de América, Europa y Oriente, pero ninguno de esos ramales de su ser pudo desviarle de su meta: la lucha contra la dictadura de Trujillo y por el establecimiento de la democracia y la justicia social en la República Dominicana.
La vida de Juan Bosch es el corolario de su obra. ¿O, acaso, sea esta el corolario de su vida? De cualquier manera, se trata de una simbiosis entre él y ella. Quizá esa razón llevó a la Asamblea Nacional de República Dominicana (Senado y Cámara de Diputados) a declararlo, el 24 de noviembre de 1994, Maestro de la Política y Gloria Nacional. Se consustanció tanto con el universo hostosiano en la política, la literatura y la vida misma, que, con su acción y sus textos, decidió levantarle a Hostos un monumento permanente. Llega a considerarlo como uno de los cinco forjadores de la Patria dominicana.
Penetró en lo más hondo de sus ideas y realizaciones. Todavía en el otoño de sus días, su escritorio de trabajo seguía siendo vigilado por el retrato del maestro Hostos. No es casual que tanto La Mañosa como El oro y la paz tengan tanta conexión con su pensamiento. Así lo explica Bosch:
La obra visible de Hostos, la parte de su vida que se manifestó en actuaciones públicas; esa parte de todo gran hombre que sobresale de las aguas del mar de su vida como sobresale una parte de los hielos del iceberg, podía ser el material para una biografía de las llamadas objetivas, y ese sería sin duda el tipo de trabajo que premiaría un jurado escogido por la Comisión del Centenario. Pero yo quería darles a los posibles biógrafos de Eugenio María de Hostos la parte de su vida que no se veía, la que navegaba bajo la superficie de las aguas; la parte en que se hallaban los sentimientos y las ideas que hicieron de él lo que fue, no lo que él hizo.
El escritor Pedro Vergés rescata la cuestión ética en Bosch referida al ejercicio de la política, por encima de colores partidarios, como reserva del patrimonio espiritual de la nación:
“También en ese campo hay un legado que excede lo estrictamente partidario y establece unas pautas de comportamiento que haríamos bien en tener muy en cuenta. Quiero decir que hay en Bosch una ética política que, dejando al margen cuestiones ideológicas, tiene el mérito añadido de haber sabido preservar y enriquecer, a mi modo de ver ejemplarmente, la muy y escasa tradición que en ese campo existe entre nosotros”.
Para Bosch la política es un sacerdocio: mientras mayor posición se ocupa en el ejercicio del poder, ya en el Estado o en instituciones privadas, superior es el grado de exigencia y responsabilidad. Ha predicado que la política se va a servir, jamás a servirse. En las elecciones de mayo de 1978, en un gesto de desprendimiento poco usual en cualquier época, donó a su partido los 70,786.67 pesos que le correspondían por la acumulación de la pensión de expresidente de la República durante 13 años y 10 meses.
Toda su obra intelectual, humana, social y política ha sido un homenaje al compromiso a la vocación de enriquecimiento espiritual y social de su pueblo. Quedó dicho en el prólogo que escribió para la edición puertorriqueña de Hostos, el sembrador, al expresar que “volvió a nacer en San Juan de Puerto Rico a principios de 1938, cuando la lectura de los originales de Eugenio María de Hostos le permitió conocer qué fuerzas mueven, y cómo la mueven, el alma de un hombre consagrado al servicio de los demás”.