Apreciado Dr. Cécar Mella respetemos a Duarte

Apreciado Dr. Cécar Mella respetemos a Duarte

Por la fina gentileza del presidente del Instituto Duartiano tuve la oportunidad de leer el diagnóstico siquiátrico-histórico vertido por el Dr. César Mella, acerca de la personalidad del Fundador de la República, Juan Pablo Duarte y Díez. A juicio del conocido psiquiatra y mi amigo de larga data, Juan Pablo Duarte presenta cuadros esquizoides y era casi asexuado, “basado en sus datos biográficos principalmente en sus actividades pre y post independencia”.

Como alguno de los aspectos planteados por el doctor César Mella acerca de Juan Pablo Duarte se inscriben en el área de la siquiatría, en la que somos totalmente analfabetos, y otros en la disciplina que resguarda la Diosa Clío, no logro avanzar en mi empeño por comprender su compleja metodología, donde se funden la historia y la psiquiatría. En ocasiones solemos analizar el pasado sin haber superado nuestras debilidades presentes.

Por ello, y para no recurrir en auxilio del egiptólogo Jean François Champolión (1799-1832), para que me facilitara el estudio la piedra de Rosetta, me dispuse a consultar el nuevo Diccionario de la Real Academia Española de Lengua (2014), en cuyo primer tomo leemos: esquizoide (Del al. Schozoid, y de Schizophrente ‘esquizofrenia’ y –oide) adj-) adj . med. Dicho de una persona: Que tiene una personalidad predispuesta a la esquizofrenia U.T.C.S. H2 Med. Propio o característico de la esquizofrenia” (p.559).

De asexuado, da (Dea ² y sexuada) adj. Que carece de sexo (P. 220).

Podría inferirse de las novedosas deducciones del doctor César Mella que Juan Pablo Duarte fue un ser extraño, acosado por perturbaciones esquizofrénicas. “Cosas veredes Sancho que harán hablar las piedras”.

En interés de reducir mi referida ignorancia acerca de los especializados términos de uso exclusivo de los profesionales de la siquiatría y en este caso utilizados por el doctor Mella para definir, a su juicio, la desencajada personalidad de Juan Pablo Duarte, recurrimos también a la página en español de Wikipedia, de donde pudimos extraer la siguiente información para ilustración nuestra, pues según esta publicación “el trastorno esquizoide de la personalidad (TEP) está englobado dentro del “grupo A de los trastornos de la personalidad. Los individuos que lo padecen se caracterizan por la falta de interés en relacionarse socialmente y por una restricción de la expresión emocional. Puede aparecer durante la infancia o la adolescencia, aunque se suele diagnosticar en la edad adulta. Su prevalencia se estima en menos del 1% de la población. Es distinto a la esquizofrenia, aunque tienen puntos en común”.

En lo que concierne a la asexualidad en la referida página se explica que “es la falta de atracción sexual, o el bajo o nulo interés en la actividad sexual humana. Asimismo, puede considerarse una falta de orientación sexual; o bien, una de ellas, junto con la heterosexualidad, la homosexualidad y la bisexualidad. Según los estudios en 2004 de Anthony Bogaert, profesor de Ciencias de la Salud Comunitaria y Psicológica de la Universidad de Brock (en Canadá), el 1% de la población de Reino Unido es asexual”.

Por las precedentes explicaciones científicas me queda la duda, si el Dr. César Mella conoció personalmente a Juan Pablo, o si sus conclusiones han sido extraídos de los Apuntes de Rosa Duarte, que deben ser consideradas como la fuente primaria para el estudio de la vida del Fundador de la República, relato apologético que su hermana legó a la posteridad en honor de su idolatrado hermano, obra que es citada por el doctor Mella, junto a otra donde se aborda la faceta de la vida de Juan Pablo Duarte, y que a nuestro juicio carece de toda validez historiográfica para ser consensuada como fuente solvente para discernir la vida íntima del Fundador de La Trinitaria.

También podríamos preguntarle al doctor César Mella si sus conclusiones son extraídas de los textos de otros contemporáneos de Duarte: Los hermanos Emiliano y Apolinar Tejera Penson, Félix María del Monte, José Gabriel García y Fernando Arturo de Meriño, puesto que de no ser así nos encontramos ante un extraño caso de ligereza imaginativa, “ya que la historia se hace con documentos”. Tal vez lo más sorprendente en las apreciaciones del doctor Mella acerca de Juan Pablo Duarte sea el salto que se advierte de la psiquiatría a la historiografía, donde señala la “ausencia de Duarte en la gesta del 27 de febrero de 1844, cuando se libró la batalla por la Independencia”. Aquí diré que el 27 de febrero solo se proclamó la República, pues la primera batalla se libró el 19 de marzo, fecha en la que ya Duarte se encontraba en el país con el rango de general del ejército de la República.

Creo que mi apreciado amigo le hubiera servido mejor a la verdad si al referirse a las ausencias de Juan Pablo Duarte de su patria, cuando las circunstancias requerían su presencia, hubiera explicado las causas que las determinaron, aunque a pesar de ello su vocación patriótica no declinó nunca ante los imperativos de las circunstancias, ni del más despreciable sectarismo. Si recorremos las páginas de la historia americana, advertimos que así como Duarte, muchos de los gestores de la independencia americana sufrieron los días amargos del exilio, desde Francisco Miranda hasta José Martí, la última víctima de la cruzada redentora del siglo XIX.

Me resulta, igualmente inadmisible, aceptar la afirmación del doctor Mella acerca de que “Duarte era de esos individuos- que en los momentos justos y de saltos, desaparecía”. Según el Diccionario de la Real Academia de Lengua, individuo es una “persona considerada despreciable o poco digna de respeto”. Lamento que ese sea el Duarte que vive en la memoria ­­­­­­­­­del reputado psiquiatra, a quien, a pesar de nuestra vieja amistad no le conocíamos hasta ahora su vocación de historiador, lo que le ha permitido invitar a sus colegas para que estudien la hipótesis de los seis mecanismos de la personalidad de Duarte.

Teniendo como referencia los Apuntes de Rosa Duarte, el doctor César Mella cita que “el término melancólico es empleado más de dos veces por su hermana en sus Apuntes, en sus cartas, y deduzco que Duarte era una persona que se aislaba, se retraía en medio de esas ensoñaciones”.

Salvando las diferencias entre Simón Bolívar y Juan Pablo Duarte, me atrevería, con la mayor consideración, sugerirle al doctor Mella la lectura del General en su Laberinto, de Gabriel García Márquez, donde podemos apreciar lo efímera que en ocasiones suele ser la gloria en el escenario político. El prócer dominicano también sufrió los efectos negativos de la incomprensión y de la intolerancia humanas que lo llevaron al aislamiento y a la soledad.

Además, en sus consideraciones acerca de la dimensión histórica de Juan Pablo Duarte, el doctor Mella no solo la minimiza, sino que irrespeta al prócer dominicano cuando afirma “señores: ¿cómo se explica que desde el año 1864 a 1876, cuando muere, este señor se la pasa aislado totalmente, recibiendo cartas, incluso cuatro meses antes de morir, del presidente Jiménes (Manuel), creo, le dan un cargo diplomático que él ni acepta ni ocupa y comienza a hacer una serie de tareas inconexas que nos hacen pensar con mucho dolor”. Creo advertir, que en esta parte de sus consideraciones el doctor César Mella confunde al Presidente Manuel Jimenes, segundo Presidente de la República, quien falleció en Haití el 22 de diciembre de 1854, con el presidente Ignacio María González Santín, quien desde Puerto Plata inició el 25 de noviembre de 1873, la revuelta que puso fin al período de los seis años de Buenaventura Báez. Fue, pues el Presidente González, y no Jiménes, quien suscribe el 19 de febrero de 1875, la histórica carta en la que se le solicita al Padre de la Patria su retorno al país: “Mi deseo, le dice, mi querido General, es que usted vuelva a la patria, al seno de sus numerosas afecciones que tiene en ellas, a prestarle el contingente de sus importantes conocimientos, y el sello honroso de su presencia…”

Es cierto, como indica el Dr. Mella, que “Duarte estuvo ausente de 1864 a 1876, cuando muere”. Es cierto también que en principio, por motivos de salud, rechazó el citado nombramiento; pero una vez se restableció aceptó la disposición del Gobierno Provisorio de la República, que “el 25 de abril de 1864 lo saluda como Padre de la Patria”.

En este aspecto, y contrario a lo dicho por el doctor Mella, en carta dirigida por Duarte al General José A. Salcedo, Presidente del Gobierno Provisorio, el 26 de abril de 1864 le dice: “Estoy dispuesto a recibir vuestras órdenes si aún me juzgáis aparente para la consabida comisión, pues si he vuelto a mi patria después de tantos años de ausencia, es a servirla con el alma, vida y corazón, siendo cual siempre fue motivo de unión entre todos los verdaderos dominicanos y jamás piedra de escándalo, ni manzana de discordia….”

Y para los que duden de la valentía de Duarte en su misiva de aceptación le aclara al general Salcedo: “No acepté por encontrarme quebrantado en mi salud, ya porque me era más grato el hallarme a su lado en la campaña y participar de los riesgos y peligros que la rodean” (Ver Cándido Gerón: Las Milicias en Santo Domingo (1779-2013). Espionaje e inteligencia Militar a partir de 1822. (P.P. 408, 2010).

Para mayor asentamiento de lo dicho hasta aquí en relación con las sorprendentes aseveraciones del Dr. César Mella acerca de Duarte me permito, como síntesis, transcribir algunos juicios valorativos acerca del Fundador de la República, que a mi manera de ver se contraponen a los vertidos por el reconocido galeno, que me lucen desproporcionados y carentes de sustentación histórica. El historiador Dr. Vetilio Alfau Durán, de incuestionable competencia moral, nos habla de las “Virtudes Viriles de Duarte”, (Aut. Cit. Vetilio Alfau Durán en Clío, Escrito (II) P. 55, 1994. En este mismo orden puede ser útil el opúsculo del doctor Pedro Troncoso Sánchez: Faceta Dinámica de Juan Pablo Duarte y El Decálogo Duartiano (1994).

En la faceta restauradora de Juan Pablo Duarte han fijado su atención, entre otros, el erudito y prolífero autor, Lic. Emilio Rodríguez Demorizi: Duarte y la Restauración, en En Torno a Duarte (1972), así como también el ponderado y bien documentado Dr. Jaime Domínguez, autor de Juan Pablo Duarte: Independentista y Restaurador (1914). Esta obra que bien puede servir para quienes no entienden que la crítica histórica requiere disciplina y voluntad crítica.

Otros autores cuyas obras que también pueden contribuir a superar, siempre que haya deseo de hacerlo, la imagen que se está ofreciendo acerca de la vida y la obra de Juan Pablo Duarte, son las siguientes: Leonidas García Lluberes: Crítica Histórica (1913); Alcides García Lluberes: Duarte y su Época (1913); Carlos Federico Pérez y Pérez: El Pensamiento y la Acción de Juan Pablo Duarte (1913); Roberto Cassá: Personajes Dominicanos. Tomo I (1914), y Jorge Tena Reyes; Duarte en la Historiografía Dominicana (1994). En verdad que no logro entender qué se persigue ignorando la abundantísima bibliografía duartiana, la cual contiene todo lo que es necesario saber para una valoración razonable y justa acerca de la vida y obra del sacrificado arquitecto que diseñó la creación de la República Dominicana, lo que impediría, además, una interpretación historiográfica visiblemente distorsionada, lo que podría dañar, con sus efectos negativos, a corto y a largo plazos, la imagen del Padre de la Patria, que debía ser el personaje más venerado de nuestra historia porque él encarna el ideal de libertad de los dominicanos.

Es necesario que quienes manejan la historia dominicana desde una perspectiva objetiva, se mantengan en disposición de contener ocurrencias como las que motivan este modesto escrito que va dirigido, más que al Dr. César Mella, a los jóvenes dominicanos, a quienes debemos ofrecerles una imagen constructiva acerca de nuestros verdaderos próceres, para evitar el irrespeto a quienes concibieron con valor y sacrificio nuestro ideal de patria.

El Dr. Juan Isidro Jimenes Grullón, quien, como sabemos, no era muy dado a ofrecer halagos, no obstante acerca de Juan Pablo Duarte dejó dicho lo siguiente: “La figura de Duarte sigue brillando en nuestro cielo como el Padre de la Primera República y como la estrella de mayor magnitud y pureza entonces, tanto por su alto y jamás desmentido relieve moral como por la firmeza de sus convicciones liberales y nacionalistas”. (El Mito de los Padres de la Patria, Pág. 126)

Después de lo expuesto hasta aquí solo resta pedir que respetemos a Juan Pablo Duarte, no solo por ser el mayor referente moral con que cuenta nuestro país, “donde cada mañana seca una lágrima el sol”, sino también porque aquí vivirán las presentes y futuras generaciones de dominicanos amparados en el ideal de Dios, Patria y Libertad y con la bandera tricolor, símbolo patrio ideado por Juan Pablo Duarte y Díez.

Finalmente, le pido a mi amigo el doctor César Mella, que le deje el campo historiográfico a los escogidos por la Diosa Clío, donde no deben predicar los bendecidos por Hipócrates.

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